🎃01:mingyu🎃

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—Joder, finalmente —refunfuñé cuando el portal se abrió ante mí. Había estado esperando una eternidad a que la larga fila de imbéciles frente a mí tomaran su turno para cruzar al otro mundo. Cada minuto que pasaba esperando era uno que no podría gastar en la Tierra.

Debería haber llegado al sitio del portal antes, pero estaba ocupado en el trabajo. Recibí una nueva entrega más temprano en el día; un anciano que se había pasado la vida abusando de niños. Quizá sentí demasiado placer en quemarle la polla con un soplete.

Porque ese era mi trabajo; yo era un castigador, creado a mano por el mismísimo Satanás para mantener el equilibrio dentro del universo. Lo peor de lo peor de la humanidad me era enviado a mí tras su muerte y les hacía pagar por sus pecados.

No era un mal trabajo; yo impartía una dolorosa justicia a quienes más lo merecían. De vez en cuando se ponía un poco difícil, sin embargo; escuchar lo que los malditos enfermos eran capaces de hacer día tras día era suficiente para volver loco a una persona (o demonio, en mi caso).

Y sí, me doy cuenta de que eso me hace sonar como un hipócrita ya que acabo de derretir la polla de alguien con fuego, pero ese hombre se merecía el dolor. Los niños que tocó no lo hacían. El conocimiento de acciones como las suyas era suficiente para joder incluso la mente de un demonio si no tomaban un descanso de vez en cuando.

Lo que nos lleva al portal. Una vez al año, en la noche de Halloween, se levantaba el velo que separaba los mundos, y a los demonios se nos permitía visitar la Tierra para un poco de J&M; juerga y mierda. La ortografía no es una habilidad importante en el Infierno.

Los demonios con trabajos diferentes al mío llegaban a visitar la Tierra con más frecuencia; como los capullos del Departamento de Mala Influencia, por ejemplo. Cada vez que un humano jugaba con un tablero de Ouija o invocaba una fuerza oscura con un hechizo, los influencers, como les gustaba llamarse a sí mismos, llegaban a plantar pequeñas semillas malignas en la mente de ese humano. Le susurraban pensamientos oscuros y le sugerían cosas terribles hasta que el humano terminaba cometiendo crímenes atroces o vendiendo sus almas.

Todo lo que los influencers estaban realmente haciendo era hacer que mi trabajo fuera más difícil. No es que no tuviera muchas personas a las que torturar a diario sin que metieran la nariz en las cosas. Últimamente, la carretera al Infierno se había convertido en una autopista bulliciosa. La Tierra realmente era un pozo negro. Quizás por eso me gustaba tanto visitarla.

Nadie en la Tierra cuestionaba nuestra apariencia en Halloween; los cuernos eran bienvenidos y las colas eran dispensadas. Diablos, si no fuera por esos dos atributos físicos, me vería como cualquier otro idiota corriendo por las calles de la ciudad.

O mejor, en mi opinión. Yo era alto, grueso y tenía una dulce barba y ojos hermosos. Yo era una bestia sexy tanto en la Tierra o en el Inframundo. Probablemente por eso no tenía problemas para encontrar una conexión cuando visitaba la Tierra.

Y no, no andaba por ahí creando pequeños bebés demonios bastardos. Por un lado, los demonios eran estériles. Todos los que existíamos fuimos creados, no nacidos. Dos, incluso si pudiera tener descendencia, no lo haría. Criar una pequeña y ruidosa fábrica de mierda no me atraía en lo más mínimo. Finalmente, prefería la compañía de los hombres. Y por compañía me refiero a follarlos.

Nunca entendí por qué algunos humanos se ponen tan en guardia por la homosexualidad. Todos los días veía a asesinos, abusadores, violadores y ladrones venir a mí para castigarlos... y, sin embargo, la gente se ponía nerviosa por dos tipos que se tocaban. Ridículo.

Maldita sea, me encanta tocar las puntas. Conectarme era lo que más me gustaba de visitar la Tierra, aunque debo admitir que joder a uno en una fila de desconocidos sin nombre había perdido algo de su brillo.

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