Oscuros recuerdos

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Caminaba entre la seca hierba que nació por un instante de la tierra y que después del desastre se convirtió en el campo desértico, abandonado y apestando a químicos como un escenario postapocalíptico. El sol resplandece sobre los cadáveres en descomposición, las ciudades en llamas y solitarias, los animales desnutridos por las peores condiciones climáticas que ha evidenciado el planeta desde su creación.

Caminaba entre los árboles muertos, los animales desmayados ante el intenso olor a radiación y el calor emitido por el astro sol. El equipaje es pesado, la comida enlatada y el agua embotellada agrega varios gramos extra, lo que dificulta el andar a través de caminos conformados por grandes piedras afiladas. Nunca tuve la oportunidad de sentir el poco oxígeno por la madrugada, admirando el bellísimo amanecer alzándose entre las imponentes montañas secas de dolor y desesperación por sacar adelante vida vegetal.

Caminaba con apuro, quería llegar a un solo destino, el cual ofrecía seguridad y la prolongación de la vida; dos cosas increíblemente difíciles a pesar de contar con menos probabilidades de sufrir amenazas humanas. Mis músculos apenas resisten el constante movimiento de piernas y el complejo peso que sufre la columna vertebral por la mochila. Solo me encontraba y es un encanto saber qué nadie con tormentas me podrá herir ni con sus brillantes rayos me podría alcanzar. De saber que esto pasaría, hubiera dejado mi hogar y escondido prontamente, preparándome mentalmente para un hecho impactante.

Caminaba por estrechos anteriormente boscosos y ahora repletos de arena, sal, cuerpos de animales en un estado de putrefacción que casi ni las bacterias preferirían concebir debido a la extrema exposición de gases tóxicos en el aire, tan tóxicos como las almas embriagadas de placer por derrumbar este mundo, subirse al trono de la muerte y convertirse en un águila.

Caminaba por una línea de tiempo, aunque me hubiera gustado retroceder unos años atrás cuando mi persona apenas conocía el mundo, los espacios abiertos y el buen café matutino. Esos dorados lustros podía escanearlos de forma precisa ya que tenía el corazón engrandecido por una chica bastante bondadosa, amigable, tranquila y, sobre todo, bonita.

Caminaba en mis recuerdos, oscuros como el infierno mismo, que intriga mi mente, quema mi alma y destroza mi humilde corazón. Las avalanchas de tierra seca en distintos valles solo aprovecharon mi vulnerable situación de melancolía para derrumbarme y caer en un abismo de cincuenta metros. Afortunadamente, unas grandes hojas salvaron la existencia por parte del último sobreviviente humano en el planeta, el único habitable registrado por las agencias espaciales según sus últimos estudios.

Caminaba observando la luna, las estrellas, las nubes que se acumulaban como fichas a punto de forjar una reacción en cadena de brindar agua contaminada, así como lo contaminados que eran las imperfectas almas de políticos, diplomáticos, científicos y los sucios o corruptos militares deseando muerte, desolación o egoísmo.

Caminando por las muertas ceibas, los sucios ríos, las secas lagunas, los gigantescos desiertos, las carreteras destrozadas, restaurantes, bares, museos, tiendas y demás locales de ocio estaban con vibrantes gritos de desgaste, de horror, de sorpresa y muerte. Los gramos de comida se reducían a veces a una cifra, el agua era tan poca que mis órganos a súplicas solicitaban el sagrado líquido que bajo tierra posiblemente debía almacenarse limpiamente. En ello, con la tremenda sed y afectando mi loca cabeza, decido tomar mi mochila de sentimientos guardados y castigados como millonadas riquezas reservadas en la caja de Pandora.

Caminando un día, visualizo varios senderos conectaban a una siniestra cueva a unos kilómetros al oeste de un pequeño pueblo, su altura rondaba los sesenta metros y se ubicaba en una leve profundidad de la arena amarillenta trasmitiendo el mismo color de aquel dios observando mis movimientos desde el cielo. Algo de temor me entró por las venas, causando los síntomas de cualquier miedo: escalofríos, descenso en la temperatura corporal, neuronas y nervios agitados perdiendo la vista de mi central objetivo.

Caminando a la oscuridad, me topo con unas advertencias escritas en las rocas disfrazadas de manuscritos, impidiendo mi paso a ese sitio, lo cual me da una sensación extraña y aterradora de entrar con tan sutileza o seguridad que no me pasará nada. Me quito de encima mi mochila ya que pude hallar una especie de oasis, con vegetación perfectamente cuidada, un lago pequeño tan cristalino que peces, tiburones y demás animales marinos navegaban con demasiada relajación; además, existe una silla tan cómoda para dormir y tan grande para que mi cuerpo logre acomodarse.

Ya no caminaba.

Mis pies logran acoplarse a lo largo de la silla acolchada, el bienestar de mi espalda es un completo éxito y mi cabeza de los múltiples problemas de sed, alimentos o tratar andar por este infiel mundo entregado a la cobardía. Rebotaba la emoción, la felicidad y satisfacción; me sentía libre, controlado por una obsesión a este oasis que se extiende a lo profundo del manto.

Así que me quedé dormido, mis zapatos se fueron soltando extrañamente, me dejé caer ante tal prestigio, regalo de la naturaleza o de una extraviada extrañeza. Los peces y las ballenas reproducen un canto armónico, juntándose varias frecuencias para ingresar a un sueño casi interminable. Y digo interminable porque...

Al despertar, un tiburón con piernas de humano sale del lago junto a varias especies con patas de pájaro, de lagarto y hasta alas tenían ciertos peces coloridos. Con desprecio me observan, estancándose encima de las piedras y aguardando el momento en el que debía ya huir. No obstante, salida o retorno no hay y las posibilidades de ganar en un enfrentamiento mano a mano es casi imposible ganar debido a sus filosas garras, sus dientes amenazantes y cuerpo pesado el cual aplastaría a un camión con carga pesada.

De este modo, recurro a mi último recurso viendo un espacio carente de peligros y aquel se trataba del lago, ofreciendo o, un escape o la absoluta perdición. Sin pensar en otra acción, me levanto de mi asiento, salto al agua que tenía una viscosidad elevada y con mis fuerzas me fui en dirección al fondo donde la oscuridad y un ruido ensordecedor por poco convierte mi decisión en un arrepentimiento.

En las paredes, extrañas criaturas de ojos negros y grandes se desprenden de agujeros con diámetros pequeños y mordiendo algunos pedazos de mi carne. Eran tan rápidas como un guepardo, tan inteligentes como un delfín y agresivos como el humano. Acabaron con mi piel en minutos y con muchísimo esfuerzo nadé hacia abajo, dibujándose de repente una boca con dientes de hasta veinte metros.

Me trago de un solo mordisco. Y sus colegas del mar solo aceleraron el proceso de su digestión. La escena era tan aterradora que mis ojos explotaron no solo por la presión sino por el susto de morir a sangre fría, como la muerte de niños inocentes por detestables seres de codicia y pura maldad en sus almas.

Ahora sufro mis propias consecuencias de abandonar a mi familia para perseguir un sueño que jamás se cumplió: el poder liberarme.

Festival del Sol DoradoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora