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Su mirada estaba perdida en el televisor, donde alguna caricatura de la que desconocía el nombre pasaba alguna canción infantil que no podía reconocer. Richarlyson estaba sentado en el suelo de la sala, moviendo su cabeza al ritmo de la música. Cellbit se sentía desconectado de sus propios pensamientos, incapaz de procesar un sentimiento sobre el entumecimiento de su pecho.

Después de que Roier se hubiera marchado, comenzó a llevar su día con la mayor normalidad posible para no alertar a su hijo. Cocinó algo con la comida enlatada en la alacena y se dio el tiempo de caminar alrededor de la casa junto a Richarlyson. Fue un pensamiento pesimista, pero no pudo evitar arruinarse la experiencia pensando si así podría haber sido su vida si hubiera seguido los pasos de su padre.

Un vistazo a su hijo fue suficiente, así que volvió a la sala, puso caricaturas y se hundió en su mente.

El timbre sonó y su mirada de inmediato se dirigió a la ventana de la sala. Había un auto negro estacionado afuera, pero no era el mismo con el que Roier y él habían llegado ahí antes. Tragó en seco y se levantó, acariciando los rizos de Richarlyson antes de dirigirse hasta la puerta.

Al abrir se encontró un rostro conocido, Mariana, uno de los que había acompañado a Roier al bar todos esos días. Ladeó la cabeza y sonrió.

—Hola —dijo con suavidad y giró la perilla de la puerta un par de veces—. Está abierto, no tenías que tocar.

—Tienes a tu niño aquí adentro, no voy a pasarme a tu casa, así nomás, tengo principios —levantó un par de bolsas que Cellbit no había notado—. Les traje algo.

Cellbit bufó una risa y se hizo a un lado, abriendo un poco más la puerta.

—Pasa.

Mariana obedeció y se adentró en el lugar. Cellbit cerró la puerta, no sin antes mirar afuera para confirmar que no había nadie más ahí.

—¿Roier no viene contigo?

—Nah, se quedó atorado en el trabajo, luego se aparece —se encogió de hombros.

Ambos caminaron hasta la cocina, donde Mariana dejó las bolsas sobre la mesa. Cellbit observó como sacaba ropa a montones, camisas, sudaderas, un par de pantalones. Tuvo que tragarse el decir que no necesitaba aquello, que quería dejar de deber cosas, pero tomando en cuenta donde estaba, dudaba que eso sirviera de algo.

—No sé qué le gusta a tu niño, creo que me excedí con las playeras de Spider-Man... —hizo una mueca y levantó una de las prendas. Buscó un poco más y se emocionó, sacando una camisa de la selección brasileña de fútbol—. Mira.

El otro hombre rodó los ojos soltando una larga risa.

—Gracias, no tenías que.

—Oh, es un regalo de bienvenida, anda. Sé que mis gustos no son lo mejor del mundo, pero te prometo que hasta de trapo te va a servir sin pedos —le aseguró y miró alrededor. Sus ojos pronto notaron los platos recién lavados y la encimera—. Tenemos que ir por la despensa un día de estos.

Chasqueó su lengua y Cellbit estuvo de acuerdo. Aún no tenía ni siquiera bien claro cuál era el plan de Roier, o sí siquiera había alguno en todo caso. Necesitaba hablar con él más tarde, poner bien en orden, lo que se suponía que pasaría cuando él y Richarlyson no pudieran estar encerrados para siempre.

—¿Quieres quedarte en la sala? Mi hijo está viendo televisión, pero no creo que le moleste un poco de compañía.

Mariana asintió con un poco de dudas.

—¿Seguro? Yo estoy bien quedándome aquí si se te hace más cómodo, yo no tengo problema.

—No, de verdad está bien.

Reckless Devotion [Guapoduo]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora