Rusia & Alemania
***
No conocía su nombre, ni su edad. No tenía idea de sus gustos ni mucho menos su personalidad, lo único que tenía en cuenta era una cosa: su rostro. Y eso lo sabía por algo tan caótico como indescifrable: sus sueños.
Alemania frotó sus ojos con un incesante cansancio que le rogaba volver a dormir aunque sea media hora mas. Las sábanas, aunque cómodas, pesaban en su piel más que sus pensamientos. Llevaba semanas sin dormir bien, y la culpa de aquello se lo atribuia a alguien mas que ni siquiera conocía: un chico que aparecía con rutinariedad en sus sueños, dominando su mente a lo largo de sus días y arrebatandole la calma. Ya no sabía que hacer.
No tenía idea de quien era y, aún así, parecía insistente en aparecer todas las noches en su inconsciente. El sueño era un bucle repetitivo: un chico más alto que él, de mirada helada, lo empujaba sin querer en un pasillo, una puerta, un lugar... o algo así.
No era un empujon brusco ni violento, era uno distraído que bastaba para desequilibrarlo. Los dibujos se le caían por el suelo y el chico de mirada bonita lo ayudaba a recogerlos. Alemania siempre intentaba hablarle, pero su voz, por algún motivo, jamás salía; sus labios se movían pero el silencio reinaba. Luego, cuando ese sujeto clavaba su mirada en la suya, todo terminaba.
Si, se sabía la escena de memoria.
Un terrible tormento, en su opinión.
Ese rostro era tan vívido que podía recordarlo con detalles exasperantes: la línea de su mandíbula, la forma en que una ceja se arqueaba con ligera soberbia y esa mirada que dejaba ver cierta calidez. El alemán no entendía por que su mente parecía disfrutar con atraparlo en esa rutina, pero lo que más lo inquietaba era la importancia que eso mismo había despertado en su vida.
Sus cuadernos de bocetos estaban repletos del rostro de ese chico, en todas las facciones. Algunas de ellas se las imaginaba, claro, porque en su vívido sueño aquella mirada tan cálida y amable era imposible de mostrar un mínimo razgo de enojo, pero el se las ingeniaba, trazando líneas de como sería. Algunos dibujos los coloreaba, en un desesperado intento de atrapar esa imágen y que se quedara ahí y nada más, que desapareciera de su mente y dejara de atormentarlo.
Era imposible, claro.
—¿Vienes o no, Doitsu? —preguntó en el borde de la puerta Japón —se que te gusta dibujar, pero si nos quedamos más tiempo aquí sin movernos van a terminar por echarnos.
Solo ahí Alemania se permitió alzar su rostro y dejar los dibujos de lado. Miró a la muchacha con ligera confusión y luego asintió mientras restregaba sus ojos con pereza, había olvidado sus lentes y eso, combinado con su obsesión por dibujar, no era cómo bien se diría la mejor de las ideas: la vista le dolía y sus sentidos estaban agotados.
—Y el jefe va a matarme si nos ve aquí sin hacer nada, lo sé —murmuró, sonriendo con cansancio —ve tranquila y adelantate, te alcanzo en unos minutos, tengo que... recoger todo el papelerio de aquí.
Había gente que escribía historias en libros para liberar sus preocupaciones, para expresarse cuando las palabras no salían y darlas, en su lugar, escritas. Así las palabras no se oían, pero se sentían. Alemania hacía lo mismo solo que en dibujos, y si su mente era caótica, sus dibujos también lo serían.
No había rincón bajo su escritorio que no tuviera al menos un maldito boceto con la cara de ese sujeto en su sueño.
—Okey, voy a dejar los papeles de hoy en la oficina que corresponde y luego vengo, ¿va?
—Uhjum, te espero —respondió distraído el alemán.
Tomó su carpeta de uno de los cajones, tomándose la voluntad de comenzar a recoger todo. Su horario de descanso ya estaba por terminar y en cualquier momento debían mudarse de oficina para hacer espacio a los del próximo turno. Que mal gusto sería que entraran y vieran todo hecho un desastre, y peor, un desastre que solo él y su mente comprendían.
Hoja por hoja comenzó a guardar, era terrible, pero aquella carpeta estaba casi por explotar y no se enorgullecía de que más de la mitad de los dibujos fueran de su misterioso compañerito de sueño.
El elástico tirante apenas y parecía sostener el grosor de la carpeta inflada de hojas, en cualquier momento se rompería. De todas formas no se preocupó demasiado y la dejó sobre el escritorio mientras se ocupaba de los papeles mas pequeños que irían directo a la basura.
Apenas dejó liberado todo, bostezó con hartazgo porque finalmente su hora de descanso había terminado y Japón no había vuelto, así que debía ir a buscarla.
Tomó la carpeta entre sus manos, abrió la puerta de la oficina como pudo (difícil siendo que la puerta andaba mal y, para colmo, nunca cerraba bien) y ni siquiera se inmutó en mirar a los lados.
Chocó.
Los dibujos se le cayeron.
Y Alemania tuvo miedo.
Solo pudo ver sus decenas de bocetos cayendo al suelo indisimulables, el ruido seco del manojo de hojas chocando con la cerámica siendo indiscutible. Él rostro cálido de ojos bonitos se posó en un papel frente a él, en el suelo, como un recordatorio.
No quiso levantar la mirada porque estaba seguro de que encontraría los mismos ojos inocentones de su dibujo.
—¡Lo siento, no fue mi intención! —chilló el muchacho, agachándose a recoger todo sin fijarse en lo absoluto en el contenido de las hojas. Sentía demasiada vergüenza como para hacerlo —¡Soy nuevo! En la recepción me dijeron que debía venir aquí y de los nervios no te he visto, ¡discúlpame!
Le ofreció todo el papelerio y el ruego desesperado de su rostro fue simplemente entrañable.
Pero más lo fue esa mirada que venía soñando sin descanso hace tiempo.
—Está bien. —Sus labios se movieron y para su consuelo, si pudo salir su voz de ellos. Tomó sus dibujos con calma —a todos nos pasa. Soy Alemania.
Vió un suspiro profundo en el cuerpo del sujeto, como si hubiers temido por un momento una mala reacción. Sus facciones eran tan bonitas como en sus sueños.
—¡Que alivio! —volvió a chillar —temía haber metido la para sin siquiera haber empezado oficialmente. Soy Rusia, encantado de conocerte.
—El placer es mío, Rusia.
Bajó la vista hacia sus dibujos y los repasó rápidamente. Todos esos trazos obsesivos, todas esas noches en vela, todos esos sueños repetitivos... y ahora, ahí estaba él, tan real como la luz del día.
Alemania respiró hondo.
—¿No quieres ir a tomar un café mas tarde? —se atrevió a preguntar —así puedo darte una mano extraoficialmente. Ya sabes...
Rusia sonrió, con esa calidez que Alemania conocía tan bien aunque no supiera los motivos.
—Claro, me encantaría.
El alemán no dijo nada más, no necesito decir mas. Solo que ese dia durmió con la certeza de que, por primera vez, su sueño no se repetiría.
***
Aparezco por acá despues de meses sin actualizar y a las dos de la mañana, que puedo decir, fino señores.
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Ecos De Historias | Countryhumans
FanfictionUna colección de one-shots de countryhumans, con temáticas variadas y una longitud generalmente larga. -Actualizaciones MUY lentas (escribo cuando se me ocurre algo que, según yo, vale la pena) -¡Se aceptan pedidos!