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EL SOL APENAS SE ASOMABA ENTRE LAS NUBES GRISES, mientras las hojas caían lentamente, cubriendo el paisaje en una manta dorada y silenciosa. Después de un mes de agotador viaje, Tyler y su familia se encontraban en el condado de Wyoming. Habían enfrentado infectados, cazadores y otros peligros, pero ahora, aunque el ambiente seguía siendo hostil, disfrutaban de un raro momento de tranquilidad.
Tyler lideraba la caminata, vigilante pero intentando mantener el ánimo en alto. Elizabeth, Liam e Isabelle lo seguían de cerca, todos envueltos en chaquetas gruesas que habían encontrado en su travesía.
— ¿Cuánto falta, Ty? —preguntó Isabelle, con un tono de cansancio en su voz joven.
— No mucho, Isa —respondió Tyler, dándole una sonrisa tranquilizadora—. Estamos cerca de un lugar seguro, lo prometo.
— Espero que esta vez realmente sea seguro —dijo Liam, sacudiendo un poco el polvo de la chaqueta—. Estoy harto de tener que estar siempre alerta.
— Lo sé, Liam. Todos lo estamos. Pero cada día que pasa, estamos más cerca de encontrar un hogar —dijo Elizabeth, tratando de infundir esperanza en sus hijos.
De repente, Liam tropezó con una pila de hojas secas y cayó al suelo, soltando una carcajada. Isabelle no pudo evitar reírse, y pronto, se unió a su hermano, pateando las hojas y riendo, sus risas rápidamente contagiaron a su hermano mayor y a su madre. Era la primera vez en mucho tiempo que se permitían un momento de alegría despreocupada.
Después de un rato, Tyler y Elizabeth se hicieron a un lado, observando a Isabelle y Liam jugar. La sonrisa en el rostro de Elizabeth se desvaneció lentamente mientras miraba a Tyler con seriedad.
— Tyler, tenemos que hablar —dijo Elizabeth, su voz baja pero firme.
— Lo sé, mamá. También he estado pensando en todo esto —Tyler respondió, mirando a sus hermanos con preocupación—. No podemos seguir así para siempre. Necesitamos un lugar seguro.
