☆AGUA SALADA Y ASFIXIA☆

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El sol no saludó a Laenys aquella mañana; el cielo gris lo mantenía oculto tras un velo de melancolía

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El sol no saludó a Laenys aquella mañana; el cielo gris lo mantenía oculto tras un velo de melancolía. La pequeña sintió que algo la aguardaba en la penumbra, una presencia misteriosa que se cernía sobre su mundo. No estaba segura de querer descubrir qué era. Las damas de su madre, como hadas laboriosas, preparaban aguas y esencias aromáticas en el recibidor de sus aposentos. Podía escucharlas trabajar desde su lugar entre las sábanas delgadas. El aire frío de la noche quizás se había colado entre los hilos y su propia piel estaba helada, el pecho pesado y ojos con escozor.

Quería quedarse inmóvil, quería desgastarse los ojos en llanto y contener la respiración hasta que dejara de doler. Lo peor es que no sabía porqué. No conocía suficientes palabras para ponerle nombre y nunca antes había experimentado algo así. Solo quería que su mamá la abrazara tan fuerte como para dejar de sentirlo.

Finalmente, Laenys halló la fuerza para levantarse. El día, con sus sombras y sus promesas, la esperaba más allá de las cortinas. Aunque desconocía qué le deparaba. Sus pasos resonaron en el suelo de piedra, marcando un eco a juego con el de su propio corazon.

Mientras se preparaba para salir, giro hacia la chimenea con tal de encontrar una explicación a su frío. Se topo, en su lugar, con el cofre abierto donde los huevos de dragón se mantenían calientes. Algo era diferente. Habían dejado de intentar calentarlos de nuevo; habían perdido hace mucho la temperatura y textura de un huevo que eclosionaría, Pero esto ella no lo sabia ni lo entendia, simplemente penso que seguirian colocando brasas hasta que su propio dragon estuviese listo para salir.

Sin embargo, ver el cofre apagado le dijo que la vida no estallaría de ese cascarón; pronto sería solo piedra. Laenys no había notado esto antes, pero seguramente sus padres sí habrían notado hace algún tiempo que ese huevo no nacería y no habían dicho nada. El vacío en su corazón ahora tenía nombre. El cielo sería un sueño lejano, ahora que no los recorrería como sus antepasados, como su madre y sus hermanos.

Finalmente, las lágrimas estallaron, bajaron como ríos por sus mejillas. Cuando las púas en su garganta cedieron, los sollozos también estallaron. Lloró y lloró hasta que le costó respirar por la mucosidad, y sus ojos se nublaron. Con la cabeza apoyada en el cofre, la sensación era como la de una espada que ha pasado la noche en guardia, filosa y helada. Poco le importaba si las escamas le cortaban. Su mente infantil solo quería al mejor amigo que le prometieron, ese que por derecho de nacimiento le pertenecía.

Ni siquiera notó cuando el servicio entró, porque no contestaba a los llamados en la puerta. Preocupadas, las damas corrieron a buscar a la princesa Rhaenys; la orden era esa si alguna vez la pequeña damita Laenys estaba en una situación de malestar.

—¿Skoros ōdrikagon, ñuha gīda embar? (¿Qué duele, mi mar sereno?)— preguntó Rhaenys en cuanto la vio.

Intento apartarla del cofre, intentó tomar el huevo o acariciar las mejillas de su niña. Nada de lo cual funcionó pues Laenys se aferraba con tal ferocidad a su derecho divino que probablemente acabaría con marcas

The Driftway| House of Dragon What if...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora