El sol se fundió en el océano y Elena desvió su mirada del alto espejo donde se preparaba para admirar el difuminado manto del sol. La importante cena estaba a menos de dos pasos. Recordaba todos esos modales ante la mesa y había leído el periódico para tener uno que otro tema de conversación. Estaba preparada; sin embargo, los nervios no podían apagarse y su corazón, por más que trataba de tranquilizarse, no dejaba de correr como un galgo.
Un pequeño golpe en la puerta la llamó.
-Hija, ¿estás lista? -Era su padre, quien miró fijamente a su hija-. Una sonrisa es suficiente para explotar tu belleza.
-Papá, ¿puedes dejar de hacer eso? -Una Elena sonrojada se acercó a su padre-. ¿Ya es hora de la cena?
-Sí, recuerda que no me puedes prohibir admirar lo bella que es mi hija.
Salieron por el umbral. La joven y su padre subieron al ascensor.
-Sé que no me voy a casar, aún, pero estoy algo nerviosa -dijo, mirando a su padre con una sonrisa ladeada.
-Yo igual, a veces me abruman los pensamientos de verte cerca de un hombre que te ame más que yo.
-Papá, no tenemos que comenzar con esa conversación.
-No puedo evitarlo, eres mi tesoro y... -fue interrumpido por su hija.
-¿Y mamá? Pensé que cenaría con nosotros.
-No quieres ponerte sentimental, ¿verdad? -dijo su padre con gracia-. Tu madre nos espera en el vestíbulo.
El ascensor se detuvo en el pintoresco y elegante vestíbulo de la villa. Elena salió del ascensor y, ahora que estaba a pocos pasos de las puertas del gran comedor, sus nervios se incrementaron y su estómago se llenó de pequeñas burbujas que subían a su garganta. No te atrevas a vomitar, Elena, se reprendía a sí misma.
Un hombre con uniforme se acercó a su padre y les pidió su nombre para permitirles entrar, mientras Elena apretaba sus manos en puños.
-Vamos, cariño, no estés nerviosa -la consoló su madre-. Te conozco y te he enseñado las cosas correctas, solo recuerda todo lo que tu padre y yo te hemos enseñado: sonríe, escucha y, si te preguntan algo, no mires a tu padre o a mí, eso te hace parecer una pequeña niña.
Entraron al comedor, donde un aire de alcohol y cigarrillo se adentró por su nariz, provocando una tos en Elena. El lugar estaba cubierto por una ligera capa de humo y la música sonaba lo suficientemente alto como para tener que inclinar la cabeza hacia la boca de las personas para escucharlas.
-Bristol y familia, bienvenidos -un hombre alto con unos cuantos años a sus espaldas los saludó-. Por favor, vayan a su mesa. Los he acomodado en la mesa con mis más cercanos socios. -Chocó el hombro de su padre, como si ese acto hubiera sido un golpe de favor.
La mesa estaba en el centro, rodeada de otras mesas con personas bebiendo, comiendo y conversando. Fuera de las mesas había una masa de sonido y movimiento. Elena tomó asiento a un costado de su madre, quedando entre ella y un asiento vacío, lo que le dio cierto alivio.
-Señorita Bristol, bienvenida. ¿Es su primera cena formal? -La llamó un joven hombre que se encontraba sentado enfrente de ella, con una mirada que compartía interés.
-¿Una cena formal? No quiero ni pensar cómo serán las juntas de negocios de mi padre. Eso sacó una risa al joven hombre.
-Bueno, aún no he tenido el honor de ser invitado a una reunión del señor Bristol, pero en general estas reuniones son más para conocer a nuevas personas y pasar un buen rato.
-Señor Richards, me alegro de verlo -lo saludó el padre de Elena-. ¿Cómo ha estado todo?
-Excelente, decidí tomar un tiempo y disfrutar de la villa. -El verano es una buena época.
La conversación entre el joven Richards y el padre de Elena se extendió más de lo que a Elena le hubiera gustado. Ya no había un lugar para ella en la conversación. Miró a su madre, quien simplemente tomaba una copa de vino mientras esperaba la comida. Esto se convirtió en un evento aburrido para ella.
En el salón había personas bailando, otras disfrutaban de la comida y muchos llevaban copa tras copa de alcohol.
-Mil disculpas, señorita Bristol -el señor Richards volvió a dirigirse a Elena-, no pretendo ofender, pero su padre es de mucha palabra.
-No hay molestia, lo reconozco, mi padre es una cacatúa -dijo con una mirada de sorpresa y diversión-. Si no es un inconveniente, podrías llamarme Elena.
-Claro que podría, Elena. La comida tardará y creo que el beber no es lo suyo -mencionó al ver la copa de vino intacta ante ella-. ¿Le gustaría bailar mientras platicamos un poco?
-Por supuesto -no tardó en responder, emocionada.
La pista de baile era pequeña pero cómoda; había pocas parejas que disfrutaban del baile.
-¿Estás preparada para lo que sigue? -preguntó el joven.
-¿Qué es lo que sigue? -Elena preguntó extrañada.
-Sabes, mi madre dice que los tontos son aquellos que responden una pregunta con otra pregunta -la miró con ojos juguetones.
-Sabes, mi padre dice algo similar, solo los tontos hacen preguntas que se contestan con otras preguntas.
-Mira, le han enseñado bien. Pero me refiero a que estás aquí para comenzar tu vida. ¿Estás lista?
-Eso creo, estoy muy emocionada.
-¿Por casarse?
-Más bien por comenzar a vivir. Esta es mi primera cena y la primera vez que disfruto de una noche de baile. ¿Puedo preguntar un par de cosas?
-Adelante, comparte tu interrogante -habló divertido el señor Richards.
-No es una pregunta complicada. ¿No te molesta que te llamen "señor"? Digo, a mi padre le dicen de esa forma, pero él tiene 50 años. A ti también te llaman así, pero no pareces mayor de 30.
-¿"A ti"? ¿Desde cuándo tanta confianza? -Eso sorprendió a Elena, haciéndola avergonzarse-. Descuida, extrañaba esa informalidad. Para serte sincero, es un poco molesto. Hace no mucho tiempo me decían "joven Richards", pero ahora me llaman "señor" y solo tengo 24. Es indignante -lo último lo dijo exaltado mientras susurraba.
-¿Cómo te llamo, joven o señor?
-Llámame por mi nombre, Colín, y sin formalidades, por favor, Elena.
-De acuerdo, Colín.
Sonó una campana que llamaba a los comensales a tomar asiento. La cena ya estaba por servirse.
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Summer Wine
RomansaUn verano en Capri Un Verano para descubrir Un verano para amar Un verano para Elena