Blackwood vs Bracken | HOTD

II

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Aeron iba a morir.

Sus manos, que antes mantenían un firme control sobre la correa del caballo, ahora temblaban incontrolablemente, perdiendo la fuerza y la seguridad que con anterioridad había conseguido

La noche se escapaba a su alrededor, el cielo comenzaba a teñirse de tonos naranjas y rosados a medida que la luna se desvanecía en el horizonte. Se encontraba perdido y en su locura sentía que las sombras se alargaban y estiraban, como si intentara alcanzarlo. Con cada paso de su montura, el eco de los cascos resonaba en sus oídos, marcando el ritmo de su ansiedad creciente.

Estaba perdido, la cadena que lo había mantenido atado a su identidad se había roto, alguien había descubierto su mayor secreto y aún peor ese alguien era un Blackwood.

Un puto Blackwood.

Su mente buscaba desesperadamente todas las soluciones posibles ante su martirio, pero en ese instante, cuando la adrenalina empezaba a desvanecerse y su cuerpo comenzaba a doler, sus pensamientos se nublaron. La fatiga se apoderaba de él, y la claridad que necesitaba para encontrar una salida se escapaba como agua entre los dedos.

Después de lo que pareció una eternidad, con el sol como único testigo de su sufrimiento, Aeron sintió un nudo en la garganta y un ardor en los ojos cuando finalmente divisó la torre Bracken a lo lejos. La estructura se alzaba imponente en el horizonte, prometiendo un breve respiro de su tormento.

Un problema menos, pensó con un suspiro de alivio, pero otro problema más le esperaba.

¿Cómo le explicaría todo esto a su tío?

No había ni una maldita manera de contar lo ocurrido que no terminará con su exilio, y aquello sería la solución más misericordiosa que su tío le ofrecería, de eso estaba seguro. La perspectiva de enfrentar esa realidad lo aterraba y en lo que respectaba estaba decidió en llevarse lo ocurrido hasta la muerte.

Un problema a la vez.

Redirigió su camino hacia la parte trasera del establo al notar a Cormac en las puertas delanteras, decidido a ser lo más discreto posible. Con el corazón latiendo con fuerza en su pecho, comenzó a ejecutar su plan mientras amarraba la cadena a su cuello.

Todo parecía ir bien hasta que el caballo decidió que había tenido suficiente de él, y levantando su cola lo empujó al suelo.

Lo peor es que había soltado un relincho como si se burlará de él, por caerse.

Adiós a la discreción.

Escuchó gritos a los lejos y no tuvo ni que levantarse para saber que Cormac se le estaba acercando.

Agarró la cadena rota con más fuerza con fé de que aunque no estuviera sellada en su cuello donde se suponía debía cubrir su glándula de olor, aunque sea al estar cerca está le ayudaría a no expulsar ningún olor dulzón.