2. Dos tazas de café

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La puerta se abrió estrepitosamente, tanto que resonó al golpear con la pared con la que se sostenía. México tanteó en plena oscuridad buscando el interruptor de la luz; más allá de que aquella fuera su casa y se supiera los sitios y ubicación de las cosas de memoria, era complicado cuando el sujeto que sostenía casi arriba suyo dejaba de ser consiente de su tamaño y apoyaba todo su peso en sus hombros.

-USA, intenta ponerte de pie -largó en una queja -¡no puedo sostenerte tanto!

Mucho hacía ya no dejándolo tirado, se dijo en mente. ¿Qué sabía él de que el estadounidense era tan irresponsable con las bebidas y el alcohol? Bueno, no irresponsable, si no más bien débil. Con un par de whiskys mezclados con no sabía que otra cosa USA había terminado de cara en el patio de Perú contra un arbusto, si no fuera por él seguiría ahí, estaba seguro. Nadie estaba disponible (sobrio, más bien) para hacerse cargo del estadounidense y llevarlo a algún sitio donde pudiera descansar.

Ahí es donde aparecía él con su cara de estúpido.

Cuando encontró el interruptor de la luz y el sitio se iluminó, el mexicano volteó a ver a USA, que a duras penas le había hecho caso. Olía a alcohol y nunca lo había visto hecho tan un desastre como en ese momento, las gafas de sol le colgaban de la remera, manchada con alguna bebida, y su cabello estaba revuelto en un lío de ondas sin forma. Mejor ni hablar de su mirada distante, la heteroctomia de Estados Unidos siempre le había llamado la atención a México, pero pocas veces tenía la oportunidad de apreciarlo solo porque ese estúpido nunca se sacaba los lentes.

Sus dos pupilas, una rodeada de un intenso rojo y la otra de un rojo más suave combinada con un azul, lo miraron con cierto reproche. México dejó pasar el pensamiento de que aún así USA era de alguna manera encantador.

-La estoy pasando pésimo ahora mismo, tenme piedad -rogó el de estrellas -no creí que me afectaría tanto...

México lo hizo avanzar hasta adentrarse a la sala y pateó la puerta detras suyo para cerrarla. El brazo de USA sobre su hombro lo estaba matando y para colmo aún debía sostenerlo por el costado con su otra mano libre, porque estaba seguro de que se caería si lo soltaba.

-¡Yo soy el que la esta pasando mal! -atinó a reprochar -mides casi el doble que yo y aún así tengo que sostener todo tu peso.

-Callate, tu voz tan irritante hace que... ¡Ugh!

Se calló cuando sintió que México lo dejo caer en algo mullido y suave, un sofá probablemente. USA no puso queja por ello a pesar de que el trato del latino no había sido del todo gentil, sabía que no le caía bien y de todos modos aún así el latino había tenido la decencia humana de ayudarlo. Tampoco iba a hacerle la vida imposible, ni hacerse el difícil y no dejarse ayudar, seguramente si se quejaba el mexicano si terminaría por dejarlo tirado por ahí.

El suspiro de México al librarse de su peso, sin embargo, se le hizo exagerado y no pudo evitar irritarse ante eso.

-Eres un desgraciado -habló, acomodándose en el sofá recostado boca arriba. La cabeza le dolía a montones y estaba seguro de que al dia siguiente sería peor.

-Gracias, yo también te odio -respondió el tricolor con burla -voy a llamar a tu hermano para avisarle que estas aquí y te buscaré una pastilla para que al menos el suelo deje de darte vueltas.

-Lo que siento que me da vueltas es el mundo -dijo el estadounidense llevando una mano a su frente, luego analizó las palabras del mexicano -¡Espera! ¿A quién dijiste que vas a llamar?

-A Canadá pues, ¿a quién más?

-¡No, no! ¡nada de llamadas! -dijo alterado -mi familia no puede enterarse que estoy aquí, ¡menos hasta el culo de alcohol!

Ecos De Historias | CountryhumansDonde viven las historias. Descúbrelo ahora