II

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No pudo hacer nada.

En esos días, no pudo hacer gran cosa. Apenas y volvió tres lunas antes de la llegada del príncipe Lucerys, sus posibilidades de armar un plan eran escasas. La primera luna de su vida, la desaprovecho al estar en un estado de trance, lo que no era de esperarse, nadie esperaría volver de la muerte. En su segunda luna, se dedicó a observar las señales de su cuerpo y a aceptar su situación, en la tercera y última, trató de pensar en que podría hacer para ayudar al Velaryon, no tenía aliados, su familia no le creería absolutamente nada, ni tampoco la ayudarían. No lo hicieron en el pasado, ni mucho menos lo harían ahora.

¿Entonces, qué quedaba para ella?, muy fácil, resignarse. No tenía forma alguna de cambiar el destino, o eso es lo que se supone que ella debería de creer. Sin embargo, no se rendiría, no lo haría ni porque tuviera que volver a perder la vida. Seguía triste, lo admitiría, era difícil salir de la depresión en solo tres lunas, era imposible olvidar todo lo sucedido y las pesadillas que ha tenido desde que despertó no la ayudaban para nada. No pudo pegar el ojo durante noches, su semblante era pálido, débil y demacrado.

Al final, la noche llegó y una gran tormenta se posaba en el asentamiento de los Baratheon, también conocida, como Bastión de Tormentas. Era normal deducir que las tormentas eran una cosa habitual en el lugar solo al escuchar el nombre que poseía, por ende, ninguno de los Baratheon creía que fuese a suceder algo recalcable.

Pero Cassie sabía que si lo haría, Aemond no tardaría en visitar el lugar y poco tiempo después, el príncipe Lucerys vendría seguido del príncipe tuerto. El Velaryon moriría esa noche si ella no hacía nada, por lo que, rendirse no era algo que estuviera en sus opciones. Su vida dependía de la del joven Velaryon.

No sabía con exactitud que haría, pero al iniciar el día, le comunico a su familia que se hallaba enferma, cosa que todos creyeron solo con ver su actitud distante y diferente a la usual. Su apariencia frágil le ayudo mucho a que le creyeran por completo su mentira, puesto que sus ojeras en conjunto de su piel pálida, haría que cualquiera pensara que se encontraba enferma.

Gracias a eso, ella se la pasó todo el transcurso del día en su recámara, tenía una sola oportunidad y sabía que no la podía desperdiciar. Si lo hiciera, moriría, todo se iría al demonio. Era todo o nada, su única opción sería convencer al joven Velaryon de llevarla con ella esa misma noche. Era improbable que un príncipe le prestara atención cuando ni siquiera su familia lo hizo, pero ella apostaría todo.

Tan solo, dejo que el día pasara, que nadie se acercara a ella y evito por completo reencontrarse con Aemond por más que supiera que el príncipe tuerto se encontraba en su hogar. No fue complicado darse cuenta del momento de su llegada, todo el palacio estaba vuelto un caos por la visita de un miembro de la familia real y peor aún, si venía con un mensaje del mismo rey, o dicho de otra forma, del usurpador.

Solo saber que ese hombre estaba allí, le ponía los pelos de punta. No podía evitar sentir su corazón acelerarse y el pánico recorrer cada parte de su cuerpo, cada instante que paso encerrada en su habitación no hizo más que aumentar su creciente ansiedad. Ella temblaba, presa del miedo y de lo escalofriante que era para ella estar bajo el mismo techo de aquel tuerto, no obstante, no se daría por vencida.

Tenía miedo, sí, pero no se paralizaría por ello por más que temblara debido al temor que estaba teniendo. No lo haría, ya no. Jamás se consideró una mujer valiente, nunca lo fue. No era fuerte como debería serlo, tal vez por eso nunca fue relevante entre su familia que tenía como lema la fuerza. Era bonita, más no era tan hermosa como otras mujeres de alta cuna. No era la más astuta, ni tampoco la más tonta. La palabra "normal", parecía definir a la perfección su vida.

ᴏᴄᴇᴀɴꜱ ɪɴ ʏᴏᴜʀ ᴇʏᴇꜱ - ʟᴜᴄᴇʀʏꜱ ᴠᴇʟᴀʀʏᴏɴDonde viven las historias. Descúbrelo ahora