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Krist Perawat 

Estábamos de suerte, si “suerte” era como querías llamarlo. 

 —¿Quieren llevarse a Fiat por un día?—respondió Arthit cuando lo llamé para explicarle el plan de Singto y mío de sumergirnos en el agua de la paternidad durante una tarde. 

Le había contado a Arthit y al resto de mi familia lo del bebé, y le había confiado a Arthit la situación con Singto con más detalle, desde el principio. A diferencia de la familia de Singto, la mía se alegró y me apoyó desde el primer día. 

Pero debería haber desconfiado un poco más del entusiasmo de Arthit por nuestra idea. 

—Esto es genial —había dicho Arthit. No pude ver su expresión, ya que hablamos por teléfono cuando yo estaba en mi hora de almuerzo un par de días después, pero su voz era de un alivio abrumador

—.Fiat y yo formamos parte de un grupo de papás que sale de excursión un sábado al mes. La excursión de este mes es al zoológico. Me encantaría que el tío Krist y el tío Singto se llevarán a este pequeñín para que papá y papi pudieran pasar un rato agradable juntos ese día, sí que me encantaría. 

Oí una risita de Fiat en el fondo. Estaba claro que el chico no tenía ni idea de las desvergüenzas que probablemente cometerían sus padres. 

—Genial —dije—. ¿A qué hora quieres que pase a recogerlo? 

Debería haber hecho más preguntas. Debería haber investigado un poco qué significaba exactamente llevar a un niño pequeño de excursión al zoológico.

—Esto es un completo pandemónium—dijo Singto el sábado, mientras los dos estábamos hombro con hombro en el gran patio, justo dentro de las taquillas del zoológico, contemplando lo que debían ser cerca de cien niños gritando, retorciéndose, corriendo y llorando. Niños pequeños. No tenían la edad a la que yo enseñaba, en la que podían articular sus pensamientos y razonar con ellos.

—Yo ni siquiera.... —Estaba tan aturdido por el caos que ni siquiera pude terminar ese pensamiento.

—Hola, ¿son ustedes Krist y Singto? —Se nos acercó un alegre y joven omega con un niño en cada brazo, mellizos por lo que parecía. 

—Soy el tío Krist —dije. 

—Y yo soy el tío Singto —añadió Singto. 

El corazón me dio un vuelco. Esas palabras habían salido de la boca de Singto con tanta facilidad, como si ya supiera cuál era su lugar, aunque aún no habíamos abordado el tema de volver a estar juntos oficialmente. Criar al bebé juntos no era lo mismo.

—Soy Sam, el coordinador del grupo de juego —dijo el alegre omega—. Y estos son son Win e Fluke. Digan hola, bebés. 

Los mellizos en cuestión se quejaron y se retorcieron, uno de ellos extendiendo la mano hacia un hombre que vendía bolas de algodón de azúcar de colores, y el otro cautivado por un hombre totalmente distinto que caminaba entre el grupo con un loro de colores posado en el brazo, enseñándoselo a los niños. 

Consideré un pequeño milagro que a Sam no se le hubiera caído todavía ninguno de sus bebés. 

—¿Arthit les explicó cómo funciona nuestro grupo de juego? —preguntó Sam. 

—Um, no —dije, luchando por contener a Fiat, ahora que se había fijado en el tipo del loro. 

Sin perder ni un ápice de su entusiasmo ni de su control sobre sus niños, Sam continuó:

—¡De acuerdo! Tenemos una docena de subgrupos dentro del grupo principal. Arthit y Fiat forman parte del grupo verde. 

Su jefe de grupo está por allí.

Embarazado de mi ex [Peraya]✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora