ᴘʀᴏʟᴏɢᴏ

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VALERIA
Viernes, 22 de marzo

 VALERIAViernes, 22 de marzo

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Los empujones que me da la gente y los cubatas que llevo encima hacen que me sea muy difícil mantenerme en pie correctamente. Después de un codazo muy fuerte en la espalda, me balanceo hacia adelante ya que he perdido el equilibrio, y Martin me agarra de los hombros para evitar que me choque con alguien más. Me sonríe divertido y continúa bailando con Bea. Mirándolo, me doy cuenta de lo rápido que pasa el tiempo.

Martin y yo nos conocimos en Madrid. Mis padres y yo nos tuvimos que mudar allí por trabajo de ellos cuando yo tenía 14 años. Fue un cambio difícil, pero Martín fue una de las primeras personas que conocí y rápidamente nos hicimos muy cercanos. A través de él conocí a Ruslana, y desde entonces hemos sido un trío inseparable. Tanto que decidimos venirnos al
sur de España juntos para estudiar. Sé que esta decisión no tiene mucho sentido, pues hay decenas de universidades muy buenas en Madrid, pero simplemente queríamos un cambio de aires, un ambiente diferente al salir de casa. Y hemos logrado cumplir el objetivo.

Me pierdo en estos pensamientos hasta que noto unos dedos posarse en mi hombro derecho. Salgo del trance en el que había entrado y veo a Álvaro mirándome preocupado.

—¿Estás bien? —pregunta acercándose a mi odio para que pueda escucharle.

—Sí, sí. —Le sonrío. Siempre que salgo de fiesta me pongo pensativa, no entiendo por qué, pero no encuentro la manera de evitarlo.

Después de esto, me doy cuenta de la falta de Ruslana. Hace rato que no la veo y me dijo que vendría después de comprarse otro cubata. Miro a mi alrededor y no hay ni rastro de la pelirroja. No sé dónde habrá ido a parar, así que enciendo mi teléfono con cuidado para que no se me caiga ni pase nada que no quiero, y voy a su chat. Le escribo "¿Dónde estás?" y seguidamente envío el mensaje, el cual no recibe. Quizás es la cobertura. Lo apago de nuevo y lo guardo en mi bolso para seguir disfrutando con mis amigos. Ella seguro que está bien, es una chica muy extrovertida y se debe de haber quedado hablando con alguien random. Siempre hace lo mismo, apenas le veo el pelo cuando salimos de fiesta.

Mientras suena una canción del último disco de Bad Gyal y la canto a todo pulmón con Martin, escucho como alguien pronuncia mi nombre, pero este tiene eco, así que pienso que solo es imaginación mía. Hasta que lo vuelvo a escuchar, seguido de un estirón en mi brazo. Me doy la vuelta y me encuentro con Ruslana. Ella tiene todo su maquillaje corrido y los ojos rojos e hinchados de llorar. De inmediato me acerco a ella para preguntar.

—¿Qué ha pasado?

—Me han robado el móvil. —Siento cómo el corazón se me acelera un poco. No era mío ni nada de eso, pero sé el esfuerzo que tuvieron que hacer sus padres para comprarle el teléfono ese de más de mil euros y también sé la ilusión que tuvieron al regalárselo—. Estaba en mi bolso, lo guardé ahí antes, y hace un rato he ido a cogerlo para escribirte y tenía el bolso abierto y sin el móvil —dice con la voz temblorosa.

—Vamos fuera. —La agarro del brazo y empiezo a caminar hacia la salida mientras esquivo a las personas. Pero antes de salir, paso por objetos perdidos y le pregunto a Juanjo si han llevado un iPhone 15 en la última hora. Él lo niega, así que después de darle las gracias, salimos definitivamente fuera de la discoteca. Ruslana está llorando sin parar y le falta el aire—. Calma —digo para tranquilizarla y la abrazo por los hombros. Con la mano que tengo libre, saco mi móvil de mi bolso y entro en la aplicación "Buscar" para intentar localizar su teléfono desde ahí, pero enseguida pone que no puede realizar esa función, ya que su móvil se encuentra fuera de cobertura o apagado.

—¿Qué hago, Valeria? —sigue aferrada a mí.

—Mañana volveré a mirar esto. Si te lo han robado, tendrán que encenderlo en algún momento —asiente—. Pero ahora no puedes hacer nada más que esperar. Incluso, si quieres, podemos ir a comisaría para denunciarlo. Tal vez la policía pueda ayudar.

—Lo dudo —responde.

—¿No quieres ir a denunciarlo, entonces? —se encoge de hombros.

—Vamos, por intentarlo no pierdo nada —asiento y caminamos hacia la comisaría más cercana, que está a unos diez minutos andando. Solo espero que esté abierta. Son las cuatro de la madrugada y no sé hasta qué punto trabajan a estas horas.

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