008. Diferencias

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Sukuna odia las mañanas. El cantar de los pajarillos, el salir con pesadez de la cama y ver el sol conquistar los cielos son cosas que desprecia con toda el alma. Es una maldición que vive en un gigantesco castillo oscuro para tener que lidiar lo menos posible con la luz del sol. Los ventanales, además de servir como decoración, tienen colores específicos para mitigar la intensa luz del día a día. Sukuna se talló los ojos mientras se dirigía al comedor para desayunar a paso lento al estar recién despierto. Al acercarse a la puerta escuchó los murmullos de los sirvientes, animándose a trabajar más rápido.

—Buenos días, mi rey—. Los sirvientes dijeron al unísono una vez que el gran conquistador de sus tierras entró a la sala.

La mesa estaba siendo puesta como cada mañana. La vajilla estaba colocada elegantemente frente a cada asiento, las velas estaban simétricamente colocadas entre los espacios vacíos y se podía percibir un sutil aroma a limón de lo limpio que estaba todo. Los sirvientes se formaron contra el perímetro de la habitación como de costumbre al escuchar que el rey se acercaba. Sukuna inspeccionó los rostros que veía cada mañana, asegurándose de que nadie faltara. Era extraño no verte en tu sitio habitual como era de costumbre. La señora Inoue no te había visto a la hora del desayuno ni en la cocina. Estaba tan preocupada que ya había pensado lo peor. Quería preguntarle al rey sobre tu paradero o la confirmación de tu súbita muerte, pero no se armó de valor para hablarle directamente.

—¿Si le informaste que debía desayunar conmigo?—. Sukuna le preguntó a Uraume en cuanto se sentó a la cabeza de la mesa.

—Sí, aún debe estar arreglándose—. Uraume le contestó en cuanto uno de los sirvientes le sirvió su desayuno: huevos estrellados y carne deshebrada, humana, claro está.

La puerta se abrió nuevamente, interrumpiendo el primer bocado del rey. Al fin habías llegado. Tu figura estaba envuelta en un precioso vestido que había sido confeccionado especialmente para ti. Un par de trenzas enmarcaban tu rostro mientras una diadema de cristal posaba suavemente sobre tu cabeza. Tu cuello y muñecas estaban adornadas con joyería preciosa que costaba más que tu antigua cabaña en el campo. A pesar de que no tenías sangre real, te sentías como las princesas que solías ver en los bailes. Sukuna estaba tan acostumbrado a verte en tu uniforme que se le cayó el tenedor de la impresión.

—Buenos días a todos—. Saludaste con una pequeña reverencia antes de adentrarte a la sala.

Todos los sirvientes te miraron atónitos al estar vestida tan extravagante. Era la primera vez que sentías tantos ojos sobre ti. Estabas completamente expuesta a pesar de estar vestida de pies a cabeza. Tú solo te dedicaste a sonreír y a dirigirte a tu nuevo asiento, el lado derecho del rey. La señora Inoue estaba a punto de llorar de felicidad al ver que no habías muerto y mejor que nunca.

—Buenos días, mi rey—. Dijiste al inclinarte respetuosamente ante él. La señora Inoue se adelantó a otro sirviente para jalar tu silla, la excusa perfecta para acercarse a ti.

—¿Estás bien?—. Ella te susurró al oído. Tú solo asentiste en lo que tomabas asiento.

Sukuna seguía engatusado con tu cambio extremo de apariencia. Te había conocido como una chica cualquiera en un horrible vestido marrón lleno de tierra que ocultaba tus buenos atributos. Ahora estabas ante él en un precioso vestido morado con flores doradas que decoraban tu pecho y bajaban hacia la falda. Las mangas que posaban sutilmente sobre tus brazos le permitían la piel expuesta de tus hombros que solía ser cubierto por el uniforme. Ya que siempre usabas un pañuelo blanco, nunca había notado tu lindo color de cabello. Eras un diamante en bruto que solamente necesitaba ser pulido para brillar entre las estrellas. Rápidamente, notaste que Sukuna solamente te miraba con los labios entreabiertos como si quisiera decir algo.

La Favorita del Tirano | Sukuna Ryomen x LectoraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora