Asi llegando a la esquina, nos miramos a los
ojos, asustados por lo que estábamos
por ser. Robarte un beso con gusto a
chocolate me parecía muy poco, no porque
tus labios no me alcanzaran, o porque no
me gustara el chocolate, sino porque quería
más que eso. Quería que fuéramos, quería
que el mundo se acabara y nos encontrara
pintándonos los ojos de este amor ciego.
Y en el momento que llegamos a la esquina,
o ella a nosotros, pausamos los pasos y te
tomé la mano, pensando que se acercaba la
despedida. Y frenaste mi vida y te miraste
en mis ojos. Y al encontrarte en los míos no
supe que hacer, y así tentativo, simplemente
te abracé. Y en ese abrazo no encontré sólo
otros brazos, te encontré a ti. Me encontré a
mí. Encontré lo que me estaba buscando.
Pues mi cuerpo se entendía con el tuyo,
como si fueran los labios de una misma
boca, como si hubieran bailado mil
canciones, como si mil brazos antes que los
tuyos nunca me hubieran abrazado.
Y sentí tu corazón latir y lo acoplé con el
mío. Y era todo tan perfecto, tan sutil, tan
simplemente intenso, que mi coraje se
transformó en miedo, porque ahí mismo
comprendí, que ya no habría un antes, que
ya no habría un volver atrás. Que vida sin ti,
la mía ya no sería.