Capítulo 7.
Confrontación.
Ese mismo día por la mañana, Silvestre despertó de golpe acostado en su habitación real agitado, sudando y jadeando, parecía despertar de la peor de las pesadillas, miró alrededor de su habitación, entonces se relajó al darse cuenta de que todavía se encontraba siendo joven, viviendo como rey, y disfrutando del sueño del que ya no quería despertar.
Se levantó de su cama, notó una leve punzada en su cabeza, justo donde se había golpeado al caer la noche anterior. Caminó hacia la ventana que da vista al enorme lago, la abrió y contempló la belleza del lugar, el viento fresco acarició su rostro, el sol no estaba muy fuerte aun, las aves volaban alrededor de las montañas y los pescadores trabajaban plácidamente en el lago.
Se dio media vuelta para salir al balcón que da vista al bellísimo jardín, vió árboles frutales de todo tipo, Silvestre pudo identificar unos mangos que se veían enormes y jugosos, —podías imaginar su sabor de solo verlos— como era de esperarse, la boca de Silvestre se hizo agua al imaginar su sabor, así que aprovechó que un joven Tzintz estaba en el jardín dando mantenimiento y gritó:
—¡Hey tú! Ve por un palo o algo y bájame uno de esos mangos y aviéntamelo hacia acá arriba.
El joven divisó los mangos que Silvestre señalaba, pero no fue por un palo como se le ordenó, sino que solo abrió sus alas, se elevó lo suficiente, tomó el mango y lo llevo hasta las manos de Silvestre.
—¡Vaya!—dijo Silvestre sorprendido—Gracias, casi olvidaba que puedes volar.
El joven Tzintz bajó al jardín para continuar con su tarea, Silvestre se dio media vuelta, entró a su habitación para disfrutar del manjar, se sentó a la orilla de su cama, y cuando se dispuso a quitar la cascara de su mango, entró el príncipe Acáb.
—¡Buen día humano!—saludó Acáb muy apresurado—¿Qué es eso? ¡No hay tiempo para comer! Cámbiate y ponte esto, ya se nos hizo tarde.
Acáb le arrebató el mango a Silvestre, le entregó un overol, entre más ropa y cerró la puerta tras él.
—Tienes cinco minutos—gritó Acáb desde afuera de la habitación.
El príncipe Acáb estaba muy apurado porque casi olvidó que ese día enseñaría a Silvestre en la escuela del profesor Gruber, pues como podrás imaginar, toda la noche estuvo pensado en Dián.
Entonces Silvestre se alistó, bajó a la sala de la casa real, buscó al príncipe Acáb pero no lo encontró por ningún lado, entonces un sirviente se acercó a Silvestre y le dijo:
—El príncipe lo espera en el establo de los halcones señor.
—¿En dónde? —preguntó Silvestre que no sabía nada sobre las ubicaciones de la casa.
—El establo de los halcones señor, bajando las escaleras tome el camino a la derecha y luego a la izquierda—dijo el sirviente con tanta amabilidad.
Silvestre que es malo para las indicaciones, no entendió por más que el sirviente le explicó detalladamente, por lo que al final el sirviente terminó llevando en persona al humano hasta el establo, ahí ya se hallaba el príncipe Acáb preparando la silla para montar a Lúno y preparando a un halcón más pequeño para Silvestre.
—¡Por fin! ¿Qué tanto hacías?—preguntó Acáb a Silvestre.
—Te buscaba—respondió Silvestre impetuoso.
—Como sea, espero que estés listo, tu primera lección será aprender a montar un halcón—informó el príncipe mientras terminó de alistar al joven halcón de Silvestre.
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Silvestre: El aguijón del dragón.
FantasyEs una historia conmovedora sobre un anciano llamado Silvestre que ha pasado toda su vida siendo una persona egoísta, cruel y desagradable lo que le lleva a ser un anciano abandonado en un asilo, sin embargo justo antes de que su vida llegue a su fi...