Desperté sobresaltada, sintiendo como si alguien me estuviera observando. Giré la cabeza a mi alrededor, pero en mi habitación no había nadie. Me asomé por la ventana, pero tampoco había nadie.
Entonces me acordé de lo que pasó ayer por la noche. ¿En serio había estado ese extraño chico observándome? Me entraron escalofríos solo de pensarlo. Y encima me había dado las buenas noches... y sabía mi nombre. ¿Por qué coño sabía mi nombre? Yo ni siquiera se lo había dicho.
Conté hasta diez para tranquilizarme, y decidí bajar a desayunar. Georgia había salido, por lo que tuve que tomar mi comida yo sola. Estaba atacando mis cereales con miel cuando llamaron a la puerta.
Abrí con un poco de miedo por si era alguien peligroso, pero me sorprendió descubrir que allí no había nadie. Me asomé un poco hacia cada lado y nada, nadie se identificó. Iba a cerrar la puerta cuando me fijé en la pequeña nota que había debajo de la puerta.
Cerré la puerta y una vez dentro pude leer una hermosa caligrafía que decía:
Si vivieras conmigo, te dejaría cartas debajo de la almohada.
Sé que no te gusta la soledad, y que también te gusta leer.
Eso te ayudaría con ambas cosas.
Att: tu admirador secreto (Mario Casas).Se me erizó el vello de la nuca al leerlo, y me quedé sin palabras. Había leído ese pequeño texto millones de veces, y nunca me cansaría de hacerlo. ¿Lo sabía Mario o había sido casualidad?
Me estaba asustando. Eso no podía ser bueno. Alguien que me tocaba el culo al conocerme, me espiaba por la ventana por la noche y que me dejaba notas debajo de la puerta antes de que me diera tiempo a decirle mi nombre no podía estar bien.
Solo había dos respuestas posibles: era un psicópata acosador o un demente.
Estaba, muy a mi pesar, terminando de recoger lo que quedaba de mi desayuno cuando volvieron a llamar a la puerta.
-¿Quién cojones es? -grité esta vez, decidida a no abrir de nuevo para encontrarme con únicamente un poco de aire y un trozo de papel.
Nadie contestó, como yo había imaginado.
-¡Cobarde! -grité, enfadada con la esperanza de que fuera Mario.
Volvieron a llamar. Me asomé por la mirilla por si había alguien de verdad, pero no había nadie. Abrí la puerta de nuevo, y miré un poco hacia la izquierda, y luego hacia la derecha... y me encontré con un cuerpo boca abajo tirado en el suelo, inerte, con la ropa de cuero negro cubierta de sangre.
Grité tapándome la boca y con los ojos desorbitados, mientras sentía cómo las lágrimas se apoderaban de mis ojos. Me arrodillé para dar la vuelta al cadáver mientras lloraba, y descubrí que era Mario.
-¡No! -se me escapó como suspirando- ¡Mario! ¡Despierta!
Le sacudía mientras lloraba, pero entonces una sonrisa se dibujó en su rostro, y sus ojos se abrieron poco a poco en una mueca burlona.
-¿Mario? -susurré con mis mejillas enrojecidas por llorar.
Se empezó a reír descontroladamente mientras yo seguía con cara de gilipollas. ¿Cómo había podido ser tan tonta para creermelo?
-¡Eres un idiota! -dije mientras me abalanzaba hacia él con intención de pegarle.
Me sujetó de los antebrazos y me los puso detrás de sus hombros, de modo que él pudo abrazarme por detrás de las caderas y mantenerme inmovilizada. Intenté zafarme de su abrazo pero no pude, así que dejé de resistirme y me quedé totalmente inmóvil, disfrutando del momento y de su olor...
-¿Qué pasa, _____? -me susurró al oído con su peculiar voz- ¿Es que acaso te habías asustado?
-¡Eres gilipollas, en serio! -fue lo único que pude decir-. ¡Déjame en paz! ¡Quiero ponerme de pie!
Me soltó y me puse de pie rápidamente, y fue entonces cuando me di cuenta de que no llevaba nada más que un camisón rojo oscuro. Además, no llevaba sujetador. Me crucé de brazos rápidamente como protegiendo mis senos, cosa que hizo que Mario soltara otra carcajada.
-Veo que te gusta dormir ligerita de ropa, ¿no, ______? -se burló mi nuevo amigo.
Y sí, ya lo había decidido. Mario era un demente.
-¿Sabes qué?
-¿Qué, reina? -preguntó enarcando una perfecta (como todo su cuerpo) ceja y con un brillo especial en los ojos.
-Eres un demente. Ve a un psicólogo. O mejor, a un psiquiatra. Con suerte, acabarás encerrado en un instituto psiquiátrico de monjas.
Dicho esto, me metí rápidamente en el apartamento y cerré la puerta detrás mía con un fuerte portazo. No quería creerme todo lo que me estaba pasando en ese primer día de mi nueva vida en Los Ángeles.
Me senté con la espalda apoyada en la puerta mientras mi pulso se iba relajando poco a poco, y mis mejillas volvían a su color natural -muy blanco, como la piel de Mario-. Cerré los ojos y volví a contar hasta diez como había hecho esa mañana, pero algo me detuvo. Me sentía observada.
Abrí los ojos y allí estaba Mario, de pie, delante mía, brillando como un ángel.
-¿Cómo has entrado? -pregunté asustada.
-Me he teletransportado -dijo socarronamente-. ¿Es que no sabías, ______, que los ángeles como yo tenemos poderes?
-Que te den. Deja de vacilarme ya. ¿No te cansas?
-Te estoy diciendo la verdad. Quiero ser tu ángel guardián. El ángel guardián de _______ Martínez. ¿Te imaginas? Estaría genial, eh -dijo acercándose poco a poco a mí.
-Vete de mi puta casa antes de que llame yo a las mojas.
-Está bien, ya me voy... pero, ______, promete que colgarás mi nota en una pared de tu habitación.
-¡Que te largues, tronco! -grité fuera de mí.
-Vale, chica mala, no sea que me vayas a pegar... -vaciló con una medio sonrisa mientras salía por la puerta-. Ah, por cierto, mira en la mesa.
Me giré y había una rosa roja, muy roja en la mesa. La olí. Olía a sangre.
Iba a interrogar a Mario sobre aquello cuando me di cuenta de que ya se había ido. Me asomé a la carretera y no había ni rastro de él ni de su moto.
Subí las escaleras corriendo, busqué una chincheta y colgué su nota en una pared como él me había pedido.
Vaya, ______, mujer de palabra, ¿no?
Volví a oír su voz en mi cabeza, pero desgraciadamente, él no estaba allí.
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Vampiros a medianoche [Mario Casas y tú] ©
Vampiros________ es una leyenda, pero ella no lo sabe. Su deber, establecer la paz entre los vampiros y los hombres lobo, parece cada vez más complicado. Se ha criado fuera del mundo al que realmente pertenece, pero se irá adentrando poco a poco al enamorar...