Capítulo veintiuno.

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Poco antes de las once de la noche, Nana escuchó el ruido de la puerta principal. Intentó ignorar el sonido. Intentó ignorar todo. Intentó aplacar su ira. Pero sus buenas intenciones terminaron cuando al señor Lee se le ocurrió la brillante idea de ir a buscarlo a la habitación de invitados. Nana no había cerrado la puerta, ya que necesitaba estar al pendiente de Giselle.

—Lamento llegar tarde —escuchó decir al hombre. Nana estaba trabajando en el pequeño escritorio junto a la cama, había decidido concentrarse en la planeación de sus clases para el siguiente periodo—. Me surgió un imprevisto...

—Giselle se durmió hace media hora —interrumpió sin girarse—. Sus padres llamaron hace poco más de una hora y le dijeron que tenían una sorpresa para ella. Eso la sobre estimuló un poco, pero logré que se durmiera.

—¿Sorpresa? Creo que ya puedo adivinar qué es.

—Taeyong no me dijo —contestó Nana secamente—. Preparé la cena, está en la encimera de la cocina, solo tiene que calentarla en el horno.

—Gracias, pero no tengo hambre...

Nana apretó los puños.

—Como quieras —Nana lo interrumpió—. Iré a guardarlo en la nevera.

Nana estaba luchando con todas sus fuerzas por no reaccionar. Estaba rogando a los cielos y al Dios al que le tenía fe, que el señor Lee se largara pronto, no confiaba en sí mismo en ese momento.

—¿Te sucede algo? Jaemin...

—¡No me llame por mi nombre completo! —Nana se giró en la silla giratoria y fulminó a Jeno con la mirada—. Me gusta que me llamen Nana, señor Lee.

—¿Qué es lo que te sucede? —preguntó Jeno confundido.

—¿Qué me sucede? ¡¿Me estás preguntando qué me sucede?! —Nana apretó el reposabrazos de la silla—. Mejor debería preguntarte yo a ti qué es lo que pretendes, ¿quieres volverme loco? ¡Enhorabuena, lo has conseguido! ¡Estoy desquiciado!

Nana observó el aspecto de Jeno, no traía la chaqueta puesta, pero de ahí, nada fuera de lugar que le indicara que venía de haber estado haciendo cosas con esa pelirroja.

—¿Por qué estás tan alterado? —Jeno negó con la cabeza—. Si es por lo sucedido, tuve que atender algunos asuntos de trabajo.

—¿Trabajo, dices? —Nana alzó la mano—. ¿Sabes qué? No me tienes que dar explicaciones, yo no soy nadie aquí, usted es el hermano de mi jefe y mi obligación es cuidar a Giselle.

—Jaemin, tienes que calmarte.

—¡No quiero calmarme! —Nana se puso de pie—. ¿Me has oído? ¡No quiero! —Nana se estaba comportando de forma irracional, pero estaba al borde del colapso, no podía más. Jeno tuvo la buena conciencia de cerrar la puerta, para evitar que los gritos de Jeno despertaran a Giselle.

—Escucha... —Jeno caminó hacia Nana, pero él no lo quería cerca.

—¡No te acerques! —Nana agarró lo primero que encontró en el escritorio y se lo lanzó al hombre sorprendiéndolo. Nana también estaba sorprendido, siempre fue un hombre que tomaba bien las cosas, que fue engañado y botado en innumerables ocasiones, pero con Jeno era diferente... Fue una suerte que el objeto que lanzó fuera una caja de marcadores, los cuales no le hicieron ningún daño. Jeno solo lo observó con sus facciones duras, pero siguió avanzando hacia él. Nana sujetó un nuevo objeto para lanzar, pero al instante Jeno estuvo ahí, sujetándole las manos.

—¡Déjalo! —ordenó. Ambos comenzaron a forcejear—. ¡Ya basta! —Por un largo instante se miraron a los ojos, Nana estaba jadeando por el esfuerzo. La mirada dura de Jeno era fría y controlada. Ambos estaban al límite, ambos estaban furiosos, confundidos...

Nana.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora