2. ʀᴜꜱʟᴀɴᴀ

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Poco a poco voy despertando sin necesidad de alarma, pues hoy es sábado. Mantengo los ojos cerrados ya que todavía sigo cansada por la noche de ayer y no me quiero levantar aún. Me estiro en la cama y me doy la vuelta como si nada, hasta que recuerdo que en teoría he dormido con Ruslana y la cama no es precisamente grande. Me obligo a abrir los ojos y no la veo acostada conmigo; está sentada frente a su escritorio con su portátil abierto.

—¿Qué haces? —digo casi sin vocalizar.

—Acabar un proyecto —responde sin apartar la mirada de la pantalla. Me incorporo un poco en la cama y me froto los ojos para intentar que la luz me moleste menos.

—¿Qué hora es?

—Las doce y veinte.

—Madre mía... —vuelvo a acostarme en la cama, es demasiado tarde.

—En una hora hemos quedado con Bea y Martin para ir a comer fuera —me mira por fin y me río al ver que lleva esas gafas de leer de las que tanto me burlo, parecen de abuela.

—Deja mis gafas en paz —dice, y niego con la cabeza mientras finalmente me siento en la cama. Me duele todo el cuerpo.

—No tengo ropa aquí, solo el vestido de anoche. Que, por lo que veo, he dormido con él —digo mirándome el cuerpo. Se me olvidó pedirle pijama anoche.

—Yo te dejo algo —dice.

—Tú solo tienes ropa de lesbiana rockera —me quejo.

—¿Y tú qué eres, cielo?

—Pues sí, soy lesbiana, pero no rockera.

—Cállate y coge lo que quieras de mi armario, pesada.

—Vale, tranquila, doña cascarrabias —nos sonreímos y obedezco lo que me dice. Paso unos minutos buscando y encuentro algo que es más o menos de mi estilo: unos vaqueros largos y anchos y una simple sudadera. Lo malo es que la sudadera es de un grupo de rock, pero no importa.

—Ahora que lo pienso —inicio, y mi amiga cierra su portátil y se levanta de la silla. Intuyo que ya se va a empezar a arreglar y que no me va a meter un puñetazo por hablar mientras está concentrada.

—Dime.

—¿Y Álvaro? ¿No viene?

—No responde al grupo, debe estar dormidísimo.

Mientras Ruslana se cambia, pienso en lo cómoda que me siento aquí, con ella. Es bueno tener a alguien tan cercano como lo es ella para mí, aunque a veces me saque de quicio y haya momentos incómodos por nuestro pasado compartido. Sigo preparándome y ella hace lo mismo. Nos reímos de tonterías, nos burlamos de nuestros estilos y al final terminamos listas para el día.

Salimos de la residencia y mientras andamos, el sol empieza a calentar un poco más el día, lo que nos ayuda a sacudirnos la pereza matutina. Es sábado y estamos juntas, lista para otro día de risas y quién sabe qué más. A pesar de todo, la aprecio mucho y no cambiaría estos momentos por nada.

—Oye, ¿te acuerdas de lo de la comisaría? —digo, rompiendo el silencio cómodo entre nosotras.

Ruslana se ríe ligeramente, sin apartar la mirada del camino.

—¿Cómo olvidarlo? Esa policía... no dejabas de mirarla.

—¡No es verdad! —protesto, sintiendo el calor subir a mis mejillas. Ruslana siempre sabe cómo avergonzarme.

—Claro, claro... Y yo soy Victoria De Angelis —dice, rodando los ojos—. ¿La has vuelto a ver?¿Esta por aquí?- busca con la mirada a la respectiva chica.

Ódiame Donde viven las historias. Descúbrelo ahora