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La semana siguiente en el instituto fue como estar en un paraíso. Nadie me dio problemas en clase. No tuve que esforzarme para que mis alumnos me prestaran atención porque mi nuevo follamigo, un intimidante deportista de último año que hacía que todos lo obedecieran con solo mirarlos, corrió la voz para que no se metieran con el señorito Kim. Nadie tuvo el valor de preguntar por qué. Todos dieron por sentado que mi coche destrozado, su Range Rover recién pintado y su vuelta al aparcamiento de estudiantes eran la respuesta a esa pregunta. En su opinión, Jungkook quería mantenerme contento desde que chocó con mi coche.

Nadie sospechaba que chocábamos otras cosas en nuestro tiempo libre.

Daba todas mis clases y luego me quedaba con Jungkook en el aula de castigo. Ahí, yo avanzaba trabajo y él enviaba mensajes con el móvil. El último día, me pasé todo el rato mirando el reloj y dando golpecitos en la mesa con el subrayador. No me concentraba con él delante. No nos dijimos ni una palabra. Cuando se acabó el tiempo de castigo, recogimos nuestras cosas y abandonamos el aula. Me metí en mi coche y él, en el suyo. Sin embargo, en cuanto llegué a casa, lo encontré esperándome dentro del bloque con las manos en los bolsillos.

-¿Quieres pasar?

Bajé la cabeza y me mordí el labio para no sonreír. Él se miró los zapatos con una sonrisa de oreja a oreja. Los dos estábamos atontados. Me gustaba. Me gustaba y detestaba que me gustara.

-No, no puedo. Tengo entrenamiento para el partido de prueba. Los Kings machacarán a los maricas que jueguen el año que viene con los Saints como no les enseñemos a jugar bien. Namjoon está muy enfadado. Vendrá un cazatalentos a vernos jugar y se fijará en cómo tiene la pierna. Quizá se replanteen darle la beca ahora que ya ha acabado la rehabilitación. A las siete, ¿vale?

-Vale.

Asintió. Nos miramos fijamente, inmóviles. Entonces, se encogió de hombros y salvó el espacio que nos separaba de una zancada.

-A la mierda. He echado de menos esos labios.

Acto seguido, se lanzó a por mí y me besó con vehemencia y frenesí un buen rato hasta que se marchó.

Sin aliento, abrí la puerta y me metí en casa. Me apoyé en la madera y suspiré.

No me parecía que hiciéramos algo prohibido o malo. Éramos un chico y un doncel que se gustaban.

Volvió a las siete y diez, y, por cada segundo de más que me hizo esperar, la inquietud y la decepción se cebaron con mi estómago. Abrí la puerta con el ceño fruncido.

-Has dicho a las siete. No soporto a los tardones.

-Ya somos dos -dijo, y me dio un empujón con fuerzas renovadas-. En cuanto al misionero...

El enorme quarterback entró en mi órbita.

El rubor que le teñía las mejillas tras el duro entrenamiento le marcaba todavía más el labio partido y el nuevo moretón. Aún tenía el pelo mojado de la ducha. Entre el fútbol y el Desafío, los Playboys estaban llenos de heridas. Un tobillo roto había sentado a Kim Namjoon en el banquillo durante todo el otoño. Fue un accidente en el vestuario, pero casi parecía que Jungkook quisiera partirle la cara bonita. Los Saints practicaron y ensayaron la melé hasta en invierno, pero era un estudiante de último curso. Ni él ni sus amigos estarían en el equipo el año siguiente.

-Quítate la ropa.

Lo hice sin pensarlo dos veces. Con esa autoridad, él tendría que haber sido el profesor. En bragas, esperé a que me diese más órdenes.

-Gírate y tócate los dedos de los pies, pequeño bailarin.

No sabía cómo había descubierto que era bailarin, y preguntárselo me habría obligado a afrontar la verdad.

Que era un acosador de manual.

Y eso me volvía loco.

Así pues, obedecí y me puse con el culo en pompa, seguramente a la altura de su ingle. El dolor punzante de mi entrepierna exigía que lo aliviaran. Me agarró el culo por detrás, me arrancó las bragas de un tirón y me metió los dedos.

-Con lo que he tardado y siguen húmedas -dijo mientras me restregaba las bragas por los cachetes del culo-. Tan enfadado no estás.

Mierda. Se sentian que estaban mojadas incluso ahora, cuando no eran más que un hilo.

-¿Te importaría dejar de romperme la ropa? No a todos nos mantienen mamá y papá.

Ya está, ya se lo había dicho.

Se rio, y noté sus abdominales en el culo. Me metió tres dedos de golpe y trastabillé hacia delante, pero me agarró del hombro para que no me cayese de bruces.

-Esta semana ha sido una introducción -me advirtió-. Hoy... Hoy te voy a marcar como mío.

Parecía una locura. Pero me ponía. Y mucho, la verdad. Le seguí el juego de inmediato. Puestos a tirar mi carrera por la borda, era mejor disfrutar por el camino, ¿no?

-A ver si logras mantener el equilibrio mientras hago que te olvides de los tíos a los que te has tirado.

Oí cómo se bajaba la cremallera y se sacaba el miembro. Me rozó alrededor de mi entrada con el glande y me estremecí, expectante. Me levanté un poquito para tener más equilibrio.

-Tócate la punta de los pies.

Me mordió el cuello desde atrás y trazó círculos en mi entrada con la punta del pene, lo que hizo que muriera de deseo. Encima el cabrón estaba desnudo.

-No te enrolles y métemela ya, que me va a dar algo -protesté con voz trémula.

-Shhh -replicó mi acosador mientras abría el condón con los dientes sin dejar de tantear mi entrada-. Tú aguanta ahí, que yo me encargo de lo demás.

Me la metió despacio. Extremadamente despacio. Iba a centímetro por segundo y, luego, me la sacó aún más despacio. Me temblaban las piernas. Grité de placer y frustración. Era una de las mayores torturas de mi vida, pero disfruté cada instante.

-Más rápido -supliqué en voz baja.

Me ignoró por completo. La siguiente penetración fue todavía más lenta.

-Jungkook ... -Me mordí el labio-. Fóllame en serio.

-Pues que parezca que te mueres de ganas -gruñó mientras me roía el hombro con los dientes-. No me dejes plantado. No me eches la bronca si llego diez minutos tarde y no finjas que no me deseas.

Un centímetro. Otro. Otro. Era una tortura maravillosa. Quería zafarme de él y correr al cuarto para acabar lo que había empezado con Víctor el Vibrador, mi novio de plástico, pero no era lo bastante fuerte para oponerme a él, daba igual lo que me hiciera.

-Vale -gruñí-. Vale, lo prometo. Ahora fóllame.

-Eso está mejor -murmuró, y me penetró tan fuerte que me hizo trastabillar.

Me tiró del pelo para acercarme a él y que no me estampase contra el suelo. Entonces, me folló con tanto ímpetu que se me durmió el cuerpo de cintura para abajo antes de acabar.

«Eso es lo que pasa cuando te corres siete veces en una noche», pensé mientras me tambaleaba hacia la cama. Para cuando se fue a casa, cerca de medianoche, no notaba mi culo.

Ni las piernas. Joder, es que ni los pies.

Pero había dejado claras sus intenciones. En cuanto a mí, me moría de ganas de repetir.

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