Capítulo 2

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Vivisha

Acababan de salir del castillo, dirigiéndose hacia la ciudadela. Desde su llegada al reino, Vivisha no había tenido la oportunidad de contemplar con calma la majestuosa belleza del paisaje que la rodeaba.

—¿Y bien? ¿Ya has sucumbido a los encantos de Elfring, forastera? —preguntó Dylan con una sonrisa orgullosa en el rostro.

—Pues no, principito —respondió Vivisha con sarcasmo, devolviendo la sonrisa.

Dylan mantuvo su expresión burlona, pero su atención fue rápidamente captada por la aparición de Cedric, el guardia que había visto antes.

Cedric se acercó y ambos comenzaron a conversar en voz baja, como si discutieran algo de suma importancia.

Mientras hablaban en un tono de voz bajo, Vivisha se dedicó a apreciar la vestimenta de ambos.

Cedric parecía portar una armadura de hierro que contrastaba con sus rizos dorados, creando una imagen imponente y majestuosa. La armadura estaba meticulosamente pulida, reflejando la luz de las antorchas en los muros y destacando los grabados que adornaban las placas. Además, utilizaba un cinturón de cuero en el que llevaba enfundada una gran espada, cuya empuñadura se asomaba con elegancia y firmeza. En las hombreras, Cedric llevaba grabado un símbolo que también se apreciaba en la sala del trono: un rombo recto con detalles elaborados en el contorno, y en su interior, la silueta de un dragón junto a una daga afilada. Este símbolo, distintivo y solemne, parecía indicar un rango superior, diferenciando su vestimenta de la de los demás guardias que había visto antes.

En cuanto estaba a punto de fijarse en la apariencia de Dylan, se percató de su presencia y este le devolvió la mirada, frunciendo el ceño en el momento. Dylan llevaba un atuendo menos ostentoso pero igual de significativo. Sus ropas eran de un tejido oscuro y resistente, diseñadas para permitirle moverse con agilidad. El cuello alto y los bordados dorados en los puños y el dobladillo sugerían su estatus noble, mientras que una capa ligera, sujeta por un broche en forma de dragón, ondeaba ligeramente a su espalda.

—De acuerdo, enseguida voy —murmuró Dylan al finalizar la conversación, con un tono serio que contrastaba con la atmósfera solemne del lugar.

El príncipe se aproximó a Vivisha con cautela y un aire de urgencia, sus ojos, claros y penetrantes, reflejaban un enigma no revelado. Sus movimientos, aunque medidos, denotaban una prisa contenida, como si tuviera la necesidad de irse cuanto antes.

—Escucha, forastera, necesito ocuparme de unos asuntos... pendientes. Mientras tanto, eres libre de explorar la ciudadela o hacer lo que te plazca, pero bajo ninguna circunstancia menciones esto a mi padre.

Vaya vaya, parecía que el príncipe tenía algo que ocultar. Vivisha, con el ceño fruncido y la mandíbula apretada, respondió con un tono desafiante que destilaba confianza.

—¿O sino qué? —preguntó ella.

La sonrisa del príncipe se desvaneció en seguida. Con una rapidez y fuerza inesperadas, Dylan sujetó el brazo de Vivisha y la empujó con violencia contra un muro apartado de las miradas curiosas. Sus dedos se clavaron en su piel con una firmeza que le causó un dolor agudo.

—Si le dices algo de esto, te aseguro que te enfrentarás a consecuencias muy desagradables de mi parte. Y créeme, no querrás eso, ¿cierto? —advirtió Dylan mientras la agarraba con fuerza.

La amenaza en su voz era como un cuchillo afilado, cortante y sin piedad, dejando claro que sus palabras no eran una simple advertencia.

Vivisha sintió la amenaza en su piel, el miedo y la adrenalina mezclándose en sus venas. Tratando de mantener la calma y mostrar fortaleza, asintió en silencio, sus ojos fijos en los de Dylan, buscando alguna chispa de compasión que no encontró.

EpifaníaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora