Prólogo

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La velocidad del coche rojo cereza con el techo descapotable creaba una estrecha relación entre el viento y el rostro de Elena Bristol. No podía ocultar la emoción de vivir un verano en la isla de Capri. A sus recién cumplidos veinte años, se imaginaba a las personas que conocería, las canciones que bailaría y las deliciosas cenas a las que asistiría. Para una joven ansiosa por empezar a vivir, el verano de 1968 prometía ser el inicio de una nueva vida.

La vista del mar desde la carretera deslumbraba a cualquiera; no había ventanas o edificios que ocultaran la belleza azulada.

—Elena, no apartes los ojos del camino. Tú al volante eres un peligro —dijo la señora Bristol, una mujer centrada que, según su hija, era vidente. Siempre sabía lo que iba a pasar, especialmente lo malo. Decía cosas como: "Si no haces las cosas de la forma correcta, tendrás problemas", "Si no sabes hacer un buen desayuno, tu esposa te dejará", "Si no sabes vestir bien, morirás sola".

—Tranquila, madre, tengo todo bajo control. ¿No estás emocionada por este viaje? Es nuestro primer viaje como familia —respondió Elena alegremente.

—Solo espero que no pongas en vergüenza el nombre de la familia —dijo con seriedad el señor Bristol, un hombre excepcionalmente rico, dueño y heredero de la fábrica de zapatos Bristol. Un hombre criado bajo el clásico régimen de "Eres el hombre de la casa".

Elena solo miró de reojo a su padre, reconociendo la importancia de este viaje familiar para el que había sido preparada desde pequeña.

La tensión en el auto era palpable. La señora Bristol, desde el asiento trasero, observaba la rivalidad entre padre e hija. El ambiente permaneció en silencio hasta que Elena, para aliviar la desaprobación de su padre, encendió la radio. Una suave canción de amor veraniego comenzó a sonar.

Playa, sol, palmeras y aire salado eran suficientes para transformar el mundo rutinario al que Elena estaba acostumbrada.

Summer WineDonde viven las historias. Descúbrelo ahora