6. Dos impulsos y un te quiero.

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Me giré al oír un ruido en el arbusto de detrás mía cuando lo vi todo negro.

-¡Suéltame! ¡Voy a llamar a la policía! -grité mientras intentaba quitarme de encima la mano que me cubría los ojos.

-Chss, tranquila, ______. No vengo a hacerte daño -susurraron en mi oído.

-¿Álvaro? -pregunté asustada-. Eres un asesino -siseé con asco.

-Exactamente no me denominaría asesino si lo que estoy intentando es librar al mundo de una horrible plaga indeseada -dijo dándome la vuelta agarrándome de los codos para inmovilizarme.

-¡Le has matado! ¡Has matado a Kevin!

-Ah, Kevin... -Álvaro fingió que pensaba, cosa imposible en él-. Así se llamaba. Un nombre muy bonito. Qué pena que ahora esté muerto -dijo encogiéndose de hombros.

-¿Por qué lo has hecho? -susurré acercándome a él con lágrimas en los ojos-. Pensé que podía confiar en ti. Apenas te conozco pero había... hay algo en ti... mira, sé que tú no eres así -las lágrimas empezaron a brotar de mis ojos cuando vi que Georgia estaba aparcando en la entrada.

Al ver la confusión de Álvaro mientras observaba a mi compañera de piso, aproveché para dar una patada en la entrepierna del chico. Él se encogió y fue obligado a soltarme.

-¡Georgia! -corrí hacia ella llorando y la abracé.

-¿______? ¿Estás bien? ¿Qué ha pasado? -preguntó asustada.

-Hay un chico... nuestro jardín... ha matado... Kevin -intenté explicar entre sollozos mientras mis hombros se convulsionaban arriba y abajo.

Georgia se quedó con la boca abierta, y yo pensé que no me había entendido nada. Pero entonces echó a andar rápidamente golpeándome involuntariamente el hombro al pasar a mi lado y agarró a Álvaro del cuello de la camisa.

-¿Dónde está, blanco?

-Vaya -dijo melosamente el aludido-, una negra. Qué mona eres, ¿no? -preguntó irónicamente con intención de picar a mi compañera.

-¿Por qué la has llamado negra? -pregunté entre asustada y curiosa, sabiendo que no era la mejor idea hablar ahora.

-¡No te metas! -me gritaron los dos a la vez.

-¿Dónde está Kevin? -volvió a formular la pregunta Georgia.

-En el suelo, con un agujero atravesándole el corazón. El puñal de plata está a tu derecha, con el cuerpo, por si te interesa guardarlo de recuerdo -soltó una carcajada y de repente me pareció ver un destello rojo en sus ojos.

Un escalofrío me recorrió desde la nuca hasta el final de mi espalda.

Georgia vio a Kevin en el suelo, inerte, y le lanzó un puñetazo a Álvaro a una velocidad impresionante. Álvaro se agachó a tiempo y lanzó una patada al estómago de Georgia, pero ésta pegó un salto -un salto tan grande que parecía que iba a echar a volar- y se subió sobre los hombros de su contrincante.

Siguieron peleando y visto desde la distancia como lo estaba viendo yo, parecía un torbellino que te dejaba aturdida. Pero entonces, reaccioné.

Vi pasar una rata por la puerta del apartamento y rápidamente me lancé tras ella. Con una velocidad impresionante, rodé sobre la calle y atrapé la gran rata con la boca.

Qué estoy haciendo, pensé en mi interior, asustada.

Pero, aún así, no solté la rata. Tenía que tenerla. La necesitaba.

Tras un impulso, apreté mis labios en una fina línea, aún con el roedor en la boca, y noté el sabor metálico y salado de la sangre en la boca. Comencé a desgarrar la piel de mi presa y le arranqué la cabeza. La escupí, y comencé a absorber toda su sangre. Cuando terminé, comencé a volver a reflexionar.

Me acabo de comer una rata, pensé asustada.

No sabía qué estaba pasando. Volví corriendo a mi jardín, pero en el camino vi un destello de luz y me impidió reaccionar. Me quedé mirándolo de frente mientras se acercaba, y yo tuve que entornar los ojos porque me cegaba.

Oí un chirrido y a alguien acercándose corriendo a mí.

-¿Pero estás tonta, ______? ¡Casi te atropello! ¿Acaso querías que te matara?

-¿Mario? -pregunté con lágrimas en los ojos. Seguía afectada por el asesinato de Kevin y el suceso de la rata.

-Sí, soy Mario. ¿Qué coño haces a estas horas de la noche en la calle? Es peligroso -me regañó.

Parecía preocupado por mí. ¿Lo estaría? No lo sé. Solo sé que no me importaba lo que me dijera o lo que pasara, era inexplicable, pero yo a su lado me sentía segura. Tuve un impulso -el segundo de la noche- y me lancé a sus brazos llorando desconsoladamente.

Tras un momento de vacile, él puso sus brazos alrededor de mi cintura y me susurró palabras de consuelo al oído.

-Todo va a estar bien, ______. Tranquila, reina, yo te lo explicaré todo.

Sentía cómo iba cayendo en un abismo negro, no podía moverme bien. Estaba casi desmayada, pero me pareció oír su último susurro.

Te quiero.

¿Me quería Mario de verdad? Apenas me conocía. O eso pensaba.

Vampiros a medianoche [Mario Casas y tú] ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora