14 de diciembre, 1993.

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No podía negarme después de tantos años sin verle, su aparición repentina me hundió en confusiones. No pude pensarlo tanto, es mi padre, le debo la vida. Así que horas después golpeaba la puerta de la madre de Amelia. No contestó nunca, ni siquiera remilgó. Mi padre lo supuso. Estaba yo entonces de rodillas con las ganzúas que me entregó en caso de que aquello sucediera, y después de un tiempo incrustando en la chapa, esta giró. Amelia me esperaba frente a la puerta, el cuerpo lleno de hematomas. Su rostro destrozado, tenía un pegote de sangre en la frente y se le deslizaba esta también por la nariz. Estaba destrozada.

- Mamá, mamá me culpa. Mi papá se fue, ella me culpa - dijo Amelia y rompió en un llanto desconsolado. Se abrazó a mis piernas. 

- Pequeña, ¡Por Dios! Ven, sígueme, debemos sacarte de aquí - Le sugerí y asintió mientras sorbía sus mocos. Cerré la puerta tan suave como pude y volví al penthouse.

La residencia estaba totalmente a oscuras, así que casi cegados, caminamos sin mucha preocupación por ser vistos. Llegué y mi padre me esperaba. Agarró a la niña entre brazos y soltó unas lágrimas sentidas, dolorosas. 

WillDonde viven las historias. Descúbrelo ahora