Capítulo XVIII

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La llegada del alba se prolongó demasiado a los ojos de Jack. Aquella noche apenas sí pudo dormir, acechado por pensamientos asesinos que cada vez se hacían más sombríos. Por alguna razón, las imágenes de la masacre en la aldea se mezclaban con las visiones de sus días de delirio en un crescendo sobrecogedor que amenazaba con llevarlo a la locura. Las imágenes danzaban entre suposiciones y recuerdos terribles de una infancia en la que había esperado un veredicto final observando una pared gris y resquebrajada frente a la que se había jurado cambiar su destino. Pudo haber sido esa experiencia catártica lo que lo convirtió en una persona resuelta, o el hecho de saber que estaba solo en el mundo y que debía abrirse camino por sus propios medios si quería alcanzar la vida que tanto anhelaba. Por supuesto, había recibido ayuda en el camino, pero al final lo había logrado: se había graduado como el mejor de su clase, había viajado y realizado incontables investigaciones, logrando más de un pequeño descubrimiento que lo había convertido en un científico apreciado y de renombre. Pero lo más importante, había encontrado a Norah, o más bien, ella lo había encontrado a él, completando su vida de manera definitiva. Una vida que ahora parecía a punto de destruirse. Si hubiera dependido exclusivamente de él, habrían partido esa misma tarde para avanzar en la oscuridad y no detenerse hasta alcanzar a su esposa y asegurarse de que estuviera bien, que estuviera a salvo. Pero sabía que eso no era prudente. Debían moverse con la ayuda del indio si querían asegurarse de que todo marchara de manera adecuada y no terminaran en otro percance como la mordida de la coral o, peor aún, perdidos para siempre en la indómita selva.

Con la primera luz del día, comieron lo poco que pudo ofrecerles el chamán como desayuno. Cosa curiosa fue para Jack encontrar aquella misma mañana, entre los escombros, la larga y angosta caja de madera tallada que Jever había ofrecido como ofrenda de paz al jefe Amashtarü en su llegada a la tribu. Jack se había estado preguntando durante algunos días cuál era el contenido de la misteriosa caja que tanto había fascinado al jefe indio y que los había llevado a ser aceptados sin dilaciones como invitados de honor en la aldea. No fue sorpresa para el explorador encontrar un machete de punta ancha de primera calidad, con hoja de acero recubierta de polvo negro para evitar la corrosión y un mango ergonómico de agarre y balance perfecto para cortar cualquier tipo de maleza e incluso, de ser necesario, enfrentar cualquier tipo de animal peligroso. "El acero aquí es más preciado que el oro", había dicho Manuel, y en cuanto Jack vio aquel machete, supo que era la herramienta perfecta para enfrentar lo que se venía. Aunque Wasabi objetó que el machete debía haber sido arrojado a la pira funeraria junto a las demás pertenencias del jefe indio, entre las creencias Malai Sepai estaba la de deshacerse de todas las pertenencias de un difunto para que su alma jamás regresara desde el más allá en busca de ellas.

Sin embargo, tras la intromisión de Manuel, llegaron al acuerdo de que el jefe indio no había poseído el machete lo suficiente como para que resultara relevante en su descanso eterno. Al fin y al cabo, nunca había llegado a utilizarlo, y necesitaban toda la ayuda posible para enfrentar a Chris Dawson y sus hombres, que tenían pistolas, rifles, cuchillos e incluso habían visto una enorme metralleta de cañón rotativo montada en la parte trasera de uno de los Jeep Willys. No podían deshacerse de algo tan útil como un machete de manera tan fácil. Era cuestión de supervivencia.

Debido a ello, el chamán aceptó la excepción y dejó que se lo llevaran, no sin antes obligar a Jack a pasar el arma por tierra, ceniza y un baño de agua a fin de purificarla de toda influencia malsana que pudiera cargar del difunto. Por supuesto, a Jack le pareció una gran tontería, pero tras todo lo vivido esas últimas semanas, no estaba de ánimo para discutir. Así que, siguiendo las instrucciones con precisión religiosa, llevó a cabo el ritual hasta que el chamán se mostró satisfecho.

Tras ello, el brujo bendijo a los guerreros en su causa justa, pidiéndoles que, pese a lo sufrido y lo que aún debían enfrentar, no albergaran odio en sus corazones. A Jack le hizo beber un último trago del brebaje amargo que le había suministrado Wasabi en sus días de agonía, asegurándole que ahora se hallaba completamente inoculado contra el veneno de serpiente. A Manuel, por otro lado, le regaló un arco acompañado de una precaria aljaba de flechas. Entonces se despidió definitivamente para regresar con el resto de supervivientes Malai Sepai que le esperaban. Jack y los demás iniciaron así su primer día de marcha.

Los secretos de la arañaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora