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Singto Prachaya

Decir que el día empezó agitado es quedarse corto.

¿En qué estaba pensando, suponiendo que llevar a un niño pequeño al zoológico sería fácil? O estar con Krist, para el caso.

Mis sentimientos por Krist eran tan intensos como mi desesperación por no volver a estropear las cosas. Lo cual, por supuesto, estaba en serio peligro de hacer.

Nos habíamos alejado del borde, lo cual era genial, y habíamos confesado que aún nos amábamos, lo cual era aún mejor. Tan bueno que había estado a centímetros de pensar que estábamos fuera de la zona de peligro y que tendríamos nuestro felices para siempre.

Y entonces Fiat desapareció.

—¡Fiat! —grité mientras Krist y yo volvíamos a la exposición de osos polares—. Fiat, cariño, ¿dónde estás?

No estaba seguro de si Fiat me respondería, ya que yo era casi un extraño. Pero el pequeño me importaba, y no sabía qué haría conmigo mismo si le ocurría algo.

—¡Fiat! —Krist  gritó también cuando nos acercamos al borde del recinto de los osos polares—. Bebé, ¿dónde estás?

Agarré la mano de Krist, esperando poder infundirle un poco de consuelo y calma. Odiaba verlo tan angustiado. Odiaba aún más que fuera en parte culpa mía.

—Lo encontraremos —dije, apretando la mano de Krist—. No puede haber ido muy lejos.

Krist asintió distraído, buscando en todas direcciones.

Divisé a algunos de los padres del grupo verde y, por alguna razón, eso me hizo sentir mejor.

—Hola, ¿alguno de ustedes ha visto a Krist? —pregunté al grupo en general
—.Le quitamos los ojos de encima durante tres segundos y salió corriendo.

—Oh, Dios mío —dijo uno de los papás, exagerando al instante—. ¡Llamen a seguridad del zoológico! ¡Avísenles enseguida! ¡Seguridad!

Me ruboricé y mi primer instinto fue decirle al tipo que se calmara. Pero un momento después, me alegré mucho de que hubiera dado la voz de alarma.

—¡Ahí está! —gritó el padre alfa del grupo verde.

Me volteé hacia él sólo para encontrarlo, a su hijo y un montón de gente más mirando fijamente hacia el recinto de los osos polares. Yo también me giré y vi a Fiat casi de inmediato.

—Oh, Dios mío, ¿cómo siquiera pudo entrar ahí? —gritó Krist. Se agarró los lados de la cabeza con tanta fuerza que se le cayeron las gafas.

Se me cayó el estómago. De alguna manera, no tenía ni idea de cómo, Fiat había entrado en el recinto de los osos polares.

—¡Fiat! —grité mientras corría hacia un lado del recinto, todavía tomado de la mano de Krist.

El hábitat de los osos polares era enorme y estaba organizado en dos niveles. La parte en la que habíamos visto a los osos polares antes (y en la que los osos polares seguían jugando, por suerte) estaba por debajo del nivel del suelo, donde se podía observar a los osos nadando en su piscina. La parte en la que Fiat se había colado era sólo tierra y rocas, y unos cuantos árboles que se habían colocado para ocultar parcialmente el edificio de la parte trasera del recinto.

Sin embargo, Fiat había entrado, no parecía saber lo que estaba haciendo, ahora que estaba allí.

—¡Oso! —gritó, mirando a su alrededor

—.¿Oso?

Todavía sostenía su caja de jugo, pero la bolsa de galletas ya no estaba.

—¡Que alguien lo saque de ahí! —gritó Krist, apoyándose en la barandilla del borde del recinto.

Embarazado de mi ex [Peraya]✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora