Prólogo.

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Llevaba unos seis meses levantándose de aquella cama, ahora fría, vacía y desolada, y siempre repetía las mismas acciones, casi como si fuera una autómata. Se lavó, se vistió y desayunó un café mirando por las ventanas de su súper ático, una vista espléndida del horizonte, sobre el río Hudson. En el horizonte se podía ver la imponente Estatua de la Libertad y la Isla Ellis.

Dio un sorbo a su bebida caliente, perdiéndose en la observación del tráfico en el puerto de Nueva York que ya estaba a pleno rendimiento. Se había convertido casi en un ritual ver despegar y aterrizar los helicópteros en el helipuerto, realizar las habituales visitas turísticas, los ferrys que se turnaban en el río y los yates privados que navegaban por aquellas aguas que separaban Nueva York de Nueva Jersey, pasando bajo el majestuoso puente de Brooklyn.

Estaba allí, todavía, como cada mañana, perdida en sus pensamientos. Como siempre miró a su izquierda, pero, como siempre, encontró el asiento vacío. Ella se había ido para siempre y nunca volvería. Le había dejado un vacío interior inllevable que, combinado con el sentimiento de culpa, el remordimiento, los arrepentimientos y ese sentimiento constante de no ser adecuada, la habían despojado de la alegría de vivir. Ni siquiera Madison, su hija de tres años, había conseguido devolverle esa luz a sus ojos. De alguna manera, Lexa también había muerto ese día, ahora solo estaba sobreviviendo. El peso de sus decisiones se había vuelto demasiado abrumador para soportarlo y continuaba castigándose a sí misma, día tras día. Sólo así pudo seguir adelante.

Escuchó ruidos provenientes del área de dormir. Pequeños pasos golpeaban frenéticamente por la alfombra, seguidos de otros más moderados y tranquilos. Vio emerger el cabello de Madi y, como de costumbre, ella se escapó de la niñera porque no quería vestirse. Ese pequeño terremoto fue un desastre en la mañana. Siempre era la misma historia, disfrutaba volviendo loca al ama de llaves sólo porque quería que lo persiguieran. Madi dio un par de vueltas a la mesa haciendo marear a la pobre Indra y corrió en dirección a su madre quien, sacudiendo la cabeza, la agarró por el pijama, dándole oportunidad a la niñera de tomarla y levantarla.

— Le pido perdón, señora — se apresuró a decir Indra.

—¡Mamá! — exclamó la niña, curvando sus labios en una espléndida sonrisa.

Lexa miró fijamente a su hija por un momento, incapaz de mostrar la más mínima emoción, pero ya no tenía ninguna, se sentía tan vacía que hasta el dolor se había convertido en apatía.

—Está bien... — murmuró sin tono, volviéndose hacia la niñera, antes de dejar la taza sobre la mesa.

Agarró la chaqueta del traje y se la puso, cogió las llaves y las metió en el bolso, cogió el maletín y se dirigió hacia la puerta principal. Apenas se giró para saludar cuando su mano rozó el mango.

— Nos vemos esta noche... Madi, pórtate bien — intentó decir en tono monótono, ante la mirada de su hija y de su niñera que la vieron partir.

***

Clarke bostezó por enésima vez, sin importarle quién pudiera verla. La educación en ese momento era sólo un mero detalle, ella estaba hecha pedazos, y necesitaba su dosis diaria de café, ese impulso que solo la bebida milagrosa podía darle antes de comenzar a conectar cualquier pensamiento significativo. 

Vertió su medicamento diario en uno de los vasos y confiaba en su efecto, aunque no estaba muy segura.

Su boca se abrió de nuevo en un bostezo mientras salpicaba una gota de leche en su bebida caliente. Agarró la taza, giró la cuchara y fue a sentarse en una mesa en la sala de descanso.

— Vaya, si abres un poco más la boca puedo ver el color de tus bragas... — exclamó irónicamente una colega, acercándose y obligándola a bostezar de nuevo sin freno.

Trust me... Again (Clexa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora