Prólogo

310 35 1
                                    

Había una entidad que siempre había terminado por devorar lo que Naruto conocía desde su niñez. Era espesa, casi palpable que se arrastraba por los rincones de su hogar. Hambrienta de todo lo que podía sostener entre sus pequeños brazos, y capaz de provocar las lágrimas de su madre.

Por culpa de eso, su casa olía a una mezcla de perfume barato y el aroma salado de las lágrimas. En el centro de esa habitación, en donde la cama llena sabanas arrugadas y húmedas, se volvían testigo de un amanecer lleno de dolor. Así podía recordarlo.

El rojo cabello de su madre desparramado sobre la almohada, aferrándose a una vieja camisa que siempre él llevaba, nombrado a su padre con susurros entrecortados, como si fuera una plegaria o un conjuro para hacerlo regresar.

Y esa entidad golpeaba su pecho tantas veces, que apenas le daba una oportunidad para respirar bien. Quería correr hacia ella, abrazarla, decirle que todo estaría bien. Siempre había sido así, un día más no los dejaría caer, su padre siempre volvía a su lado. Pero, sus pies eran sostenido por la espesa entidad, sin darle una oportunidad de moverse. Su vista se nubló. No podía ayudarla.

¿Es por lo joven que era? ¿Era por qué sus manitos no eran tan fuertes para proteger a su madre?

Para ese momento, una cálida mano se pasaba sobre su hombro. Naruto alzaría la mirada solo para toparse con los azules ojos de su hermano, un cabello tan largo como el de su padre, quien apenas logró sonreírle. ¿Era también su hermano victima de la entidad?

—Vamos, enano. Dejemos que mamá descanse un poco.

Él era obediente, así que solo asintió, en lo que su hermano mayor cerraba suavemente la puerta. Apenas logró preguntar algo más, solo lo siguió en silencio sosteniéndose de la tela de su pantalón, deseando que la entidad no volviera a retenerlo en su penumbra. Sintió las manos de su hermano levantarlo hasta dejarlo sentado sobre la encimera de la cocina.

Naruto sonrió. Estaba muy lejos.

El pequeño balanceaba sus piernas, sus pies descalzos golpeando suavemente contra los gabinetes en un ritmo irregular. Observando cada uno de los movimientos de su hermano a través de la cocina, aun así, parecía estar muy lejos. En ese momento le recordaba a su madre... eso lo asustó. No deseaba ser olvidado.

—Dei —la voz de Naruto era apenas un susurro, como si temiera que hablar más fuerte pudiera romper algo frágil en el aire—. ¿Mamá va a estar bien?

Deidara, que estaba calentando leche en una cacerola, se detuvo por un momento. Sus hombros se tensaron, y Naruto pudo ver cómo apretaba el mango de la cuchara con tanta fuerza que sus nudillos se tornaron blancos.

—Claro que sí, enano —respondió finalmente, girándose para mirar a su hermano menor con una sonrisa que no llegaba a sus ojos—. Mamá es fuerte. Solo necesita tiempo.

Naruto asintió, aunque no estaba completamente convencido. Había escuchado esa frase tantas veces en los últimos meses que comenzaba a sonar hueca, como una promesa vacía que los adultos repetían para convencerse a sí mismos más que a él.

Deidara vertió la leche caliente en dos tazas, añadiendo un poco de miel y canela. El aroma dulce y reconfortante llenó la cocina, creando una burbuja de calidez en medio de la tristeza que impregnaba el hogar.

—Toma, enano —dijo Deidara, entregándole una de las tazas a Naruto—. Cuidado, está caliente.

Naruto tomó la taza entre sus pequeñas manos, sintiendo el calor que se filtraba a través de la cerámica. Sopló suavemente sobre la superficie, creando pequeñas ondas en el líquido dorado.

—Dei —volvió a hablar Naruto después de un momento de silencio—. ¿Por qué papá no viene más a casa?

La pregunta quedó suspendida en el aire, pesada y dolorosa. Deidara cerró los ojos por un momento, como si estuviera reuniendo fuerzas para responder.

—Es... complicado, Naruto —comenzó, sentándose en una silla frente a su hermano—. A veces, los adultos... bueno, a veces las cosas no salen como uno espera.

Naruto frunció el ceño, confundido—. Pero papá nos quiere, ¿verdad? Él siempre dice que nos quiere cuando viene.

Deidara asintió lentamente—. Sí, papá nos quiere. Pero a veces... a veces el amor no es suficiente.

—No entiendo —murmuró Naruto, sus ojos llenándose de lágrimas—. Si nos quiere, ¿por qué no está aquí? ¿Por qué mamá llora tanto?

Deidara se pasó una mano por el cabello, un gesto que Naruto había visto hacer a su padre muchas veces cuando estaba frustrado. Por un momento, su hermano mayor pareció mucho más viejo de lo que era, la penumbra parecía que pronto lo tomaría entre sus manos.

—Verás, Naruto —comenzó Deidara, eligiendo cuidadosamente sus palabras—. A veces, las personas... se enferman. Pero no de la manera que te enfermas tú cuando tienes gripe. Es una enfermedad del corazón.

Naruto abrió mucho los ojos, alarmado—. ¿Papá y mamá están enfermos del corazón? ¿Van a morir?

—No, no, no es ese tipo de enfermedad —se apresuró a aclarar Deidara, maldiciendo internamente por su elección de palabras—. Es... es cuando amas a alguien, pero tu corazón no está completamente lleno. Como si hubiera un pedacito que falta, ¿entiendes?

Naruto asintió lentamente, aunque era evidente que no comprendía del todo.

—Y a veces —continuó Deidara—. ese pedacito que falta... lo encuentra otra persona. Y eso puede hacer que las cosas sean muy difíciles para todos.

El silencio cayó sobre la cocina como una manta pesada. Naruto miraba fijamente su taza de leche, como si en su superficie pudiera encontrar las respuestas a todas las preguntas que bullían en su mente infantil.

—¿Nosotros también nos vamos a enfermar así, Dei?

Deidara sonrió tristemente—. No lo sé, enano. Pero si alguna vez nos enfermamos así, nos tendremos el uno al otro para cuidarnos, ¿verdad?

Y con tan solo eso, corrió a sus brazos. Era amado, no sería tan fácilmente olvidado por su hermano. Quizás su madre y padre tarden en recuperarse, pero él podría esperar. Aprendería a ser alguien paciente.

—No es tan fácil, hermano —murmuró hacia la nada, pasando su mano temblorosa por el rostro. Sus ojos, hinchados y enrojecidos, eran un testimonio silencioso de las horas que había pasado llorando. Esa estúpida entidad, al final lo había alcanzado hasta herirlo sin piedad alguna.

Miró a su alrededor, y la visión que lo recibió era un reflejo perfecto del caos que reinaba en su interior. La habitación, normalmente ordenada y limpia, parecía haber sido azotada por un huracán. Ropa tirada por todas partes, libros abiertos en el suelo, fotografías hechas pedazos esparcidas como confeti macabro. En medio de todo este caos, un marco de foto yacía boca abajo en el suelo, el cristal roto en mil pedazos que brillaban tenuemente bajo la luz de la luna que se colaba por la ventana.

Naruto sabía, sin necesidad de levantarlo, qué foto contenía ese marco. Era una imagen de él y Sasuke, tomada en tiempos más felices. Tiempos en los que creía que el amor era suficiente, que podía superar cualquier obstáculo. Qué ingenuo había sido.

Una risa amarga escapó de sus labios, un sonido roto y sin alegría que resonó en la habitación vacía—. Estoy igual de enfermo que mi madre.

Y era cierto. Ahora entendía perfectamente lo que Deidara había tratado de explicarle tantos años atrás. Entendía lo que significaba amar sin que el corazón esté completamente lleno, amar a alguien que tiene su corazón en otra parte. Porque eso era exactamente lo que le estaba pasando con Sasuke.

Sasuke Uchiha. El nombre solo bastaba para que su corazón diera un vuelco doloroso en su pecho. Sasuke, con sus ojos negros como la noche y su sonrisa rara vez vista pero siempre deslumbrante. Sasuke, quien había sido su mejor amigo, su rival, y finalmente, el amor de su vida. Sasuke, quien lo había traicionado de la peor manera posible.

¿Qué debía de hacer...? Con un corazón que apenas se sostiene cada vez que lo ve, que apenas se contiene en querer correr. Se maldecía más de una vez... ¿Por qué debía de enamorarse del idiota

Enamorado del idiota; SasuNaru.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora