♦︎; espina. I

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♦︎; primera espina.
Vivianné.

15 de abril.

—¿Alguna vez te has sentido arrepentido de asesinar a tantos inocentes?

Su pierna se movía erráticamente debido a la ansiedad que le causaba esa habitación, con poca luz y a veces intermitente. Había subestimado su torpeza, y no esperaba hallarse en una comisaría, mucho menos siendo interrogado a altas horas de la noche.

Lo único que deseaba era marcharse y cuidar a su nuevo amigo, a quien había salvado de la oscuridad una vez. Ese niño a quien protegía como si de verdad fuera de su sangre.

—Ellos tuvieron la culpa.

—No, tú la tienes. Tú eres el perpetrador —refutó el oficial, apoyando sus manos en la mesa de acero con cautela para no asustarlo. Ya se veía bastante afectado de por sí—. Tú tomas la justicia en tus propias manos.

—Como cualquier persona desquiciada lo haría, ¿no cree?

—Hemos estado buscándote por mucho tiempo —dice, ignorando lo anterior—. No sé cómo lo haces, pero siempre encuentras la forma de zafarte, eres como la arena entre los dedos.

Había fallado esta vez, pero un plan tenía y ya lo estaba llevando a cabo sin que se diera cuenta el oficial. Alzó la cabeza, permitiéndole al hombre poder conocer su rostro, pues había estado encorvado durante la ronda de preguntas.

—La hermosura es de nacimiento —elogió—, lástima que está en alguien con tanta ira acumulada.

—No llegaremos a ningún lado —avisó el joven muchacho, parpadeando con extrema lentitud.

—Si tú no pones de tu parte, lamentablemente no.

Él ríe con falsa gracia, subiendo su pie libre por la pierna del policía, buscando distraerlo de esa manera. Su comportamiento cambió, y claro que el hombre iba a aguantarse, por lo que se alejó con cuidado de Vivianné; sin embargo, no esperaba recibir una... punzada en la mano, con un lapicero.

Se levantó abruptamente al escucharlo quejarse, subiendo a la mesa después de desencajar el objeto de su mano, repitiendo la acción pero en su ojo derecho, volviendo a escuchar sus gritos que parecían música para sus oídos. Los refuerzos no tardarían en llegar, pues sabía lo que había detrás del cristal. Debía apurarse.

—Tuviste la suerte de capturarme, pero no de salir vivo de aquí.

Tomó el arma que reposaba en la cintura del agonizante oficial, y para acabar con su sufrimiento, disparó directamente en su cabeza, saliendo del pequeño cuarto sin esperar más. Escuchó los pasos de los demás, ya venían por él, ¡qué gracia!

Esa larga ronda de preguntas le había servido para liberar su tobillo de las esposas que reposaban en la pata de la silla, siendo lo más discreto para no levantar sospechas. ¿Y de dónde había sacado el lapicero? Tan simple como tenerlo en un escondite, justo en su pantalón. Si era tan famoso por escaparse de las manos de la justicia, claro que regresaría a casa después del interrogatorio, no era tonto, ya tenía la experiencia.

El pasillo era largo, pero consiguió escapar sin problemas, tan solo tuvo que dispararle a los que  se acercaban por otros lugares, muy fácil.

Esa noche, tras robar una moto de la misma comisaría, regresó a su departamento a eso de las cuatro de la mañana, hallando al pequeño que cuidaba dormido en el sofá con la televisión encendida, totalmente desprotegido. ¿En qué momento de la noche se habrá movilizado a la sala de estar?

—Oliver —llamó en un melódico susurro, moviendo al niño suavemente para despertarlo—. Ya llegué, pequeñito.

—Vivi... —respondió él con su característica voz aguda, abriendo sus ojos lentamente antes de enderezarse y abrazarlo efusivamente—. Te extrañé.

—Y yo a ti. —Lo rodeó con sus brazos con fuerza, emitiendo un suspiro aliviado al tenerlo allí y poder abrazarlo después de su ajetreo nocturno.

Era lo único por lo que despertaba en las mañanas y decidía trabajar, aunque este no sea más que una paga por acabar con la vida de alguien. De todas formas, a Vivianné no le importaba nada más que poder darle lo mejor a ese niño.

♦︎ ♦︎ ♦︎

—Jacques, ¿podrías ayudarme? Son muchas bebidas y estamos hasta el tope de clientes.

—Claro, claro. —El aludido tomó la bandeja con bastante precisión, llevándolas a las mesas correspondientes mientras Vivianné se encargaba de atender a los demás.

Estaba siendo un lunes bastante ajetreado por la mañana, demasiadas personas llegaban para tomarse un café o llevar un bocadillo para sobrevivir. Nunca había pasado algo así, y le sorprendía la fila y la cantidad de ruido que había, silenciando por completo la música que Jacques había puesto para empezar bien el día.

—Un café sin azúcar, bien cargado, por favor —pidió el siguiente cliente, mirando los nerviosos gestos de Vivianné—. ¿Me escuchaste?

—Oh, sí, sí, capuchino, saliendo.

La risa sacó a Vivianné de su trance, teniendo que alzar la mirada con rapidez. El hombre seguía atento a sus gestos, y el rubor en sus mejillas no tardó en hacerse presente.

—¿Capuchino?

—No, aunque no estaría mal cambiar de vez en cuando.

—Lo lamento, estoy un poco saturado. —Vivianné se llevó una mano a la frente, mirando la fila que aún seguía siendo larga—. ¿Podrías decirme otra vez?

—Puedo esperar, sigue atendiendo a los demás.

—No, ¿qué querías?

El hombre volvió a emitir una risa, moviendo la cabeza de un lado a otro antes de hablar nuevamente—. Café sin azúcar, bien cargado, por favor.

Inmediatamente Vivianné sirvió la bebida en un vaso, olvidando totalmente ponerle el cartón para evitar quemaduras, y claro que eso saldría mal al final. El quejido que emitió se escuchó en toda la cafetería, igual que el susodicho vaso cayendo al suelo con su contenido incluido.

Estaba frustrado y estresado.

Permaneció de rodillas durante un rato, respirando con pesadez, buscando de alguna forma calmar su nerviosismo. Jacques llegó después, ayudándolo a limpiar el desastre que había ocasionado sin quererlo.

—Yo lo atiendo, sal a respirar.

—Gracias —murmuró, saliendo de la barra y por consiguiente, de la cafetería.

Sus manos fueron a parar a su rostro, tomando grandes bocanadas de aire para relajar su cuerpo, por fin pudiendo escuchar nada más que... los autos y su molestas bocinas.

De todos modos, era mejor eso a volver a escuchar las quejas de los clientes. Jacques tenía más experiencia, claro que saldría de esa fila mucho más rápido, y lo agradecería cuando terminara su jornada.

Cuando por fin se halló más tranquilo, se dispuso a entrar, y por si fuera poco, volvió a encontrarse de frente con el hombre al que no pudo atender de la manera correcta. Se alejó unos pasos, desviando la mirada por la vergüenza.

—Gracias —susurró, con una sonrisa amable plasmada en su rostro.

—No lo entiendo.

—¿No hablas mi idioma? Entonces, thank you.

—No, quiero decir, no entiendo por qué me agradeces, salió todo mal —farfulló Vivianné.

—Lo intentaste, y por eso te agradezco.

Vivianné volvió a ruborizarse, y con un rápido asentimiento desapareció por la puerta, dejando al hombre allí parado sin más.

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ThornsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora