☆PERLA Y PELIGRO☆

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Laena, cuya presencia en la isla se había vuelto tan indefinida como las mareas, encontró refugio en el regazo materno durante su primer embarazo

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Laena, cuya presencia en la isla se había vuelto tan indefinida como las mareas, encontró refugio en el regazo materno durante su primer embarazo. Su madre, un faro de sabiduría y cuidado, insistía en que ningún océano de distancia debería separar a una hija de su familia en un momento tan crucial y a la pobre Laena no le quedó de otra que obedecer. Ella escribió a Daemon, quien no tuve más opción que aguardar dejar cuanto pudiese organizado para su ausencia. Así pudo reunirse con su esposa un par de lunas después.

En los años que habían tejido sus destinos juntos, recorriendo las ciudades libres, la complicidad entre los esposos había solidificado los lazos matrimoniales. Eran almas afines, unidas por un salvajismo característico que resonaba con el rugido del mar y el fuego ancestral. Su matrimonio era el de dos mejores amigos que se habían estado extrañando toda su vida sin conocerse, y por ello, ahora que se tenían, les costaba estar separados.

Corlys y Rhaenys, aunque no extasiados por tener al príncipe canalla cerca, se mostraron cordiales. Entre los cuatro se desplegaban veladas donde los recuerdos de guerra y las travesuras juveniles de Daemon florecían como con Rhaenys como testigo y narradora de aquellos días rebeldes.

Laena resplandecía, no solo por la vida que crecía dentro de ella sino también por tener a quienes amaba cerca. Su luz era como el reflejo del sol sobre las olas: cálido, vibrante y lleno de promesas. Laenys, su hermana menor, la observaba con una devoción que trascendía la sangre; se había autoproclamado guardiana principal de Laena.

El primer encuentro entre Daemon y Laenys quedó grabado en la memoria colectiva como un momento de hilaridad inesperada. Cuando Daemon estuvo a punto de cruzar el umbral hacia la habitación de Laena, una maceta voló frente a su rostro con la velocidad de un halcón en picada. Evadió el golpe por milímetros, pero no el peso que cayó sobre su espalda. Laenys, apostada sobre la puerta como una gárgola vigilante, no había dudado en atacar al desconocido que osaba entrar en su territorio.

Daemon sintió los golpes en su espalda como si fueran susurros del viento contra las rocas. Al quitarse el peso con una gracia que desmentía la sorpresa del ataque, tomó a Laenys por los ropajes con la misma facilidad con la que uno levantaría a un gatito travieso por el pescuezo.

—¿Debo suponer que está es Laenys?

Laena no paraba de reír desde su lugar en el diván más cercano a la ventana. Había estado construyendo figuras de madera con un set que algún acaudalado de Essos envío a Laenys antes de nacer (la niña innecesariamente ya había jurado que daría todos sus juguetes a sus nuevos sobrinos). De la nada, Laenys se había erizado alarmantemente y corretio por la habitación construyendo aquella trampa con la maceta y una soga más rápido de lo que Laena creía que un niño de esa edad podría hacer nada.

—Tenias razón, qēlos, es una furia. Debe ser su sangre de dragón ardiendo.

—¡mīsagon mandia!

The Driftway| House of Dragon What if...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora