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Aquella tarde lo cambió todo, ya que Jungkook y yo empezamos a enviarnos mensajes. Así era mucho más fácil hacer planes. Más tórridas citas en mi piso medio vacío. Más posturas imposibles follando. Más besos robados en el instituto, con la consecuente emoción que implicaba el riesgo a que nos pillaran.

  Al final de la semana, Jungkook me envió una foto suya mientras flexionaba los bíceps delante del espejo del vestuario. Por poco no abrí el mensaje al pensar que sería algo espeluznante —como los huevos de algún compañero—, pero, entonces, recordé que se trataba de Jungkook. Por extraño que parezca, era muy responsable para su edad y su posición social. Era el más callado de los cuatro. El único con principios. Yoongi era el malvado, Hoseok, el porreta, Namjoon, el alma en pena que buscaba a su alma gemela y Jungkook, el pegamento que los mantenía unidos. El tío con el que siempre podías contar. Yo también empezaba a contar con él.

 
    Jungkook: Está científicamente demostrado: estás con el tío más macho de toda la ciudad. Podría cargarme a alguien con estos bíceps.

   

    Yo: Jungkook, tienes dieciocho años. Un poco de perspectiva, por favor.

   

Jungkook: Dijo el que se va a dormir agarrado a mi polla. ¿Pizza esta noche?

Yo: Fue solo una vez. Y sin querer.

Yo: Vale. Pero sin cebolla.
 

  Me recosté en una caja llena de libros y me reí mientras abrazaba el móvil como un tonto. «Qué mal», pensé para mis adentros. «¿Qué haces? ¿Ahora sales con él?».

Jungkook: ¿Sin cebolla? Pues sin condón. Estoy limpio. Se que tomas la píldora.

  
    Yo: SÉ. Con acento.

    Yo: Y trato hecho.

  
  Jungkook: Un placer hacer negocios contigo. Un beso.
 

Madre mía, tenía que pararlo antes de salir herido. Ya solo el vuelco que me daba el corazón cada vez que lo veía en clase era demasiado. El placer que suponía acostarme con él se tiñó de dolor. Aun así, me llenaba de alegría, de risas y de sexo increíble. Pero ahora también me absorbía.

  Sentimientos, pensamientos, lógica.

  Aquella noche, Jungkook se metió en mi casa y me tiró al sofá mientras me bañaba la cara de besos. Reí al tiempo que le daba puñetazos en los abdominales. Nos revolcamos entre besos, puñetazos y risas. Entonces, paramos para tomar aire y nos miramos a la cara por primera vez desde que había entrado. Estaba encima de mí, analizaba mi rostro en busca de respuestas a preguntas que nos daba demasiado miedo formular en voz alta.

—¿Cómo has sabido que tomo la píldora?

  El silencio era tan ensordecedor que sentí la necesidad de romperlo.

  —Fácil: las vi en el tocador del baño.

  —Pues vamos a desnudarnos y a hacer cosas sucias. Es viernes, así que seguramente querrás salir con tus amigos más tarde —dije mientras me disponía a quitarme la camisa.

  Me tomó de la mano y me detuvo.

  —Para el carro, señorito.No tengas prisa. Veamos una película mala de los noventa mientras esperamos a que traigan la pizza. Hoy dormiré aquí.

  Fruncí el ceño. Yoongi daba unas fiestas increíbles todos los fines de semana y los Playboys no se perdían ninguna. Era obligatorio asistir o algo así. Lo sabía porque si te invitaban, significaba que eras guay. Y sabía que esa noche había fiesta porque el día anterior había oído a la gente cuchichear en los pasillos sobre a qué chicos retarían en el Desafío y qué chicas accederían a la sala privada de Yoongi en la que se juntaban los Playboys.

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