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Nobita entró en su habitación después de despedirse de Sarah y Flock. Al abrir la puerta, se encontró con Doraemon sentado en su cama, esperándolo.

—¿Qué tal tu día? —preguntó Doraemon, sonriéndole de manera cansada.

Nobita soltó un suspiro y se dejó caer en el tatami al lado de él.

—No mucho —murmuró. Que lo molestaran no era nuevo, así que no tenía sentido contárselo. —Lo único bueno fue Sarah… Su hermano también me quiere, así que no puedo estar más feliz—

Doraemon se puso serio, su expresión reflejando preocupación.

—Dorami y Sewashi se fueron después de analizar los datos que obtuvimos de ti… Llegamos a la conclusión de que efectivamente no son sueños, sino recuerdos —dijo mientras metía la mano en su bolsillo y sacaba un dorayaki. —Aunque creo que eso tú ya lo sabes —agregó antes de morderlo. —Llegamos a la conclusión de que lo mejor es que no le contemos a nadie esto —añadió, sabiendo el revuelo que podría causar esa información.

Nobita asintió, sus ojos reflejando una mezcla de aceptación y resignación—Lo sé, Doraemon. Es... complicado. A veces es difícil separar los recuerdos de nuestras vidas pasadas de lo que estamos viviendo ahora. Pero Sarah y yo lo manejamos, y saber que tú también nos apoyas hace todo más fácil—

Doraemon lo miró con empatía—Entiendo. Ustedes han pasado por mucho, y todo esto debe ser abrumador. Pero recuerden que no están solos en esto. Siempre estaré aquí para ayudarlos—

Nobita sonrió débilmente—Gracias, Doraemon. Saber que cuento contigo me da fuerzas. Sarah y yo hemos decidido que nuestro amor es más fuerte que cualquier cosa. No importa cuántas vidas hayamos vivido, siempre encontraremos la manera de estar juntos—

Doraemon le dio una palmada en la espalda, sonriendo—Esa es la actitud, Nobita. Mantén esa determinación y todo saldrá bien—

El sonido de Tamako llamándolos para que bajaran por un refrigerio se escuchó, y tanto Nobita como Doraemon se pusieron de pie. Doraemon se lavó las manos rápidamente en el baño y se fue hacia la cocina. Nobita miró su reflejo en el espejo, pero en lugar de ver su propio rostro, vio a un joven soldado japonés de la Segunda Guerra Mundial. Estaba herido, su uniforme desgarrado y ensangrentado. Los soldados estadounidenses lo habían capturado y lo llevaron a un campamento para interrogarlo. Antes de que pudieran obtener información, debían curarlo lo suficiente como para que pudiera hablar.

Nobita, o más bien su versión pasada, estaba atado a una silla en una carpa médica. Un soldado estadounidense entró, apuntándole con un arma a la cabeza. —No intentes nada raro— le advirtió con voz fría.

Una enfermera americana, con el rostro pálido y ojos llenos de preocupación, entró en la carpa. Al verla, Nobita quedó paralizado. Era Sarah. Ella también se detuvo en seco, sus ojos encontrándose y ambos siendo abrumados por los recuerdos de sus vidas pasadas juntos. Una conexión profunda e inexplicable surgió en ese instante, pero ninguno dijo una palabra.

Con manos temblorosas, Sarah comenzó a limpiar y vendar sus heridas. Nobita no apartó la vista de ella, reconociendo en su mirada el mismo amor y sufrimiento que habían compartido en tantas vidas anteriores. La tensión en la carpa era palpable, pero ninguno se atrevió a romper el silencio.

Esa noche, mientras la luna llena iluminaba el campamento, Sarah regresó. Sus pasos eran silenciosos, su expresión decidida. —Voy a sacarte de aquí— susurró, desatando las cuerdas que lo mantenían atado.

Nobita asintió, sus ojos agradecidos. Sabía que estaba poniendo en riesgo su vida, pero no podía dejar que ella lo hiciera sola. Salieron de la carpa con cuidado, moviéndose entre las sombras. Sin embargo, no llegaron lejos.

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