S e i s

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A KyungSoo le costó contener el grito de sorpresa cuando una bala dio contra el árbol tras el que se escondía y un montón de pintura roja explotó contra su cuerpo. Su equipo, el amarillo, estaba acorralado en la ladera de una montaña, pero seguían luchando como si fueran verdaderos soldados en una trinchera, dándolo todo para poder volver vivos a casa. Tumbado en el barro, KyungSoo agarraba la pistola contra su pecho, abrumado por el caos que le rodeaba. Todo el mundo gritaba: su equipo y el contrario, y las balas volaban demasiado cerca de sus cabezas. La armadura le resultaba incómoda y el mono que llevaba puesto le raspaba. Estaba odiando cada segundo de este juego. La única cosa que le motivaba era el no quedar mal ante los tiburones. Al menos, estos estaban en filas enemigas y no tenía que cooperar con ellos.

Lo que KyungSoo no lograba entender era por qué JongIn había estado a su lado en todo momento, como si la discusión del día anterior nunca hubiera ocurrido. Estaba en su salsa y ya había eliminado a unos cuantos tipos del equipo rojo. KyungSoo sentía una especie de orgullo tonto de que el mejor tirador del equipo fuera su novio, porque aunque fuera solo por el fin de semana, era su novio.

JongIn tiró del brazo de KyungSoo y le salvó de otra bala roja, sujetándole contra su cuerpo y su dura armadura.

—Presta atención a tu alrededor —le susurró muy concentrado, como si de verdad estuvieran en una situación de vida o muerte.

KyungSoo cerró los ojos unos segundos, fundiéndose en el calor de JongIn como si fuera mantequilla sobre pan recién hecho. Era agradable sentir que había alguien ahí para ti, ocupándose de las cosas que a uno se le daban de pena; y que le resultara agradable a pesar de estar arrastrándose por el barro, lo decía todo.

—Es que… están pasando demasiadas cosas a la vez —contestó KyungSoo, aunque lo que realmente quería decir era: «¿Y no prefieres que nos vayamos a casa?».

—Sí que lo están, sí —dijo JongIn sin siquiera mirar a KyungSoo, respirando de forma audible bajo el casco—. Pero tú estate atento, como si fueras una de esas arañas con ojos por todo el cuerpo.

A KyungSoo le dio un escalofrío.

—Gracias por tan bonita imagen.

—Eh, tíos —dijo alguien desde el arbusto de al lado— ya no disparan, ¡salgamos!

—Pero, ¿tenemos algún plan? —susurró KyungSoo. Deberían acechar al enemigo por ambos flancos, no salir corriendo todos juntos como si fueran ovejas.

—Sí, el plan es: ¡disparad a esos cabrones! —gritó JongIn y un coro de vítores entusiastas siguió a sus palabras. KyungSoo no tenía ni puñetera idea de cuándo había tenido tiempo su novio de confraternizar con esta gente.

JongIn soltó a KyungSoo y fue el primero en salir corriendo. Enfundado en su armadura de plástico negro parecía un personaje salido del videojuego Gears of War.

KyungSoo se dio cuenta de que si no se ponía en marcha se iba a quedar ahí solo, así que se levantó y corrió tras el resto de su equipo. Tenía las gafas superempañadas y veía más bien poco, pero se agachó y salió corriendo lo más rápido que pudo con la vista centrada en el culo de JongIn, unos metros por delante de él. Estaba asado y estresado, y encima ya tenía una herida de guerra; que sí, que era pequeña, pero cómo le dolía la muy perra.

De repente, un montón de balas rojas explotaron contra los árboles y en suelo justo al lado de KyungSoo, que se tambaleó. Los gritos de guerra que se escucharon a continuación revelaron que todo había sido una emboscada: habían sido sitiados por unos cuantos soldados del equipo rojo. Justo con la táctica por la que KyungSoo hubiera optado. ¿Por qué nunca nadie le escuchaba? Se chocó con JongIn y ambos cayeron al suelo en una nube de suciedad. El enemigo se acercaba rápido.

 𝐋𝐚𝐬 𝐯𝐮𝐞𝐥𝐭𝐚𝐬 𝐝𝐞 𝐥𝐚 𝐯𝐢𝐝𝐚 ⇝ 𝙺𝚊𝚒𝚂𝚘𝚘Donde viven las historias. Descúbrelo ahora