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Lisa

Dicen que las mujeres pueden guardar rencores mejor que nadie. Que su memoria sea fuerte para recordar sólo las malas y olvidar todas las buenas y alegres. No lo creí hasta que pasó una semana entera en la que no había tenido noticias de Jennie, ni la había visto por los clubes que frecuentaba en un intento de verla.

No sé si ella estaba fuera de la ciudad o si se había olvidado de mí y había seguido adelante. No podía restablecer una nueva conexión, especialmente cuando la que ya había creado iba bien. Necesitaba despejar mi mente. Mirar las cosas desde una perspectiva diferente. Necesitaba respirar y obligar a mi mente a alejarse de la mujer diabólica que ocupa mi mente y mi alma.

Si no la veía hoy en su club, entonces sabía lo que haría. La amable y educada Lisa desaparecería y reemplazaría al brutal y decidido detective. Me reincorporaría a la fuerza y ​​uniría fuerzas con Blake y esperaría que una pista me trajera de regreso con ella.

Necesitaba venganza y necesitaba justicia. Dos lados de la misma moneda. Una más violenta y sangrienta que la otra, pero no creo que elegiría esta última cuando la pusiera en mis manos. A Jennie no le importaba nadie más que ella misma, y ​​esa mujer codiciosa necesitaba ser cerrada para siempre.

Estaba siendo mezquino, y era repugnante, honesto, pero la parte racional de mí que compartimentaba entre el trabajo y la vida personal quedó diezmada. Después de tomar una ducha tensa con una erección furiosa para una mujer esposada con una risa seductora, me vestí y me dirigí al bar de su hotel, donde nos conocimos por primera vez.

No sé si fue casualidad o si ella sabía dónde iba a estar, pero estaba en la barra, sentada sola con una bebida en la mano. Me tomé un momento para poder apreciar su belleza natural. Sólo un idiota no se detendría a contemplar la belleza celestial de esta mujer. Jennie Kim tenía ese efecto en mí. Era asombroso, provocador y exasperante.

Su cabello oscuro estaba peinado y peinado hacia atrás en un moño apretado sin un solo mechón fuera de lugar. Como no lo llevaba suelto, dejaba ver el vestido que llevaba puesto. Un vestido negro sin espalda que hacía alarde del sexy tatuaje que tenía y que yo todavía tenía que lamer y trazar.

El vestido era corto, apenas cubría sus muslos y, por muy revelador que fuera, tenía mangas largas y no dejaba ver gran parte de su pecho ni de sus senos. Era el vestido más sexy que había visto en una mujer y sabía que se debía principalmente a la mujer y no al vestido.

En sus pies se colocaban tacones altos y oscuros con cordones que se ataba alrededor de sus tobillos. Su abrigo estaba colocado a su lado, junto con su bolso y su teléfono. En el momento en que inclinó la cabeza hacia un lado y me sonrió, estaba jodidamente perdido. Ladraría si ella me lo dijera, y esa era la maldita verdad.

Honesto a Dios.

SHUT DOWN | JENLISADonde viven las historias. Descúbrelo ahora