Respiro de ley

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Cada picotazo de la aguja enviaba pequeñas descargas de un dolor placentero. La forma de trabajar de Kiyu, tan absorto en su tarea, me había embelesado. No podía parar de mirar sus manos, fuertes y fieras, trabajando mi piel con suma delicadeza. Su semblante concentrado mostró lo afilado de sus pómulos mejor que cualquier otra expresión. 

-Si no compruebas qué dibujo, me tientas a que lo haga mal a propósito-me advirtió. Se había dado cuenta de donde estaban mi ojos.  

-Confío en ti. 

Se aclaró la garganta y, tras unos segundos en silencio, decidió no responder. Volvió a centrarse en su trabajo, ya bastante avanzado. 

Me dejó observarle en paz el resto del tiempo, hasta que los agudos momentos de dolor cesaron y Kiyu dejó la aguja sobre un trapo. 

-Bien, ya está. 

Me miré el brazo, irritado y adolorido. Mi piel lucia agotada, maltratada, pero ahí estaban otra vez esas montañas. Kiyu había mejorado el diseño y había añadido blanco a las estrellas, simulando su brillo natural. Era precioso. 

-Gracias -mis mejillas estuvieron húmedas antes de percatarme de las ganas que tenía de llorar. 

-Con este brazo no -detuvo mi movimiento, obligándome a usar mi brazo izquierdo para limpiarme-. ¿Te gusta?

-Me encanta, ha sido un detalle precioso. Gracias por hacer esto por mí. 

-¿Y por qué lloras? -La angustia le cerraba la garganta, notaba como las palabras luchaban por salir. Sus ojos estaban llenos de preocupación e impotencia, como si desease golpear a lo que me había herido, fuera lo que fuera. 

-Porque estoy triste, todo esto ha terminado. Quiero volver, quiero reinar. Pero no paro de pensar en que seré un cero a la izquierda en la corte, únicamente responsable de proyectos pequeños. He sido tan dueña de mi camino últimamente, que ya no quiero soltar esa sensación. 

-¿Tienes planes?

-Lo primero que me gustaría hacer sería mejorar relaciones, sobre todo con Jigribin. También querría hacer algo por los hechiceros, quizás fundar algo más formal, como la academia -le expliqué-. Pero no lloro solo por eso -añadí-, ahora sí te voy a recordar para siempre -miré al tatuaje de nuevo. 

-Eso me hace muy feliz. Mi ego masculino se alegra de haberte marcado -bromeó para aligerar el aire. Funcionó, mis lágrimas cesaron y pude sonreír. 

-De verdad, muchas gracias. 

-Ha sido un placer, alteza -me besó el dorso de la mano que todavía sostenía. 

-Vaya, ahora es mi ego femenino el que ha crecido. 

-Me iré ya, no puedo permitir algo como eso. Mi ego tiene que ser el más grande de todos -me dio un beso en la frente-. Esta noche supurará tinta, mañana pídele a David que lo cicatrice. He usado una aguja normal, por lo que no debería tener problemas. 

-Buenas noches -me despedí. 

-Buenas noches -me respondió, desapareciendo tras mi puerta. 


Mis cicatrices acabaron en muy buen estado, la piel ya estaba envejecida, como si llevaran ahí años en lugar de un par de días. David también se encargó del tatuaje, que quedó perfecto, una silueta montañosa negra perfecta sobre mi piel dorada. Resaltaría más cuando volviera a mi palidez norteña. 

-Vístete rápido -Ichiri apareció en mi habitación-. Como te has recuperado rápido, podemos practicar uno o dos hechizos en el cañón. 

-¿Por qué no todos?

Por el primer latidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora