Laberinto de corazones

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Viktor

Casi dos semanas completas habían pasado hasta encontrarla, eso era lo que había tardado en llegar hasta Khalena después de que Kaelian la dejara en dónde sea que la hubiera dejado.

Era raro, difícil y solitario saber que se había ido para no volver. Kaelian había sido mi sombra durante casi toda mi vida, con él a mi alrededor sabía que estaba seguro, tanto que había descuidado mis propios entrenamientos para centrarme en lo que verdaderamente importaba.

Estaba convencido de que siempre estaría a mi lado, su partida era algo que nunca había vislumbrado, por lo que dediqué todos mis esfuerzos a encontrar el amor verdadero, ese que papá siempre decía que le había traído la felicidad tanto a él como al reino.

Sabía que Anatella nunca llegaría a serlo, podría ser una gran amiga y compañera, pero me hacía falta más. Elegir a cualquier otra princesa hubiera sido una declaración muy ofensiva contra Dvenka, por lo que buscarla fuera parecía ser la solución idónea.

Y la había encontrado, estábamos construyendo algo poco a poco, hasta esa noche en la que exploté, en la que perdí el control y la perdí a ella.

Era constante a su alrededor, la sensación de que debía contenerme, tener cuidado por lo frágil que era. No esperaba rebasar tanto el límite, como tampoco contaba con que Kaelian la defendiera.

Sin embargo, en ese momento lo vi claro, las acciones se ordenaron dando lugar a la solución que necesitaba tan desesperadamente. Di ese último paso a propósito, movido por una decisión espontánea, sabiendo incluso que me heriría, pero asegurándome de que marcaría el final del demonio en nuestras vidas.  Me pareció un plan perfecto, excepto por el secuestro de Asia.

Aunque nada de eso importaba ya, la habían encontrado y estaba sana y salva, acompañada por Loen y Samantha hasta que yo llegara y la trajera de vuelta.

Ya nos quedaba menos de un día de camino, el ajetreo de la capital contagiaba de forma cada vez más evidente a los pueblos que atravesábamos a toda velocidad, parando lo justo y necesario.

Dorian me había dicho que se había negado a mostrarse en la llamada que hicimos mediante un hechizo, me comentó que Loen estaba con ella en su cuarto.

Debía estar cabreada y dolida, creyendo que la había abandonado. Nunca haría algo así, tenía que dejarle claro de nuevo que, mientras estuviera a mi lado, se cumplirían todos sus deseos.


Ignoré a todos los guardias que trataban de cortarme el paso y avancé por el palacio que tan bien conocía por haberlo recorrido jugando en mi infancia. Dorian y Kirst estaban al final del vestíbulo, hablando entre susurros.

-¿Dónde está? -alcé la voz lo justo y necesario para que reverberara, aprovechando la construcción de la sala de mármol.

-Se ha ido -me soltó Kirst.

-¿Qué? -me detuve de golpe en medio de la sala.

-Tu prometida ha huido -confirmó el rey.

La irritación llenó mis venas y volví a sentir ese tirón en el pecho, el que me aseguraba que tenía el poder suficiente para actuar como quisiera.

Y lo creí.

En un par de grandes zancadas, me posicioné frente al rey de Dvenka y agarré las solapas de su camisa, tirando de él hasta que nuestros ojos se enfrentaron directamente.

-¿Cómo habéis permitido que huya?

-No estaba retenida, tenía guardias por su seguridad. ¿Por qué iba a encerrar a tu prometida? -la sonrisa burlona en sus labios terminó de avivar la mecha, que se terminó antes siquiera de empezar, detonando en mi pecho con una fuerza brutal que aproveche al llevar mi puño hasta la mandíbula de Dorian.

Por el primer latidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora