Capítulo 3: Cuarto Creciente

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Mis pasos son lentos, siento como si las cargas del pasado hiciesen uso de todo su peso para hundir mis hombros contra el suelo e intentar enterrarme viva.

''Desesperación''

Sí, así me siento en este instante, el dolor sentido en la iglesia ha sido tan brutal que ha conseguido aniquilar todo anhelo en mi alma, toda ilusión, todo sueño.

No queda nada, me siento vacía, tan solo hay un desierto árido lleno de recuerdos grises.

¿Qué diablos tendrían que ver esos hermanos con la iglesia? No parecían curas ni monaguillos, y sobre todo, ¿cómo podían torturar a alguien mentalmente de esa manera? Suponía que de la misma forma que Uriel pudo cicatrizar una cruz en mi piel.

Necesitaba averiguar qué diablos estaba pasando.

Mis pasos van volviéndose más seguro, alzo el mentón con valentía, no van a poder conmigo.

Nada, ni nadie, había podido.

Yo era una mujer llena de pecados, secretos y muchas cosas que ocultar. Sí, lo era, pero no me avergonzaba en absoluto, pues todo fue por pura supervivencia.

Y eso, tan solo alimentaba mi orgullo.

Cuando estoy dentro del instituto, frente al aula, abro la puerta y justamente suena el timbre. He llegado por los pelos, así que corro a sentarme tratando de disimular mi justa llegada.

Todos los alumnos ya están sentados con el libro abierto por la página 73.

Una vez estoy sentada y con el libro abierto, me percato de algo, el chico de enfrente no está.

¿Se le habrá hecho tarde?

Frunzo el ceño, arrastro la silla para colocarme bien, esta hace un poco de ruido a lo que todos me miran como si deseasen despellejarme.

-Lo siento.- Trago saliva.

Vuelven a fijarse en la pizarra, excepto Madeleine, que me inspecciona minuciosamente. Saludo con la mano tratando de simpatizar con ella, esta tan solo tensa los labios, ignorándome.

Creo que no le gusto.

La puerta del aula vuelve a abrirse, la brisa que corre por los pasillos se cuela, atrayendo el aroma a incienso que hay por todo el instituto.

Mi cabeza vuelve a recordar ese cabello rebelde y castaño, junto a unos ojos verdes esmeralda, mirándome con enfado.

Mi corazón palpita con fuerza.

No he intercambiado ni una sola palabra con Miguel, pero no logro sacármelo de mi cabeza. ¿Qué diablos me pasa con él?

-Buenos días.- Saluda Uriel, tan repeinado como siempre, con un elegante traje de chaqueta azul marino.- Que Dios nos acompañe en este día tan próspero, abrid el libro por la página 73.

Solo se oye a un alumno pasar una página.

La clase comienza, trato de mantenerme atenta, más no puedo evitar desviar mi mirada hacia el pupitre vacío, ¿qué le habrá pasado a ese chico? ¿estará enfermo?

Uriel termina la clase, manda algunas tareas y se marcha, la segunda hora nos toca matemáticas, la da la bella y explosiva María, sí, la amante o pareja sentimental de Uriel, aun no lo tengo claro.

Su falda negra ajustada a su figura con forma de guitarra es tan corta que yo me sentiría más cristiana yendo tan solo en bragas, sus pechos parecen querer deshacerse de los botones de apretada blusa blanca , de vez en cuando, se acaricia el cuello y suspira, como si extrañase algo.

ÁNGEL CAÍDODonde viven las historias. Descúbrelo ahora