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Enzo terminó de bañarse, disfrutando de la sensación refrescante del agua al eliminar el sudor que cubría su piel, dejándola limpia y libre de esa molesta sensación pegajosa. Se secó con la toalla, sintiendo cómo su cuerpo recuperaba una ligereza y frescura que hacía tiempo no experimentaba

terminó de vestirse, ajustando cada prenda con cuidado. Luego, se acarició el cabello, intentando acomodarlo. Sus ojos se sentían cansados, reflejando el peso de las largas horas sin descanso, pero aun así, había una determinación en su mirada.

*

—Señor Recalt, hemos encontrado un cuerpo que sospechamos podría ser su hijo.

El padre de Matías suspiró, sintiendo cómo los nervios se colaban por sus huesos. Su corazón latía con fuerza, y un miedo indescriptible se apoderaba de él.

—Vamos —dijo con voz firme, aunque por dentro sentía que el mundo se desmoronaba a su alrededor.

Matías, ahora vestido y con su cabello en orden, notó la tensión en el rostro de su padre.

—¿Qué sucede, papá? —preguntó con preocupación.

Su padre lo miró, los ojos llenos de una mezcla de miedo y esperanza.

—Encontraron un cuerpo... temen que podría ser tu hermano —respondió, la voz apenas un susurro.

Matías sintió que su corazón se detenía un instante antes de empezar a latir desbocado. Sin decir una palabra más, siguieron a los oficiales, ambos conscientes de que cada paso los acercaba a una verdad que temían enfrentar

Tuvo que hacerse el desentendido de esa conversación.

Sí, era el cuerpo de su hermano, que ya mostraba signos de descomposición. Matías sintió las náuseas golpearlo como una cachetada, obligándolo a llevarse una mano a la boca para contener el vómito.

—Oh, Dios... —murmuró su padre, la voz quebrada por la emoción y el horror.

Matías desvió la mirada, incapaz de soportar la visión de su hermano en ese estado.

—Tenemos que encontrar a quien hizo esto —dijo entre dientes, con una determinación feroz—. No puede quedar impune.

Matías terminó vomitando en otro contenedor; el olor era asqueroso e imposible de ignorar.

—Nos llevaremos el cadáver para hacerle un análisis —dijo uno de los oficiales.

Matías ni siquiera los miró ni reaccionó. Su mente estaba atrapada en una espiral de dolor y rabia, incapaz de procesar completamente la realidad frente a él. Se quedó allí, sintiéndose desamparado y perdido, mientras los oficiales trabajaban a su alrededor, ajenos a su tormento interno.

*

—Claro que no, Juani, eso no es cierto. —Enzo rodó los ojos mientras lo miraba.—Los fantasmas no existen.

Juani negó con la cabeza, sus ojos grandes y llenos de convicción.

—Sí existen —insistió, su voz firme—. Los he visto, Enzo.

Enzo suspiró, intentando no mostrar su frustración.

—Juani, son solo historias. No hay nada que temer.

—No son solo historias —replicó Juani—. Los fantasmas son reales, y te lo demostraré.

Enzo suspiró de nuevo, esta vez con una mezcla de exasperación y cariño. No podía entender de dónde venía la obstinación de Juani, pero sabía que discutir más no llevaría a ninguna parte.

—Está bien, Juani —dijo con un tono más conciliador—. Muéstrame entonces. ¿Dónde están esos fantasmas que dices ver?

Juani lo miró fijamente, como si evaluara si Enzo estaba realmente dispuesto a escuchar. Finalmente, asintió y señaló hacia la esquina oscura de la habitación.

—Allí, en esa esquina. Siempre aparecen cuando las luces están apagadas.

Enzo frunció el ceño, dirigiendo su mirada hacia el lugar indicado. No veía nada fuera de lo común, solo sombras y oscuridad. Pero por el bien de Juani, decidió seguirle el juego.

—De acuerdo —dijo—. Vamos a apagar las luces y ver qué pasa.

Juani asintió con entusiasmo, y Enzo se dirigió al interruptor de la luz. Con un click, la habitación quedó sumida en penumbras. Ambos se quedaron en silencio, esperando.

Después de unos momentos, Enzo susurró.

—¿Ves algo, Juani?.

*

Matías seguía de pie, temblando ligeramente mientras los oficiales se llevaban el cuerpo de su hermano. Su padre, con la cara pálida y llena de arrugas de preocupación, le puso una mano en el hombro.

—Tenemos que ser fuertes, hijo —dijo en un susurro—. Esto no termina aquí.

Matías asintió, aún con las náuseas amenazando volver, pero su determinación se reforzó con las palabras de su padre.

—Lo sé, papá. Vamos a encontrar a quien hizo esto —dijo Matías, con una voz que trataba de ser firme.

El padre de Matías miró a su hijo con orgullo y tristeza.

—Primero debemos seguir los procedimientos. Hay que esperar los resultados del análisis. Mientras tanto, debemos apoyarnos mutuamente.

Matías sabía que tenía razón, pero la espera le parecía insoportable. Cada segundo que pasaba sin respuestas era una tortura. Mientras caminaban de regreso al auto, sintió el peso de la pérdida y la responsabilidad de buscar justicia para su hermano.

Al llegar al auto, se detuvo un momento y miró a su padre.

—No voy a descansar hasta que sepamos la verdad —dijo Matías con firmeza.

—Yo tampoco, hijo —respondió su padre, su voz quebrándose un poco—. Yo tampoco.

Ambos se subieron al auto, listos para enfrentar la tormenta de emociones y desafíos que les esperaba, unidos por el amor y la pérdida compartida.

Pecados y RedenciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora