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casualmente

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—Acompáñame.

Saori me mira y aunque a simple vista parece impasible, noto el cambio en sus ojos haciendo que parezcan los del gato con botas.

—¿Cuándo es?

Me cruzo de brazos y la rubia sonríe feliz.

—El fin de semana. Es… en las afueras de la ciudad.

—¿Me repites que vamos a hacer?

Le pido y me pongo de puntillas, tratando de alcanzar unos pinceles arriba de un estante, pero mi amiga se encarga de pasármelos recalcándome que en cuatro años todo cambió, menos mi estatura.

—Mi abuela viene a pasar su cumpleaños aquí y… quiero pasar tiempo con ella.

Golpeo la palma de mi mano con el extremo del pincel, torciendo los labios, considerándolo.

—Es familiar.

—Quiere conocerte, le he hablado bastante de ti —explica—. Y habrá comida.

Ah, claro, tampoco ha cambiado esa forma de sobornarme.

—Bueeeeno, quedamos en esa —salta a abrazarme y me río—. Ya, relájate.

—Adiós, nos vemos.

Asiento y ella repite el gesto, tomando su mochila blanca con brillos y me deja en el aula rodeada de lienzos. Entre esos, uno solo, encantador, que es mío. Aún me falta unos retoques, pero es perfecto. Lo importante.

Tomo el pincel entre mis dientes buscando las pinturas con las que he estado trabajando y reviso la hora.

Perfecto para que nadie venga a fastidiarme mientras termino mi pintura.

Puede que haya elegido otra carrera, pero no quita que adore pintar y sobre todo dibujar, así que, si veo que no tengo mucho por hacer, suelo venir al salón de arte para pasar el tiempo creando algunas cosas cuando acaban las clases. Generalmente suelo llevármelas. A las buenas o malas.

Pongo música y tarareo la canción, acomodándome de la mejor manera para darle las últimas pinceladas a lo que comencé hace como una semana.

Al terminarlo me estiro y le tomo una foto orgullosa del trabajo. Es bastante sencillo, pero no le quita la profundidad que puede tener. La silueta oscura de una persona, observando el paisaje del océano más el atardecer reflejado en el agua.

Me quedo mirando la pintura un rato. No sé por cuánto tiempo, pero después de pensar bastante me obligo a mí misma a ponerme de pie y dejar todo en su lugar para irme.

Tomo el taxi de siempre y le respondo varios mensajes a Braiden. Llego al departamento y dejo a un lado mi mochila bostezando. Reparo el espacio y al encontrarme con el espejo circular colgado en la pared, pongo una mueca notando mi rostro rojizo por el sol.

En todo este tiempo puedo decir con toda la seguridad del mundo que me siento bien. Y me sorprende porque me cuesta un poco creer que ahora es de verdad. Ninguna mentira de por medio. Solo soy yo con recuerdos nostálgicos que me hacen preguntar ¿Qué novela estaba viviendo? Ahora todo transcurre tan tranquilamente.

No me falta mucho para graduarme, vivo sola, no tengo problemas con personas estúpidas (me incluyo), estoy bien, tanto mental como físicamente y hasta tengo ingresos propios. Algo mínimo, pero sigue estando bien.

Aunque claro, por más agradable que sea todo, no puedo negar que a veces, cuando la soledad termina por ganarme, extraño un poco de antes. De ese drama en el que estaba. Pero justo desde el punto en el que lo veo, estaba estúpidamente jodida. Simple.

Pisando los erroresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora