Por unas tartas

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Los padres de Helena ya se habían perdido entre los demás huéspedes. La joven se encontraba ansiosa, ya que, por ahora, no habría intervención de sus padres; dependía de ella tomar las decisiones.

Colín, con una sonrisa, le ofreció su brazo a Helena. Ella lo tomó con algo de desconfianza, pero aun así le devolvió una sonrisa.

—¿Tienes hambre? —preguntó Colín.

Eso extrañó a Helena, acababan de desayunar. ¿Por qué preguntaría algo así?

—Creo que no te gustó mucho el desayuno, vi que dejaste tu plato intacto —dijo Colín, al notar la expresión de confusión de Helena—. Te propongo ir a un café. Es el mejor de toda la isla, al menos en mi opinión. ¿Qué tal si vamos para que me des tu veredicto? —preguntó Colín, sonriendo.

—¿Está cerca de aquí? —cuestionó Helena.

—Sí, de hecho, no necesitamos salir del recinto de la villa.

—De acuerdo, te sigo.

Colín, con un aire de entusiasmo, dirigió a Helena al café. El pequeño establecimiento estaba dentro de la Villa del Triunfo; solo tenían que cruzar uno de los jardines del recinto para llegar.

—¿Qué te ha parecido el lugar? —preguntó Colín.

—No he recorrido todo el lugar, no olvides darme mi recorrido.

—Claro que no lo he olvidado, solo estoy planeando nuestra ruta. La villa es un gran resort, así que necesitamos un plan estratégico y óptimo para poder disfrutar de todas las atracciones —dijo Colín—. ¿Cuánto te quedarás en la villa?

—Volveremos a Londres la última semana de agosto, o hasta que encuentre un marido —bromeó Helena. A pesar del poco tiempo que lleva conociendo a Colín, él parecía alguien agradable y se sentía cómoda.

El joven solo lanzó un pequeño "Oh", sin interés. El ambiente cómodo y amigable se había diluido, ahora solo había un silencio incómodo.

—Lo lamento, solo quería bromear un poco —dijo Helena.

—Eso espero —dijo Colín, serio—. Porque si es así, lo más probable es que mañana mismo usted y su familia regresen a Londres. Escuché que cerca de una docena de hombres han hablado con su padre mostrando interés en usted —dijo Colín sin mirarla, manteniendo el tono serio.

—¿Qué está tratando de decir? —preguntó Helena, ya sonrojada por completo.

—Usted sabe de lo que hablo, si no fuera así no estaría como un tomate —dijo Colín, mirándola con una sonrisa ladina—. Mi estimada Helena, hay muchos hombres que se creen lo suficientemente importantes como para considerar que las mujeres son flores y tener el derecho de arrancarlas.

Las palabras de Colín confundieron a Helena, quien no estaba segura de sus intenciones. Antes de que pudiera decir algo, se detuvieron frente a la cafetería Gota de Miel.

Colín tomó la mano de Helena, que estaba posada en su antebrazo, y se apresuraron a entrar.

El café era pequeño, pero los grandes ventanales lo hacían ver iluminado y amplio. Las paredes estaban pintadas de un amarillo claro. El establecimiento estaba lleno de flores y fotografías en la pared.

Cuando ya estaban adentro, Colín le acercó una de las sillas de madera a Helena para que tomara asiento y después él tomó el asiento frente a ella.

—¿Me permite recomendarle la tarta de manzana y canela...?

—Soy alérgica a la canela —lo interrumpió Helena—. Pero me gustan las tartas —dijo Helena, lanzando una sonrisa nerviosa al darse cuenta de que había dejado a Colín con las palabras atascadas en la boca.

Summer WineDonde viven las historias. Descúbrelo ahora