3. Donde fuego hubo

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Donde fuego hubo, cenizas quedan.

O al menos algo así pasaba por la mente de Reich mientras alimentaba la pequeña brasa de su chimenea. La pequeña luz era la suficiente para mantener la sala iluminada en un fulgor dorado, que de no estar, sería envuelta por la taciturna luz de la noche azul.

El silencio era inquietante, pero no absoluto. Third Reich había aprendido a dar lugar a los pequeños detalles en su mente y si algo le había quedado claro, era que siempre había al menos un ligero sonido en el ambiente, ya sea un chasquido del viento contra los árboles, o el chispear ligero del fuego alimentándose de la leña.

Por eso fue que quizás, expectante, no se sorprendió por el sonido de la puerta siendo abierta. Quizás, siendo él, hasta había oído los pesados pasos de su contrincante en la nieve metros antes de que llegara.

Third Reich no se inmutó. Sabía quién era y, más importante aún, por qué había venido. Mantuvo la mirada fija en las llamas, escuchando los pasos pesados en el suelo de madera, cada crujido un testimonio del peso de la historia que portaban sobre sus hombros. La puerta se cerró con un suave murmullo que dejó atrás la soledad de su sala, y el silencio volvió a envolver la habitación.

-Nunca fuiste bueno escondiéndote, URSS -dijo Reich, con un tono que destilaba calma, pero también un ligero deje de su malicia propia -¿Podrías demostrar que aún tienes modales y venir a sentarte frente a mi? Es de mala educación entrar a casas ajenas y no saludar.

URSS permaneció en la penumbra de la sala, sus ojos brillando con una intensidad propia de un predador que parecía acorralado en territorio ajeno. La tensión en su mandíbula se suavizó por un segundo mientras sus labios esbozaron una sonrisa ladeada. Debió haber esperado de antemano que él alemán predijera su llegada de antes, su oído era tan fino como el olfato de un sabueso.

Avanzó ligeramente, dos pasos desconfiados que pusieron una sonrisa maliciosa en el rostro de Reich. Vió dos sofás simples puestos uno frente al otro al costado de la chimenea, y ahí, su tan buscando contrincante estaba sentado mirándolo con expectación.

Se atrevió a acercarse, con la flamante luz de las brasas iluminando su figura. Esa sala, tan familiar y a la vez tan cargada de recuerdos pasados, parecía un escenario preparado a propósito para un duelo silencioso. Los dos sabían que las armas que usaban no eran de acero, sino de palabras, y que cada una de ellas podía cortar tan profundamente como una espada.

URSS se sentó frente a Reich, con su mirada fija en los ojos oscuros del contrario. Eran tan solo dos viejos enemigos que se conocían mejor que nadie, con una chispa entre ellos que nunca había desaparecido y amenazaba, de vez en cuando, a encender sus cenizas.

-Eres predecible, URSS -habló Reich, con una calma que parecía cargada de peligro.

-Al menos no me oculto en la oscuridad, solo esperando a que él frío consuma lo último de mí -respondió el soviético, con una sonrisa que al alemán le pareció tan fría y punzante como el invierno.

-La oscuridad puede ser un buen refugio para quienes saben cómo utilizarla -murmuró Reich, con sus ojos sin apartarse de los contrarios -¿A qué has venido?

La llegada del soviético era esperada por Third Reich, la nieve, el viento, la frontera. Se había puesto a sí mismo como una carnada y URSS cayó en ella sabiéndolo.

-A proponerte un último juego -dijo, en un murmuro que se oyó como un silencioso disparo lanzado al aire -tu y yo sabemos que si no hacemos algo, nuestros días están contados. El mundo no tiene lugar para nosotros, no si no nos ocupamos de ello.

Ambos eran las reliquias de un pasado que se caía a pedazos y de un futuro que amenazaba con reconstruirse sin ellos, como las piezas de un tablero que había sido tirado al suelo. Pero aún quedaba algo por hacer, algo que decidir.

-¿Y qué sugieres? -inquirió Reich, con una chispa de curiosidad en sus ojos.

-Yo sugiero que saquemos las cenizas de la chimenea y avivemos el fuego, Reich -habló URSS, levemente - Las piezas están sobre la mesa, solo necesitan dos líderes que las manipulen.

-El fuego es peligroso, URSS -le siguió el alemán -puede calentarte, y también consumirte.

-Yo nunca tuve miedo de quemarme, Reich, tu calor es tan adictivo como peligroso. Tomaré el riesgo.

Reich observó a URSS en silencio por un largo momento, midiendo cada palabra, cada expresión. Finalmente, una sonrisa apareció en su rostro, una sonrisa torcida que solo podía aparecer en sus peores pesadillas.

-Entonces, acepto -respondió, detallando entre las facciones del ruso y guardando cada gesto en su memoria -pero ten cuidado, URSS. Donde el fuego arde, las llamas pueden provocar un incendio.

El soviético sonrió fríamente, asintiendo con una lentitud tortuosa y observando el fuego de la chimenea ardiendo con peligrosidad.

-Me alegra saber que estamos del mismo lado -concluyó URSS, y luego volvió a observar al contrario -¿Qué opinas de invadir Polonia?

Third Reich largó una risa corta y maliciosa. Definitivamente, donde fuego hubo, cenizas quedan.

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