Angélica dio el último sorbo de café y dejó la taza sobre la pequeña mesita de la terraza de la cafetería. Su rutina de ir a aquella cafetería cada domingo por la mañana era irrevertible, y con confianza, depositó justó la cantidad de dinero necesaria para pagar el café sobre la superficie de la mesa, justo al lado de la cucharilla, perfectamente alineados, ya que cualquier descuido en un robo podía delatarte, y Angélica ya estaba acostumbrada a dejarlo todo perfecto.Se ajustó el pañuelo que le cubría la cabeza y miró su reloj de manilla dorado y con una sonrisa, levantó la vista para posarse justo en un coche de color azul oscuro que acababa de aparcar en frente de la cafetería. Aunque la calle estuviese abarrotada de gente, ella no perdía de vista a la persona que se iba a bajar del vehículo. Se ajustó las gafas de sol negras, y de su bolso sacó una pequeña camarita digital, de esas que llevaban los turistas para hacer fotos, y, apuntando correctamente, hizo el click justo cuando el rostro de un hombre con chaqueta y gafas de sol que ocultaban su rostro se asomó a la vista de todos, hizo dos fotos más mientras aquella persona caminaba con un rumbo fijo desconocido, pero a ella no le importaba ya que había completado su tarea por hoy.
Guardó la cámara y se levantó de la silla encaminada a coger el primer autobús que viese. Este la dejó en un parque cerca del Coliseo, y allí, un descapotable negro la estaba esperando con un chófer adentro. Ella se metió en el asiento de atrás y le hizo una seña al conductor para que arrancase y la llevase a casa.
-¿Ha conseguido las fotos señorita? Preguntó el conductor mirándola por el retrovisor.
-Puede que hayan salido un poco borrosas, pero se sigue distinguiendo su cara. -Dijo con una mueca.-Ese hombre ha salido tan rápido del coche que pensaba que no lo captaría.
Dejó la cámara a un lado y centró su atención en los valles que había a su derecha, el sol de la mañana le producía escalofríos en el cuerpo por su calor, pero era reconfortante. Su casa se encontraba fuera de la ciudad, junto a otras fincas, y aunque ella prefería el centro de las ciudades, había que admitir que el recorrido hasta la casa era como pasar por una película antigua de los años 60.
Por fin llegaron al barrio donde alineadas se encontraban las distintas casas de la zona, algunas eran grandes mansiones pertenecientes a famosos, y otras a propietarios desconocidos como la de Angélica.
La verja de la finca se abrió automáticamente al detectar el coche, y se pudo discernir en el portón de la casa el símbolo de los Ferrucci, su familia, la cabeza de un caballo de ajedrez tallada en piedra hacía años, cuando su padre compró el terreno.
-Nos vemos mañana ¿no? Le dijo Angélica como de costumbre.
-Me temo que no señorita, creo que su padre me comentó que tenía otros planes para usted.
Eso la extrañó un poco, era raro que su padre la llamase para hacer un recado un lunes, y más cuando le dijo que saldría por la ciudad por haber acabado la universidad.
Como la puerta principal siempre estaba cerrada por su seguridad, tuvo que irse al lateral de la mansión de carácter victoriano para encontrar una pequeña puerta de madera por la que se accedía a la casa, aunque pareciese raro, esa era la puerta por la que todos solían entrar y salir.
En cuanto entró se quitó los tacones ya que le producían dolor y se estiró la camisa y la falda antes de reanudar su paso.
Mientras subía las escaleras, creyó escuchar a su hermano mayor hablar, pero de nuevo, se había confundido con el pequeño.
-¡Marco! Papá está en su despacho ¿verdad? Le gritó desde arriba.
El chico asintió, pero antes de que ella se fuera, le dijo:
-Pero creo que está con un cliente, o no sé si se habrá ido ya.
Angélica suspiró, ahora debía esperar hasta que su padre acabase la reunión.
Cuando llegó a la puerta del despacho, que se encontraba entreabierta, se asomó delicadamente por el espacio y aunque la sala estaba bastante oscura, logró distinguir la figura de su padre sentando en el sillón fumándose un puro y entregándole unos papeles a una mujer mayor vestida elegantemente y aceptando con una sonrisa el montón de papeles.
Los dos se levantaron a la vez y se estrecharon la mano cerrando así el acuerdo, pero a su padre siempre le gustaba registrarlo todo en papel ya que en digital sería mucho más fácil para la policía pillarle, así que terminaron con la firma de la mujer sobre otro papel.
Los dos se dirigieron hacia la puerta, y Angélica esperó paciente con el bolso en mano y la vista
hacia delante, como su mismo padre le había enseñado, según él para dar seguridad a la hora de presentarte a alguien.
La mujer salió primero, e introdujo los papeles en un maletín de cuero antes de darse cuenta de que Angélica estaba ahí. Puede que haya visto a esa mujer antes, pero no logró recordarla, así que se adelantó y dijo:
-Buenos días, soy Angélica Ferrucci.-Y como siempre, había que añadir un cumplido.-Me encanta el chaleco que lleva, ¿es de la India?
La mujer sonrió, satisfecha por la atención de la chica.
-Parece que sabes de moda.-Hizo una pausa para observar a Angélica.-Encantada, soy Gabriela Di Vergo.
Ambas se estrecharon la mano bajo la observación del señor Ferrucci, que observaba orgulloso a su hija.
-Tuve que llevar un estampado similar para colarme en la boda de un emirato Árabe por asuntos no cerrados. Dijo Angélica señalando la tela de la señora.
-Ya conoce la salida supongo. Añadió Guido Ferrucci, abriéndole paso.
Guido Ferrucci era un hombre robusto, de hombros anchos como los de su hija, con su característico bigote, y su pelo color castaño.
-Así es, y gracias por arreglar el asunto con mi marido, Ferrucci. Agradeció la mujer antes de irse y bajar las escalinatas.
Cuando se aseguraron de que la mujer había salido de la casa, padre e hija se miraron sin pensarlo pudiendo por fin compartir sus descubrimientos.
-Corre, entra. Dijo el señor con ilusión.
Guido se sentó en su silla del escritorio, que estaba bastante desordenado de papeles, y los apartó, dejando al descubierto una carpeta con documentos dentro.
Angélica apagó la chimenea y se colocó de rodillas sobre la alfombra de pelo, para así estar a la altura de su padre. Aquello le recordó a cuando de pequeña se ponía allí para escuchar las historias que le contaba el señor Ferrucci sobre los demás mafiosos.
La chica sacó la cámara del bolso y le mostró las fotos a su padre. Este las observó detenidamente, comparándolas con las que tenía en la carpeta, que según lo que parecía, correspondían con un tal Alexandro Bandetti, un estafador de viviendas sobre Italia.
-Bien, entonces está en Roma...-Dijo su padre pensativo dándole una calada al puro.-Muy bien Angélica. Se lo comentaré a mis hombres del sindicato para que lo rastreen.
Ella esperó a que su padre le dijera algo más, pero simplemente se limitó a mirar más y más papeles. Y Angélica sabía que algo raro pasaba o pasaría.
Ella se apoyó sobre sus rodillas para levantarse y marcharse ya que allí ya no tenía nada más que hacer.
Ella solía hacerle recados simples a su padre, ya que así no se involucraba demasiado en el crimen y podía llevar una vida normal, siempre con precaución, claro.
Aunque ya que había acabado la universidad, le había estado dando vueltas a lo de cometer algo más gordo, pero de momento eso se quedaría dentro de su imaginación porque su padre tenía otros planes para ella para su futuro.
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Cuando la Mafia nos une (Rivals to lovers)
Novela Juvenil"Nos protegeremos el uno al otro porque estamos casados, solo por eso" Las familias rivales Ferrucci y Armani ligadas a la mafia Italiana deciden casar a sus hijos por el bien del futuro de su negocio con el dinero. Aunque Angélica y Francesco se od...