Barco a ningún lado

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El otoño había llegado y con él, el inicio de las clases.

Julia se había ido con sus padres el mismo día de la llegada de Víctor, una semana antes de las clases.

Tomás se dio cuenta del tiempo que había pasado y como este paso volando, decidió tener una última cena en el barco antes de irse.

Decidieron comer los pescados que habían atrapado en la parrilla de Héctor, mientras yo preparaba papas para acompañarlo.

Ese día fue tan extraño para mí, me senté junto a Héctor, y con Julia al otro lado, viendo como su rostro efectivamente había vuelto a ser el del principio: serio, inerte e imperturbable.

Hacia bastante que no veía esa expresión, la de no tener nada en su mente.

Ella asentía a los planes de sus padres, comía en silencio y Víctor acotaba sobre trivialidades. Ella y yo estábamos calladas, de vez en cuando compartíamos miradas que no llegaban a nada más.

Me sentí sola en la mesa, pero no tanto como me sentí los siguientes días cuando mi cama ya no era compartida con ella.

Me levantaba en la mañana, preparaba el desayuno para Héctor y luego de limpiar pasaba ratos pensando en el verano.

En una sensación que tal vez solo existió en mi cabeza.

Era la misma sensación que me hizo recordar mi antiguo hogar: la de un corazón acelerado, un pensamiento impuro y un sentimiento inapropiado.

Algo que estaba mal, que no se debía hacer y mucho menos pensar.

Hablé con Héctor casi todas las mañanas, quería librarme del pensamiento de pecado que se apoderaba de mi mente y me acosaba cada vez más.

Las hojas de los árboles que rodeaban el barco perdían color, por el inevitable paso de las estaciones mientras que mis pensamientos perdían rumbo, con el exhaustivo deterioro de mi moral.

Eran esas sensaciones las que no me permitían prestarle mi completa atención a Héctor.

Por primera vez, hablaba de algo que nunca había hablado.

—Es algo que extraño de mi casa.

Héctor ataba con maestría la tanza a la caña de pescar.

— ¿Disculpa?

No lo había escuchado, estaba demasiado perdida como para recordar la oración anterior. Simplemente asentía a lo que decía sin entender realmente.

—Las cenas en familia— Contestó—. No odié tanto esta última, me hizo recordar a las que tenía cuando era niño.

Era una oración bastante graciosa, por qué mientras había dado gozo a la última cena que había tenido con su hermano, yo la había odiado particularmente.

— ¿Eran así?

No sabía nada con respecto a la vida personal de Héctor más allá de sus vocaciones y ambiciones. Sabía sobre sus gustos para la pesca, la buena cocina y la música actual. Si no fuera por Héctor y su más reciente disco de The Beatles, no disfrutaría de la misma manera limpiar el baño y la cocina.

Por eso decidí preguntar con genuino interés.

—Mi padre no era un hombre de muchas palabras— Sus manos duras y ásperas por los callos y las durezas ataban con sabiduría las cañas—. Usualmente no comía con nosotros pero cuando lo hacía se sentaba en la punta de la mesa y repetía las historias de sus viajes.

Yo movía los almohadones que se encontraban en esa parte del barco, al aire libre, donde más tierra y suciedad había.

—Tomás me recordó demasiado a mi padre. En la punta de la mesa, hablando sobre sus viajes, inspirando a Víctor a un futuro que sería prometedor para él.

Tomás era vendedor de autos, el nuevo Ford falcón que estaba dando de qué hablar parecía ser un tema de suma importancia para él. Su venta, los lugares de los que venían cada pieza y los que había visitado en afán de conocer más sobre el tema se los relataba con audacia a Víctor, quien escuchaba atentamente.

—Mi padre tenía la única imprenta que había en la isla. Con frecuencia hacia viajes y casi nunca estaba con nosotros— Héctor había dejado su labor con las cañas, en su lugar, miraba algún punto muerto más allá, recordando tiempos de antaño—. Sus cartas eran lo más parecido al calor de la familia que teníamos.

Héctor hablaba con nostalgia. Los recuerdos color ocre que se apantallaban en su mente debieron haber sido tan resplandecientes como los marrones sillones del barco.

No sentí lo mismo que Héctor, a diferencia de él, yo no recordaba a mi familia con tanta ternura y compasión.

—Éramos Tomás y yo junto a mis padres, sin embargo cuando me fui de la casa nunca más pude sentir esa cercanía— Una lágrima traicionera se derramó por su mejilla, haciendo a Héctor el humano sensible que era—. Contigo, con Tomás, Julia, Adela e incluso con Víctor tuve la mejor cena que pude haber tenido en años.

Por un momento me sentí mal, hasta asquerosa conmigo misma por tener los pensamientos que tenía.

Héctor había pasado el momento más dulce e incluso tal vez el más verdadero que había tenido en su vida y yo estaba concentrada en las malinterpretaciones de miradas que había recibido.

Lo había escuchado con atención, cada palabra. Héctor no era tan diferente a mí, él amaba y sentía cada emoción en lo más fino de la piel, siempre al tacto.

Me sentí entonces, comprendida incluso querida por alguien que no pertenecía a eso que llaman "hogar" y que no estaba obligado a soportarme.

—Realmente muchas gracias.

No entendí a lo que se refería, me sentía demasiado emocional y la sensibilidad de Héctor podría haberse confundido por un segundo con gratitud. Realmente yo no había hecho nada, solo era la criada y en esa cena solo aporte la comida.

— ¿Gracias porque? Solo hice las papas.

—Por quedarte— Héctor me miró y sus penetrantes ojos marrones lucían tan similares a los de su sobrina—. Para mí, el simple hecho de estar aquí todos los días es motivo de gratitud. Estaré eternamente agradecido contigo, Emilia, eres parte de mi familia.

El momento de la traición había llegado para mí también, el llanto se apoderó de mi cuerpo en cuanto dijo mi nombre y supe en ese momento que ya no había vuelta atrás para mí.

Estaba irremediablemente pérdida y había encontrado por fin eso que llamaba familia. Héctor era, por lejos, el mejor ser humano que había conocido.

—Gracias a ti por permitirme estar a tu lado.

Ya no hacían falta más maletas, ni desprestigios. Ya no necesitaba esconderme ni buscar una segunda ayuda. No tendría nunca más que pensar en mi casa porque ya la había encontrado. En un barco, uno cuya dirección no se trazaba a cualquier lugar menos hogar.

Era un barco a ningún lado. Me ofreció hospedaje y cariño y ahora yo sabía por fin cuál era mi función: ser feliz.

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⏰ Última actualización: Aug 13 ⏰

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