CAPÍTULO 5

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Mi nuevo despertar Sexual

JESÚS

He tenido una tarde fatal en el trabajo. Porque ahí las omisiones de mis compañeros las pago yo. Que ahí está el buenito de Jesús, resolviendo las pendejadas que hacen los otros. Pero no sea yo el que cometa errores, porque nadie sale al quite por mí.

Mis únicas ilusiones con las que me levanto cada mañana para venir a la oficina son las de mirar de lejos a la nueva chica de recursos humanos, (Lupita, dicen que se llama) Ella jovencita, bajita, rubita, ojitos claros, con las mejillas coloradas, pequeñas tetitas y un culito respingón. Sus "buenos días, don Jesús" me alivian el agobio con el que me levanto todos los días al saber que tengo viviendo bajo mi techo al ojete de Gael; un ave rapaz que ha venido a cazarnos, a mi esposa y a mí.

Encima el exceso de tareas diarias que no me dejan respirar. Mi motocicleta está fallando, que necesita nuevo servicio, y de dinero no estoy para aventar hacia arriba. Añadamos el calor de la temporada. Y yo en la calle, andando al mediodía, el sol en pleno vuelo, pegándome en el cuerpo. Los chismes de pasillos. Las indirectas entre las gordas de mis compañeras. Tareas y más tareas. Días interminables.

Y mis hijos que se olvidan de mí. Los crié, los formé, les di estudio, comida y sustento. Los ingratos se olvidan de su padre. A veces le hablan por teléfono a su madre, ¿pero qué yo estoy pintado? Ni siquiera preguntan por mí. Joder. Cuánto agobio. Que ya tengo una edad.

Antes, al tener estos episodios de estrés, cuando menos me aliviaba pensar que en casa me esperaría Roxana, con una buena comida, y luego ella, en lencería, ganosa, dispuesta a abrir sus piernas para mí, como un buen postre.

El sexo con mi esposa era maravilloso. La rectitud y decencia de Roxana se perdía entre jadeos y grititos de gusto mientras cohabitábamos. Mi esposa en la cama solía ser una mujer ardiente, entregada y sus carnudas esferas, sacudiéndose sobre mi pecho, era mi mejor aperitivo, sobre todo cuando tenía sus pezones en mi boca.

Añoro esa hendidura suya, encharcada, fogosa, siempre tan caliente, carnosa y apretada: echo en falta sus copiosos flujos vaginales, que se desprendían de su vagina sobre mi pubis como si se estuviera orinando cada vez que lograba arrancarle un orgasmo. Extraño esos caldos hirviendo mojándome la polla, los testículos y las piernas, mientras emitía sibilantes sollozos. Jadeos.

Me daba un morbazo saber que una mujer púdica, discreta, severa y aparentemente pudorosa como mi mujer, era objeto de admiración, respeto y miedo por parte de sus alumnos, sin imaginar que en la intimidad era terriblemente apasionada.

Aun así, Roxana siempre fue una mujer reservada, y hubo líneas que nunca cruzamos. Nunca hubo en nuestras noches de pasión posiciones indecorosas, como las llamaba ella; del 69 ni hablar, y de hacernos orales de forma recíproca mucho menos. Es decir, mi mujer era una bomba sexual, sí, pero sólo en las posturas naturales y teniendo relaciones "como la gente normal."

Y yo me conformé con ello, porque estar con ella, los dos desnudos, saciaba toda clase de necesidad. Pero un día dejamos de tocarnos. Yo no sé si fue el aburrimiento, la rutina o la falta de comunicación. Un día simplemente ella ya no volvió a desnudarse frente a mí. Y yo lo vi normal. Mi error fue no haberle pedido concesiones. Deduje que en todos los matrimonios siempre llega una edad en el la libido se pierde. En que el deseo sexual por tu pareja se agota. En que la pasión entre dos enamorados simplemente se convierte en cotidianidad.

Y creí que nuestra pasión había llegado a la etapa en que naturalmente debía de terminarse.

Y aprendí a vivir sin sexo. Aprendí a leer relatos eróticos en el baño y masturbarme cuando estaba caliente. Aprendí a vivir de fantasías. A mirar en silencio a jovencitas por la calle y morbosearlas por las noches, tocándome cuando Roxana se dormía. Porque siempre llega una edad en que los hombres tenemos fantasías con las jovencitas. Carne fresca, inocente, le llaman mis amigos. Y creo que no tiene nada de malo fantasear con ello. Después de todo, nunca he sido infiel, y tampoco me ha pasado por mi mente ponerle los cuernos a mi mujer y mucho menos me he planteado arruinar mi matrimonio por un lío de una noche. Sería incapaz de hacerle daño.

FANTASÍAS DE UNA MUJER MADURADonde viven las historias. Descúbrelo ahora