Laenys, acompañada de sus leales guardias Sir Lautaro y Sir Greenwall, se adentró en los mercadillos del pueblo. El aire vibraba con los aromas de especias, madera y sal marina. Los puestos, como coloridos refugios, se alineaban en un abrazo estrecho, sus techos de palma entrelazados como las manos de viejos amigos. La mayoría de estos puestos estaban justo enfrente de las casas de sus dueños. Casas con fachadas de madera desgastada por el sol y la brisa, se alzaban como testigos silenciosos de generaciones de historias.
Al pasar, los isleños saludaban a Laenys con una mezcla de cortesía y familiaridad. Sus sonrisas eran como vidrio de mar que resplandecian solo ante el sol costero. Todos ellos trabajaban, parecía no haber pausa entre curar la sal que llega desde los puntos de recolección y tejer artesanías. Los puestos de comida, por el momento vacíos, aguardaban a la primera alma agotada que pasará a contentar su estomago con delicias del mar.
La niña estaba en busca de materiales para las mantas que su madre, Rhaenys, había encargado para las hijas de Laena. ¡Qué regocijo vivió Laenys al ver que no solo tenía una sobrina, sino dos!
Por eso su tarea no era trivial; Laenys planeaba adornar las mantas con elementos que representaran el linaje Velaryon de las niñas. Sin embargo, nada la convencía. Había invertido tanto tiempo paseando entre los puestos que sabía que se ganaría una reprimenda (y probablemente terminaría cepillando la cubierta) por llegar tarde a sus lecciones con Harrigan, el navegante sabueso.
Cada marinero que conocía le había asegurado que Harrigan nunca erraba al marcar el rumbo y ni siquiera dependía de un mapa para hacerlo. A Laenys, sin embargo, Harrigan le parecía un adorable abuelito. Hasta el momento, sus conversaciones habían girado en torno a nombres de estrellas y las historias que las acompañaban. Aunque Laenys encontraba esas historias bonitas, no veía utilidad práctica en ellas.
Laenys continuó recorriendo los puestos, pero parecía que en cada uno encontraba más de lo mismo: piedrecillas traídas de cada rincón conocido por el hombre. Algunas eran chiquitas y brillantes, otras grandes e imponentes. Sin embargo, ninguna se ajustaba a lo que tenía en mente. Sus sobrinas, Beala y Rhaena, merecían lo mejor de lo mejor.
Las niñas habían nacido juntas, y Laenys no podría decir quién llegó primero. Pero eso no importaba, porque su tía Laenys estaba completamente enamorada de ambas. Se marcharon de Marcaderiva junto a sus padres cuando Rhaenys no tuvo más excusas para retenerlos. Las niñas ya habían experimentado un par de lunas llenas en ese momento y muchas lunas más han transcurrido desde que las vió. Pero sus padres habían prometido que se reencontrarán para el primer honomastico.
Unos cuantos días antes de la llegada de las gemelas, Laenor y su esposa Rhaenyra cumplieron su promesa de estar en Marcaderiva. Volaron con la urgencia y Laenys pudo presenciar el bello acto que era ver aterrizar a Seasmoke y Syrax cerca de las aguas. El primer dragón mencionado parecía ser más acicalado de lo que un dragón normal sería y observar como chapoteaba en la orilla hacia que sus escamas combinaran. Y mejor no hablar de Syrax, que resplandecía como una joya viva.
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The Driftway| House of Dragon What if...
Fanfiction︵‿︵‿︵‿︵ THE DRIFTWAY ‿︵‿︵‿︵‿︵‿︵ La sorpresa se reflejó en los ojos de Corlys. Rhaenys había dejado de sangrar hacía un par de años, y la idea de un nuevo hijo parecía un milagro y al mismo tiempo era un augurio. Algo casi poético se posó en su ment...