Parte 3

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Nanami estaba realmente agotado. Tenía trabajando dos años sin parar, nada de feriados, nada de vacaciones, nada de días libres y muchas horas extras, trabajando como para dos, soportando exigencias y malas caras.

Hoy no escuchó la alarma de las cinco de la mañana. Era uno de esos días fëös donde se comenzaba mal. Le dolía todo el cuerpo, sobre todo la espalda, se sentía pesado moverse, sus párpados querían seguir cerrados.

Volvió a sonar su teléfono, anunciando una segunda alarma y cuando por fin abrió sus ojos eran pasadas las seis de la mañana. Se sentó de golpe en la cama, asustado, y casi voló hasta el baño para asearse. Si tomaba un taxi llegaba a tiempo a la oficina, pero no podría desayunar tranquilamente. Era tan tarde que ni siquiera podía detenerse a comprar su preciado sándwich.

Cuando el taxi pasó por el frente de la panadería, le tomó una foto al anuncio de la entrada. Ahí estaba un número de teléfono fijo y un WhatsApp para pedidos, algo que no había notado antes. Tantas veces iba a desayunar allí y no tenía agendado el contacto de pedidos. Es más, ni siquiera el número de Haibara tenía en su teléfono, que vergüenza.

Sentado en su escritorio llamó al fijo para pedir el desayuno, tomando el encargo una mujer. Nanami dedujo que era la cajera del otro día. Qué pena, le hubiese gustado saludar a su amigo quien ahora tendría que desayunar solo porque él era un desvergonzado que se despertaba tarde. Hoy sentía muchísima hambre así que además de su habitual sándwich de pavo, pidió también el de pollo con ensalada que le dijo Haibara que probase en algún momento y un café extra grande.

—Listo, señor Nanami en quince minutos le estará llegando su pedido.

¿Quién sería el repartidor? Nunca había visto a ningún empleado con una bicicleta o algo por el estilo. Tal vez llamaban a algún motorizado de aplicativo o algo así. Otra cosa, ¿su amigo Haibara ya se habría dado cuenta que él no iba a poder desayunar en la panadería? Por algún motivo se sintió un poco triste. Pero nada que lo alarmara, Nanami estaba acostumbrado a las pequeñas desesperanzas de la vida.

A los quince minutos le llegó un mensaje de un número desconocido para avisarle que su pedido estaba en la puerta. Bajó apresurado, con el estómago cosquilleándole. Tenía mucha hambre, claro. Era eso.

Aunque nunca había sentido así las ganas de comer.

De vuelta en el ascensor que lo subía hasta su oficina, la sensación de cosquillas en el estómago desapareció. En su lugar, Nanami sentía una pesadez extraña: era como si muchos insectos que antes revoloteaban en su interior se hubiesen ahogado. Casi podía decir que estaba decepcionado de encontrar en la recepción de la empresa al motorizado de aplicativo que sostenía su desayuno.

¿Y a quien rayos esperaba encontrar él con su desayuno? Se sentía realmente estvpido.

Pero más estvpido se sintió cuando una de sus compañeras de la oficina pasó por su cubículo y lo encontró con "esa" expresión en el rostro.

"¡Nanami! No sabía que podías sonreír"

Y es que cuando abrió la bolsa de papel marrón que contenía su comida, encontró encima del primer envoltorio una nota que decía: "Me alegra que hayas decidido probar mi sándwich de pollo con ensalada"

El cosquilleo que sintió en su estómago regresó, solo que esta vez más agudo y acompañado de un calor en el pecho que no sentía desde hacía años. Haibara era muy buen amigo.

Sí, era eso.

Sacó los dos panes y el café, que por suerte aún seguía caliente, para encontrarse con una pequeña cajita con estampado también de la panadería. Ahí se confundió, él no pidió nada más, seguro hubo una equivocación de la cajera. Revisó su boleta de compras y nada estaba fuera del pedido que hizo, tampoco le habían cobrado de más.

"Esto va por cuenta de la casa" decía por el reverso de la tapa de cartón blanco, con la misma letra de la nota. Era un rico profiterol de chocolate.

Nanami tenía tiempo que no sonreía tantas veces seguidas. Y, aunque se sentía muy cansado desde más temprano en la mañana, trabajó con un entusiasmo tan grande que hizo diez ventas más de las que siempre hacía en promedio.

Es que el desayuno había estado muy bueno.

Sí, era eso.


Pancito con CaféDonde viven las historias. Descúbrelo ahora