012. Perfectos

1.1K 160 285
                                    

Fijaste tu mirada en la diana. La maldición que la sostenía caminaba de lado a lado en línea recta mientras se burlaba de tu pobre puntería. Practicar con las maldiciones aún te ponía nerviosa al no estar acostumbrada a verlos como iguales. Ellos eran seres sobrenaturales que mataban humanos por hambre o simple diversión, el enemigo principal en su universo. Eran grotescos, malos y groseros con todos los sirvientes. Los amenazaban constantemente con que ya se los habían comido si no fuera por el rey Sukuna. Él es el que decide cuando y cuanto comen las maldiciones bajo su cargo. Vivir en el castillo del gran tirano come hombres era como un conejo viviendo en una jaula con cientos de tigres.

Tus brazos se tensaron al estirar la cuerda del arco. La pluma al final de la flecha cosquilleaba tus dedos, tentándolos para que la soltaras. Era tu primera vez practicando con objetivos en movimiento. Respiraste profundamente antes de que tus dedos se desprendieran de la cuerda. La flecha nadó como un salmón contra la corriente hasta clavarse contra la parte posterior del perímetro. Bajaste el arco con un suspiro exasperado.

—Fue un buen tiro—. Kenjaku, quien supervisaba tu entrenamiento en esta ocasión, te animo mientras aplaudía tu intento.

—No necesito que sea bueno, necesito que sea perfecto—. Sacaste otra flecha del carcaj.

Cargaste el arma y buscaste el objetivo más fácil de atinar desde el punto en el que estabas. Te fijaste en la maldición que se acercaba al centro de tu campo de visión. Repasaste los consejos que Sukuna te había dado en tus lecciones anteriores. Recordaste su suave ronroneo contra tu oído, su cuerpo fornido junto al tuyo, su respiración contra tu mejilla y sus manos cubriendo las tuyas. Él siempre provocaba que perdieras la concentración, saboteaba tus intentos de enfocarte al proyectar los recuerdos de sus momentos juntos en tu mente. Comenzabas a extrañarlo como tu maestro.

Habían pasado un par de semanas desde que Sukuna te dijo que Yorozu sería su nueva aprendiz de hechicería. Fingiste sorpresa a pesar de que habías escuchado su conversación y te morías de preocupación por dentro. Tu cabeza se llenó de todo los escenarios posibles en donde todo podía salir mal. Al ser la hermana mayor, tu prioridad era proteger a Yorozu a cualquier costo. Debías asegurarte de que comiera bien, durmiera en un lugar cómodo y que Sukuna no la matara a la menor provocación. Por suerte, podías ver a tu hermanita practicar sus nuevas habilidades desde la ventana de la biblioteca mientras estudiabas. Aunque debías tener cuidado. Si Kenjaku te atrapaba distraída, te pegaba en la cabeza con lo que tuviera en la mano para que volvieras a ponerle atención.

Los poderes de Yorozu te parecían fascinantes. De lo poco que habías captado de su técnica maldita, ella podía recrear cualquier objeto que conozca. Sukuna comenzó su entrenamiento enseñándole las distintas armas que tenía en su posesión para que ella las recreara con ayuda de su energía maldita. Después pasaron a observar varios insectos y aves para probar si podría recrear materiales de origen animal. Sí podía. Casi te desmayas la primera vez que la viste hacer crecer un par de alas de una luciérnaga entre sus omoplatos. Cada día se volvía más poderosa y eso te asustaba.

A pesar de que Yorozu era castrante y tonta, Sukuna no podía darse el lujo de desaprovecharla. Una hechicera con una técnica tan poderosa que estaba dispuesta a servirle voluntariamente era bueno, demasiado bueno para ser verdad. Durante sus lecciones, se ha dedicado a analizar sus movimientos y cada palabra que pronuncia para descifrar qué es lo quiere de él. Sabía que las interacciones humanas se basan en transacciones. La comunicación, la compra-venta, la democracia, casi todo lo que han construido se basa en te doy algo para que me des algo a cambio. Yorozu podía aparentar ser feliz con solo servirle, pero él sabía perfectamente que era una fachada para conseguir algo.

Odiabas la idea de que Sukuna estuviera cerca de tu hermana. Te preocupaba verlos tan cerca cuando el rey le corregía su postura a la hora de empuñar una espada o inspeccionar sus nuevas creaciones. La idea que él se aprovechara de ella o la lastimara de algún modo te volvía loca. No querías que ella pasara por lo que tú pasaste en tus primeros días en el castillo. La humillación psicológica, física y verbal de parte de un tirano no se lo deseabas ni a tu peor enemigo, mucho menos a tu hermanita. Por suerte, no parecía ser así... por ahora. Si a Sukuna se le ocurría ponerle un dedo encima, harías que lo pagará caro.

La Favorita del Tirano | Sukuna Ryomen x LectoraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora