Lo que rompiste

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Me dormí nada más tocar las sedosas sábanas, huyendo de mis propios pensamientos, tras escribir un poco más del borrador. No tuve tiempo a más por la cantidad que desperdicié buscando mis gafas desaparecidas. Al final me rendí.

La noche fue tranquila, solo hubo un único momento en el que percibí la mirada de alguien sobre mí. La parte más racional de mi cerebro me pidió que reaccionara, que abriera los ojos y me asegurara de no estar en peligro. La otra me rogaba que me quedara quieta, asustada por hacer cualquier movimiento que obligara a esa presencia a marcharse.

Obedecí a la segunda, segura de que no estaba en peligro, convenciéndome de ello con tal de poder seguir experimentando la intensidad de esa mirada un poco más.

Después empecé a soñar, con Kaelian y con sus expresiones de sorpresa cada vez que hablaba o ponía alguna mueca. Como si nunca antes hubiera sucedido.


Me desperté descansada y con mucha hambre. Abrí el armario con manos temblorosas sabiendo que no podría ponerme sola ninguna de las prendas que había allí.

Abrí la puerta que llevaba al baño y me encontré con una extraña y bajita criatura llenando mi tina de agua caliente. Su ropa más bien femenina me dio un indicio de su género, ya que por lo demás, no habría podido adivinarlo. Era menuda y calva, con unas orejas puntiagudas en las que lucía algunos abalorios no conjuntados y unos ojos negros sin iris. Su piel era de color verde oliva y se arrugaba en partes como el codo o la rodilla. Su traje era de criada.

Saludé con una sonrisa y ella me la devolvió, mostrando una boca con miles de dientes pequeños y afilados. Me hizo una reverencia y se marchó.

No pude hablar con ella, no habría sabido.

Tras rebuscar unos minutos encontré una opción: un vestido violeta, sencillo, sin vuelos ni corsé. Añadí una capa negra con capucha, ya que las mangas de tul me parecieron demasiado ligeras, incluso para el clima palaciego.

Pasé por delante de las puertas de Viktor y Kaelian y consideré llamar a la puerta, pero se me ocurrió una visita especial que apreciaría más en soledad, una que el encuentro con la criada había vuelto algo más necesaria.

Recordaba el camino a la enorme biblioteca y agradecía que estuviera en mi misma ala, teniendo en cuenta el tamaño desproporcional del palacio. No tarde más de unos minutos en llegar a las enormes puertas y traspasarlas.

Me recibió el olor terroso y cálido de la madera envejecida, impregnada de tantas historias como los libros a los que daba cobijo. Tras dar un paso, pude distinguir el olor a cuero con notas algo rancias por el tiempo que debían llevar ahí el papel y la tinta.

La biblioteca contaba con dos plantas y cada planta tenía dos niveles de estanterías. La segunda planta estaba completamente abierta a la vista, para pasear por sus estanterías solo se contaba con una pasarela con barandilla que dibujaba el contorno del lugar. El techo alto y repleto de lámparas estaba a la vista desde la parte más baja.

Pasé los dedos por los primeros volúmenes que encontré, de lomo grueso y apariencia pesada. Los acaricié con anhelo, recordando que nunca sería capaz de leerlos.

Escogí uno al azar y me lo llevé a un sillón cercano, ignorando los puestos de lectura con sillar rígidas de madera.

Al abrirlo, me encontré con un sin fin de bellos trazos en una profusa tinta negra.

-Sabía que estarías aquí -escuché alto y claro desde la puerta.

Viktor se acercó con paso firme y sereno, arrastrando la capa blanca con bordados de oro que cubría su impecable vestimenta del mismo color.

Por el primer latidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora