Epílogo

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Si algo agradecía Louis, era la inmensa paciencia que Harry había tenido al inicio de su relación. Porque si, las cosas no mejoraron de un momento a otro como arte de magia. Hubo caídas y golpes que aprendieron a sobrellevar y arreglarlo estando juntos. Agradecía las ausencias que el rizado le daba para que la mente de Louis se aclarara y encontrará algún tipo de paz para evitar seguir auto saboteando su relación. Claramente aquello tampoco lo logró sólo por arte de magia. El castaño buscó ayuda, tomó terapia prometiéndole a su amado un futuro mejor para los dos.

Harry lo apoyó durante todo el proceso y estuvo con él cuando recaía. Sabía que tampoco había sido fácil para el menor, quien tuvo que tomar terapia con el paso del tiempo. La culpabilidad por esto, desesperaba a Louis, se culpaba de que su chico tuviese que pasar por un momento tan frágil el cual no se merecía, se sentía egoísta al no poder soltarlo tampoco, no entendía porque Harry seguía a su lado, el rizado hubiese escapado desde el momento en el que el conflicto volvió.

Pero no lo hizo, siguió ahí, junto a él. Y Louis iba a estar en deuda con él para toda la vida. Y estaba dispuesto a pagar su deuda, porque se sentía tan afortunado y feliz al tener a un hombre tan increíblemente bello, angelical, dulce, amoroso, perfecto y fantástico a su lado. Louis cayó rendido ante Harry desde la primera vez que lo vió.

Y en la actualidad si alguien le preguntase a Louis si seguía amando aquella mata de rizos chocolatados, aquellos hoyuelos que lo hacían sentir vivo, esos ojos verdes que eran los más bellos que alguna vez haya podido ver y esos labios por los que sería capaz de cumplir cualquier petición que saliera de ellos, Louis, afirmaría sin pensarlo. Diría que aquel conjunto de perfección, era lo que lo impulsaba a ser un mejor humano cada día.

A ser, el esposo que Harry merecía.

—Cariño ¿Estás listo?—Louis salió del baño terminando de acomodar su chaqueta—¿Hazz?—arrugó su entrecejo al no ver la figura de su esposo en la habitación.

Salió para buscarlo en la planta baja, pero no había signos de vida del menor.

—¡Harry!—llamó, cuando salió al patio trasero para verificar que efectivamente, el ojiverde no estaba ahí—¡Amor!—regresó al interior llamándolo de nuevo.

El mayor se quedó de pie junto al conjunto de sofás en la sala de estar, pensando donde podría estar su pareja. Se les haría tarde si no encontraba a Harry en este instante, hoy era un día especial y supo inmediatamente donde podría estar el rizado.

Resopló con una sonrisa nostálgica en su rostro y camino hacia la puerta del sótano. Sabía que su chico estaba nervioso, de hecho, no pudo dormir por el miedo que lo atormentaba. Después de cinco años de casados, decidieron tomar este gran paso que los llevaría a una nueva etapa en sus vidas y en su matrimonio.

Louis también estaba nervioso, pero tenía un buen presentimiento en el pecho, que le decía que todo saldría bien ese día. Lamentablemente su esposo no pensaba lo mismo, ya que al bajar las escaleras del sótano, lo encontró en posición fetal sobre la mecedora que su madre le había dado antes de morir. Sus sollozos era lo único que se escuchaba por la habitación oscura y silenciosa.

El ojiazul se acercó con decisión hacia el muchacho que expresaba su angustia en forma de llanto.

—Amor...—llamó con suavidad. Harry se sobresaltó, pero no giró a verlo. Louis acortó la poca distancia entre ellos y se puso en cuclillas frente a su pareja—Cariño ¿Que sucede?—sabia que era lo que sucedía, pero quería que su esposo lo expresara a su manera.

—Tengo miedo, Lou—confesó, descubrió su rostro y evitó que un sollozo saliera de sus labios para seguir hablando—¿Qué tal si pasa lo de la última vez?—sus ojos estaban hinchados y rojos por el llanto, sus mejillas se encontraban húmedas por las lágrimas y sus labios estaban rojos por las probables mordidas que el rizado se otorgaba ante el miedo que sentía.

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