La villa del Triunfo

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La familia Bristol  esperan convertir este verano en un ventanal para la futura vida de su hija, hacer de su nombre y presidencia un posible icono de reconocimiento, estabilidad y perfección entre las familias y personajes que acudan a la Villa del Triunfo.

—Elena, recuerda que estas vacaciones son una oportunidad para encontrar un buen marido —dijo su padre—. Con tu carisma e inteligencia, estoy seguro de que atraerás a varios pretendientes.

—Lo sé, padre. Yo también quiero un esposo con quien pueda confiar y amar, no solo alguien rico —respondió ella.

Elena le dedico una cálida sonrisa a su padre que, a pesar de sus ideas, es un hombre que ama a su hija.

La familia llegó finalmente a la Villa del Triunfo, anunciada por las altas palmeras que se erguían como guardianes del lujo. Elena sintió una oleada de nervios, ansiedad y emoción al mismo tiempo. La villa, con su fachada deslumbrante, parecía sacada de un programa de televisión: vibrante, animada y llena de vida.

El edificio, una joya arquitectónica de los años 60, estaba adornado con colores vivos y detalles elegantes que reflejaban una época de esplendor. Los huéspedes, algunos registrándose con anticipación y otros saliendo con amplias sonrisas, dejaban entrever la promesa de un verano inolvidable. Para Elena, esta visión era un indicio claro de las experiencias emocionantes que le aguardaban.

La villa ya había cautivado a Elena, pero en momento que ella entro a su  habitación, no pudo evitar compartir su asombro con una sonrisa. La decoración clásica en tonos amarillos y crema le dio una cálida bienvenida. La cama, que parecía haber sido hecha a su medida, tenía un colchón del más suave algodón y sábanas de finas capas de seda. Un elegante escritorio, acompañado por una pequeña colección de libros, completaba el ambiente. Aunque la habitación en su residencia en Londres era digna de competencia, la suite de la villa era la ganadora indiscutible.

La cálida brisa del océano que se filtraba por la ventana añadía un toque de magia. La vista desde el balcón era hipnotizante, digna de ser capturada en una fotografía. Elena suspiró, enamorada del aire cálido, el sol y la vista.

—Elena, ¿quién ha robado un suspiro de tus labios? —interrumpió su madre.

—Este lugar es magnífico. ¿Podría casarme con la vista?

—Lo lamento, hija. Eso no sería posible, pero ya tenemos destino para tu luna de miel —bromeó su madre.

Elena cambió su sonrisa enamorada por una expresión seria. Aunque el viaje le emocionaba, también hacía que su estómago diera vueltas. Quería conocer a alguien, pero el futuro le aterraba.

—Tranquila, hija. Todo saldrá bien. Me gustaría informarte que tu padre fue invitado a una cena con socios de varias empresas e importantes miembros de una universidad, así que tienes de dónde escoger —dijo su madre con un toque de humor, provocando una risa nerviosa en Elena.

—Eso suena bien, buscaré qué ponerme —trató de cambiar el ambiente cargado de angustia e irritabilidad que su madre había creado—. ¿Está bien si uso un vestido corto? Hace un poco de calor.

—Por supuesto, tienes bonitas piernas —se despidió su madre, saliendo de la habitación.

El ambiente en la habitación se tranquilizó, pero ahora los pensamientos de preocupación se asomaron a la mente de Elena. Sabía exactamente lo que quería, pero temía lo que el destino le tenía preparado.

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