Capitulo 1: Las huellas de quién fue

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Tenia trece años cuando aprendió por primera vez que la vida no iba a ser igual. Que las personas eran fugaces o estables, pero nunca permanentes. Que la vida era jodidamente injusta para algunos, desgarradoramente cruel para otros o envidiablemente deseable para unos pocos. Pero desgraciadamente, o afortunadamente, quién sabe, Yael no podía predecir en qué grupo estaría. Sólo sabía que una vida se le acababa de escapar de entre los dedos, tan rápido, que no era capaz ni de reconocerlo. Sólo podía permanecer quieto y asimilar que ya no, que ya nunca.

Unos días antes de lo sucedido pensaba en qué debía hacer; si quedarse viendo una película en casa de sus padres o ir a casa de la abuela. El camino hasta esa casa era tedioso, odiaba caminar por unas calles que no eran las de su barrio, ver rostros que no reconocía y fingir que se sentía bien cada vez que, al entrar a casa de su abuela, veía a una persona irreconocible. Y no, no se refería a Jovan, aquel hombre de mediana edad que años atrás había sido contratado para cuidar de su abuela. Jovan era un hombre afable, de gran estatura. Era serbio, o eso es lo que les había contado. Llegó a España buscando una vida distinta, que acabó por romperse por la crisis del 2008 que coincidió con su llegada al país. A pesar de todo, Jovan era un hombre independiente, resolutivo. Tardó meses en aprender a formular varias frases en español, pero fueron más que suficientes para que Julia, la madre de Yael, viera en él a la persona idónea. Jovan no tenía estudios que acreditaran su formación cuidando a personas mayores, pero su experiencia vital le hizo merecedor de cualquier titulo que lo convalidara. En una conversación que escuchó las primeras veces que Yael vió a Jodar, lo supo:

- Mi mujer murió, yo fui su hospital- dijo cabizbajo.

-Lo siento mucho, ¿era jóven?-preguntó Julia, sin saber muy bien como reaccionar tras esa confesión.

-Mucho, y muy bella. Es el amor de mi vida, pero debo seguir sin ella- Las palabras salían de la boca de Jovan con dificultad, pero su mejoría en el idioma español era más que notoria. Era capaz de expresar hasta el dolor que sentía en un idioma que no era el suyo, y que de serlo, probablemente serían mucho más duras de escuchar - Cuidaré a su madre como lo hice con mi esposa, no dejaré que le pase nada. Necesito trabajo, y usted necesita descanso.

Desde el sofá Yael vió como su madre asentía, pues llevaba meses combinando su trabajo en una empresa de tejidos con el cuidado de su abuela. Desde que recibieron el diagnóstico, las semanas fueron siendo más y más duras, hasta que tuvo que delegar su papel de cuidadora en alguien más capacitado. Yael sabía que las cosas no iban bien, pero tampoco sabía muy bien lo que ocurría porque nadie le explicaba con exactitud qué estaba pasando. Cuando sacaba el tema en casa, las respuestas eran evasivas, incluso guionizadas "la abuela es mayor, tienes que comprender que cuando tienes cierta edad, tu cuerpo empieza a fallar" y Yael acababa por desistir en encontrar una respuesta cierta y concreta. Consecuentemente, se distanciaba cada vez más de aquello que ocurría en casa y se iba a lugares donde se sentía resguardado. Pero ya había pasado muchas semanas sin responsabilizarse de su función como nieto, y no podía seguir posponiéndolo. Por eso acabó por decidir que iría a verla, aunque fuera media hora.

Cuando llamó al timbre, la puerta se abrió directamente. Desde la cámara que había en el telefonillo podía verse quién estaba tras la puerta, por lo que no era necesario presentarse. Al subir al primer piso, Jovan abrió la puerta.

- Buenas tardes, gnomo- Jovan utilizaba gnomo como un apelativo cariñoso y a modo de burla, pues Yael era un chico más bien bajo. Ciertamente ambos congeniaban muy bien, por lo que se permitían bromear siempre que se veían. Aunque al principio Yael no aceptaba que su abuela se quedara con un desconocido, poco a poco acabó comprendiendo que aquel hombre serbio, era un buen hombre, y ya lo sentía muy cercano.

- Hola, ogro- Yael decidió que si él iba a ser un gnomo, Jovan debía ser un ogro, pues era mucho más alto. Ambos sabían que este apodo se alejaba mucho del carácter tranquilo y amistoso del serbio, al igual que los dos intuían que Yael, cuando acabara de crecer, sería más alto. Pero era divertido ese juego que solo ellos compartían y que, de algún modo, restaba dramatismo a las visitas.

- Pasa, la madame está sentada en su sillón. Hoy no está de muy buen humor, no ha querido comer la deliciosa paprikaš que he preparado.

- Poner agua en un plato y ponerle un nombre serbio no es saber cocinar-vacila Yael al ver el plato típico serbio que todavía permanece en la mesa- A mi abuela ponle unas buenas croquetas y verás como se las acaba sin pestañear.

- Ya querrías tú saber hacer estos platos. Lo que ocurre es que tu abuela sabe que este plato no es digno de cualquier paladar. Lo ha dejado en la mesa esperando que lo envíe a un restaurante de calidad.

- ¿Y piensas enviarlo?

- Me lo estoy pensando- ambos se seguían la broma.

Después de bromear, Jovan le hace un gesto a Yael de complicidad. Ambos saben que el momento en el que se acerque a saludar a su abuela puede ser duro, porque quizá ella no sepa quién es ese rostro joven que ha decidido entrar en su casa. Yael trata de decirse a sí mismo que esa no es su abuela, que por mucho que vea la misma cara que ha estado acompañándole estos trece años de vida, su mente se ha ido muy lejos, y solo quedan pequeños atisbos de quien un día fue. Por eso no le gusta visitarla, porque por muchas excusas que se invente para autoconvencerse, la realidad es que no quiere ir porque no quiere enfrentarse a la realidad. Una realidad que ahora es suya y no quiere abrazar. Una abuela que ya no sabe diferenciar entre el presente y el pasado, que no se reconoce en el espejo y que no es capaz de distinguir entre quién es ella ahora y cuáles son recuerdos que ya pasaron. Una mujer que vivió la guerra y que ahora batalla una sin ser consciente de ello, o siéndolo en momentos de lucidez que se desvanecen en apenas minutos, en los mejores casos. El Alzheimer es una de las enfermedades que más consumen a quienes acompañan al enfermo. Es una de esas enfermedades que van apagando a la persona que la sufre, pero también a sus familiares. Yael todavía no sabe cuál es el nombre de la enfermedad que sufre su abuela, pero sí sabe que ya no es ella. Que su mirada hace mucho tiempo que está vacía y que ya no siente que sus palabras lleguen a penetrar en el subconsciente de quien fue su abuela, y que ahora, es una mujer con sus mismas facciones, pero cada vez más lejana.

-Hola, abuela- Yael coloca su mano sobre el hombro de su abuela, que está recubierto por una blusa satinada.

Ella lo mira de arriba a abajo, sin decir nada. Su expresión es neutra, no muestra ni un ápice de reconocimiento, ni una chispa que indique que sabe quién es ese joven que está a su lado. Desde lejos Jovan le invita a seguir intentándolo.

- ¿Sabes quién soy? Soy Yael, tu...-antes de que rellene la frase con la palabra "nieto", Teresa se incorpora, mostrando una expresión radicalmente distinta. Su cara sugiere incredulidad, asombro. Es tan distinta su expresión que incluso Jovan, que normalmente permanece distanciado, se acerca para cerciorarse de que todo va bien.

- Yael, mi pequeño-acaricia su cara, agarra sus manos con delicadeza y una lágrima se desliza por la mejilla de la mujer- Recuerdo cuando te sostuve sobre mis brazos, pero te tuviste que marchar tan rápido. Desde que te llevé en mi barriga supe que serías un niño especial, pero nunca imaginé que te fueras de mi lado apenas viste el mundo. Pronto estaremos juntos, tú y yo, de nuevo.

Yael siente el tacto de su abuela y le es incómodo. Al decir su nombre, su abuela Teresa lo confunde con su hijo fallecido. Un bebé que murió tras pocas horas de nacer. Julia, su madre, decidió que su hijo se llamaría como el hermano que nunca llegó a conocer, por lo que al compartir nombre con su tio, su abuela siempre ha sentido una conexión especial con él. Siempre dijo que estaban conectados, que Yael compartía alma con la de su hijo. A Yael nunca le resultó muy cómodo llevar el peso de la muerte de una persona que ni siquiera conoció, pero parecía servirle de consuelo a su abuela, por lo que atendiendo a las peticiones de su madre de no disgustar a la abuela, siempre acababa por fingir que él también sentía esa conexión. Pero ahora es distinto. Su abuela lo ha confundido con su hijo. Y cree reunirse pronto con él.

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⏰ Última actualización: Jul 31, 2024 ⏰

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